El regreso de Keynes al debate político argentino
En el debate político se nos plantea una pregunta: ¿puede una teoría económica tener un carácter normativo tan dominante que reforme la Constitución?
Analizar la influencia de John Maynard Keynes en la Argentina es hacer la historia de una mutación constitucional, la de una Constitución garante de los derechos individuales y libertad económica a otra que, sin cambiar su texto formal, nos impone una economía corporativa con restricción de derechos y un estancamiento de décadas.
En los escritos de Keynes aparecen elementos normativos que se encuentran en su obra más famosa, la Teoría General, y en particular en los dos últimos capítulos, los de lectura más sencilla y menos técnica: el 23 (notas sobre el mercantilismo, las leyes sobre la usura, el dinero sellado y las teorías del subconsumo); y el 24 (notas finales sobre la filosofía social a que podría conducir la Teoría General). Ambos establecen un programa de gobierno; el primero, porque elogia al mercantilismo y al proteccionismo económico, y el segundo porque estableció la notoria “eutanasia del rentista”.
Keynes propone políticas que se encuentran en las raíces de nuestro corporativismo y estancamiento económico; el endeudamiento, planteado ya en el artículo “las perspectivas económicas de nuestros nietos”, de 1930, y la regulación expropiatoria y la “eutanasia del rentista”, expuestas en la Teoría General.
Es la idea de una economía cerrada y mercantilista adelantada con su famosa frase: “Que los productos se fabriquen en casa, que las finanzas sean puramente nacionales”.
La justificaba con su obsesión por el corto plazo, con la cual alegaba por una agresiva política intervencionista, expuesta en su elocuente expresión “a largo plazo todos estaremos muertos”. Pero en realidad debemos reconocer que en el largo plazo todos seguiremos vivos y deberemos asumir las consecuencias de los errores cometidos.
Como lo sugiere su frase “el economista no es rey, pero debería serlo”, imagina una sociedad regulada con un grupo de técnicos que establecen las condiciones de vida de todos. Es decir, una élite esclarecida a la que él pertenecía debía gobernar en beneficio de los demás.
Esta forma de despotismo ilustrado es proyectada en su artículo “Las perspectivas económicas de nuestros nietos”. En este artículo, Keynes expresa su opinión con una mayor candidez que en otras obras: “Estamos siendo atacados por una nueva enfermedad de la cual muchos lectores aun no conocen el nombre, pero de la que escucharán mucho en los años por venir, el desempleo tecnológico”. Un falso temor, ya infundado en el siglo XVIII, acerca de que las nuevas técnicas creaban desempleo.
Keynes permite mantener viva la ilusión del sueño revolucionario. Joan Robinson, una discípula suya, escribe en “Carta a un economista marxista” que la visión keynesiana era mucho más sofisticada y moderna que el crudo análisis marxista para lograr un objetivo en muchos aspectos similar en materia de limitación de libertades económicas, pero con muchas mayores posibilidades de éxito.
Las consecuencias de esta regulación extrema son dramáticas. Llevan al agotamiento de la iniciativa y del dinamismo económico, motores del aumento de una productividad que nos ofrecerá nuevos productos y servicios, y en definitiva el desarrollo tan deseado.
Imaginar que burócratas devenidos dioses pueden crear una economía dinámica y ser capaces de introducirse en el conocimiento disperso de los innovadores es una fantasía costosa. Y una garantía de estancamiento económico de largo plazo. Hayek desarrolló la idea del conocimiento disperso, en el cual el innovador emprende la creación de nuevos bienes y servicios para ofrecer a la sociedad. No exclusivamente a través de nuevos descubrimientos científicos, sino también a través de la innovación empresaria.
El keynesianismo ha sido también el sustento de proyectos delirantes, como el “plan platita”. En un libro reciente hemos analizado cómo la utilización de las ideas de Keynes han justificado legislación y fallos judiciales restrictivos de las libertades constitucionales, además del cierre de nuestra economía, todo con resultados funestos.
Sin embargo, vi con sorpresa la publicación del libro Volver a Keynes (Siglo XXI), del gobernador bonaerense, Axel Kiciloff, en defensa de las políticas económicas causantes de nuestro estancamiento económico de décadas y las limitaciones a nuestra libertad. Bueno, sorpresa es una manera de decir.
Una teoría económica puede servir como justificación y como excusa de una regulación excesiva. En ambos casos las consecuencias políticas serán nefastas. Pero también se puede utilizar una doctrina económica de mucha difusión como un disfraz para justificar decisiones tomadas por otros motivos.
De esta manera, el pensamiento keynesiano es un caleidoscopio. Cada lectura permite interpretaciones diferentes. Como en el Oráculo de Delfos, entre las oscuridades de sus obras se pueden encontrar justificaciones a nuevas políticas aventuradas. Keynes consideró tan solo los aspectos del corto plazo, sin ocuparse de los cambios estructurales que se originarán si el déficit no se cubre de manera constante con nuevas inversiones. Y sin preocuparse si futuras inversiones se radicarán en otra parte, espantadas por una política de castigo al ahorro y cierre de las importaciones.
Profesor emérito de la UBA; autor de Keynes y el Estado de Derecho (Grupo Unión, 2025)

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