La llamada enfermedad mental contradice la condición humana

Es común que cuando alguien se enfrenta con una persona que dice cosas que se estiman disparatadas o actúa de modo que se considera irracional se concluya que está “enferma mentalmente”. Lo primero es comprender que los humanos no somos solo kilos de protoplasma, tenemos mente, psique o estados de conciencia (tres sinónimos). De lo contrario, si fuéramos solo carne y hueso, nuestras acciones y dichos estarían determinados por los nexos causales inherentes a la referida materia y, por tanto, no habría ideas autogeneradas, no habría posibilidad de revisar nuestros juicios, no habría tal cosa como responsabilidad individual, ni proposiciones verdaderas o falsas, ni moral, ni libre albedrío. En este contexto la libertad sería mera ficción.
Entre otros, autores como el filósofo de la ciencia Karl Popper y el premio Nobel en Neurofisiología John Eccles escribieron un libro en coautoría con el sugestivo y muy descriptivo título de El yo y su cerebro, donde desarrollan este punto. Lo dicho desde luego no significa que no existan problemas químicos en el cerebro y a través de neurotransmisores y sinapsis u otros padecimientos, pero la mente no puede estar enferma. Como es sabido, desde la perspectiva de la patología una enfermedad consiste en la lesión de células, cuerpos o tejidos, lo inmaterial no puede enfermar. La persona puede estar equivocada, contraria a la lógica, preocupada, angustiada, con enojo o alegría, perturbada, desordenada, con malicia o bondad, etcétera; pero la enfermedad es otra situación de naturaleza bien distinta. Un aspecto crucial hoy controvertido en el que la esquizofrenia se inicia en la materia.
En esta línea argumental, Thomas Szasz, quien fue profesor emérito de psiquiatría, entre sus muchas obras escribió El mito de la enfermedad mental, donde junto a los otros autores citados en esta nota explica detenidamente el punto que acabamos de señalar y critica un aspecto medular de Sigmund Freud, quien en su Introducción al psicoanálisis enfatiza: “La ilusión de tal cosa como la libertad psíquica […] eso es anticientífico y debe rendirse a la demanda del determinismo cuyo gobierno se extiende sobre la vida mental”; al decir de C. S. Lewis, esta perspectiva del ser humano como mero aparato significaría “la abolición del hombre”. Y el premio Nobel en Economía Friedrich Hayek concluye en su multivolumen Derecho, legislación y libertad: “Creo que la humanidad mirará nuestra era como una de supersticiones, básicamente conectadas con los nombres de Karl Marx y Sigmund Freud”. Viktor Frankl y Carl Jung presentan en detalle la contracara de Freud, especialmente en el referido aspecto trascendental.
Queda patente que el asunto que tenemos entre manos hace a los fundamentos mismos de la sociedad libre. Popper ha bautizado como “determinismo físico” el supuesto de que el ser humano en verdad no elige, decide y prefiere, es decir, no actúa. Así escribe: “Si nuestras opiniones son resultado distinto del libre juicio de la razón o de la estimación de las razones y de los pros y contras, entonces nuestras opiniones no merecen ser tenidas en cuenta”.
Si no se aceptara la condición humana de la libre decisión, todas las demás elucubraciones en ciencias sociales carecerían de sentido, puesto que las bases de sustentación desaparecerían y no existiría acción humana sobre la base de motivos, sino mera reacción como en las ciencias naturales. En este sentido, el premio Nobel en Física Max Planck afirma: “Se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados”.
El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso de las expresiones “inteligencia”, “memoria” y “cálculo” aplicadas a los ordenadores. La primera proviene de inter legum, esto es, leer adentro, captar significados, por lo cual lo de “inteligencia artificial” constituye un contrasentido, ya que inteligencia remite a libre albedrío y no a programación o reprogramación; por eso se sugiere sustituir esa expresión por la de algoritmos informáticos. Y, como apunta Raymond Tallis en Why the Mind is not a Computer, aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos o bisabuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a “la memoria del pañuelo”, puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que, en rigor, las computadoras no computan ni las calculadoras calculan, puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular.
En la obra citada, Szasz subraya las inconsistencias de una parte de las neurociencias al pretender que con mapeos del cerebro se podrán leer sentimientos y pensamientos, pero “el cerebro es un órgano corporal y parte del discurso médico. La mente es un atributo personal parte de otro discurso […] equivocadamente se usan los términos mente y cerebro como se utilizan doce y una docena”. Es sabido que todo lo material de nuestro cuerpo cambia permanentemente con el tiempo y, sin embargo, mantenemos el sentido de identidad (a menos que se haya padecido una enfermedad o accidente que lesione partes vitales del cerebro que no permitan la interconexión mente-cuerpo).
Aparece una gran paradoja que, entre otros, expresa George Gilder en The Future of the Economy en cuanto a que los procesos productivos de nuestra época se caracterizan por atribuirle menor importancia relativa a la materia y un mayor peso al conocimiento y, sin embargo, irrumpe con fuerza el materialismo filosófico.
Autores como Howard Robinson, John Foster, Richard Swinburne y Thomas Reid concretan su perspectiva mostrando que sus estudios se refieren a dos planos de una misma realidad humana. Una, la física o la material, y la otra, la mental o los estados de conciencia. Robinson resume este ángulo de análisis: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen –y solo ese sujeto– tiene un acceso privilegiado a eso”, lo cual no quiere decir que todo lo del campo de la física pueda tocarse o, en su caso, ni siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas.
En otras oportunidades nos hemos referido a la pretensión del matemático Alan Turing de asimilar los ordenadores al ser humano, lo cual fue refutado por el filósofo John Searle vía el énfasis en el libre albedrío.
Finalmente, Pierre Lecomte Du Noüy –doctor en ciencias y en filosofía, en ambos casos por La Sorbonne– en El provenir del espíritu resume la trascendencia de la condición humana al escribir: “La negación del libre albedrío, la negación de la responsabilidad, la concepción del individuo como unidad puramente físico-química, asimilado a un fragmento de materia […] implica necesariamente la muerte del hombre moral, la supresión de toda espiritualidad”, y cifra sus esperanzas en que se abra paso cada vez con mayor énfasis en la dimensión que hace a la esencia de la dignidad del hombre. En resumen, en este contexto evitar los estragos de la ciénaga.
El autor completó dos doctorados, es docente y miembro de tres academias nacionales

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