1781: la bandera española en el lago Michigan o la olvidada conquista del fuerte San José
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A principios de enero de 1781, instigados por dos jefes indios aliados de la nación Milwaukee, el Heturno y Naquiguen, una heterogénea expedición de oficiales franceses, canadienses y milicias de colonos, a los que se le unen otros indios de las tribus de la ribera de los Ilinueses, parte de la ciudad de San Luis hacia el norte remontando el helado Misisipi que baja con grandes carámbanos de hielo desde los grandes lagos.
La comanda el capitán de la Segunda Compañía de Milicias de San Luis de Ilinueses, Eugene Pourée, por sobrenombre Beausoleil, con el objetivo de llegar al insignificante fuerte inglés de San José en el río del mismo nombre que desemboca un poco más al norte en el lago Michigan. Por extraño que parezca, y a pesar de que son indios nativos comandados por oficiales franceses y junto a colonos y canadienses, es una misión netamente española que tendrá importancia para la política internacional del Reino de España de Carlos III.
Unos 200 hombres que suben en las alargadas canoas de troncos de abedul, roble o álamo que han utilizado los indios nativos de esa zonas como los Potowatomi, los Ottawa o los Iroqueses desde hace siglos antes de la llegada de los europeos y que en ese gélido mes de enero llevan remeros como Amable Guion, de unos dieciséis años tan solo; Felipe Ribera, de dieciocho; Antonio San Francisco y el francés Luis Chile, ambos de veinticinco; José Marichar y Pedro Pepen, los dos de veintiséis; Jean-Baptiste Trudo, de treinta y cinco, y Nicolas Chorret, de cuarenta y seis, José Belhumor o José Luigó”, tal y como escribe Manuel Trillo en
Una increíble historia de no ficción que retrotrae sin embargo inmediatamente a esas novelas de aventuras como la célebre
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La dimensión de la historia del ataque del fuerte de San José es, sin embargo, algo más que una aventura fronteriza en los confines de la Luisiana española y la América británica, tal y como relata Manuel Trillo, ya que tiene de alguna forma implicaciones territoriales para la corona de Carlos III que van desde la isla de Menorca a Gibraltar, pasando por Campeche en la península de Yucatán; una pieza más de un juego global entre las grandes potencias del momento con disputas territoriales y batallas de un confín a otro del mundo.
¿Qué significado tiene entonces que Francisco Cruzat, que sí es español y gobernador de la Alta Luisiana en San Luis, organizase esa expedición? ¿Qué importancia tuvo y por qué se ha olvidado en España las gestas en lugares tan al norte del actual Estados Unidos como San Luis o el lago Michigan?
Manuel Trillo se pregunta a lo largo del libro efectivamente por qué la historia de los españoles en Norteamérica ha tenido tan poca repercusión. En realidad, no es tanto el hecho de que no se conociera, ni se le prestara atención académica, como que ha palidecido más bien frente a las de las posesiones de lo que ahora es América del Sur y Central o las mismas Islas Filipinas, por la indudable importancia que tuvieron para el Imperio Español de los siglos XVI y XVIII y más aún, hasta la actualidad. La presencia en norteamérica dejó en cambio una huella cultural infinitamente menor, que es necesario rescatar porque no es tan obvia.
Se manifiesta, por ejemplo, en la misma Nueva Orleans, la que fuera la capital de esa inmensa Luisiana y cuyo legado es en todo caso más francés que español, porque tal y como explica el mismo Trillo, “se trataba de un territorio descomunal gobernado por españoles y habitado por una población europea de origen francés en su inmensa mayoría, que conservaba no solo su idioma, sino también su cultura y costumbres”, según escribe en La Conquista española olvidada.
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El interés por la presencia española en norteamérica durante la formación de lo que ahora es Estados Unidos tuvo un importante acicate con la recuperación popular de la figura de Bernardo de Gálvez, verdadera personalidad española durante todo el periodo de la Guerra de la Independencia de los colonos americanos contra Inglaterra y en la que España junto a Francia fue aliada de los George Washington y Benjamin Franklin. Se debió en gran parte a las investigaciones de Manuel Olmedo, que descubrió en 2009 una carta en el Archivo de Indias enviada a Bernardo de Gálvez por el patriota Oliver Pollock, de origen irlandés y agente del Congreso de Estados Unidos en Nueva Orleans, en el que solicitaba que le envíe un retrato suyo con el objeto de promoverlo para su ubicación en el Capitolio.
La importancia de Bernardo de Gálvez gobernador de la Luisiana española entre 1777 y 1785 y que había luchado junto a George Washington, quedaba de manifiesto con ese honor hacia el español por parte de los fundadores de la República de Estados Unidos, honor que no se resarció hasta 2014, cuando se encontró el cuadro y se colgó en el Capitolio, donde sigue ahora. A partir de entonces creció el interés por la presencia y dominio español en lo que es el actual Estados Unidos y que se había circunscrito principalmente al ámbito académico.
La inmensa figura de Bernardo ‘Yo solo’ Gálvez, como se apodó entonces al español por su gesta en la Bahía de Pensacola obteniendo una victoria crucial contra los ingleses a favor de los colonos, se circunscribe en lo que es la Luisiana española, un enorme territorio en el corazón del actual Estados Unidos –que incluye Luisiana, Missouri, Arkansas, Kansas y partes de otros estados– y que la corona española obtiene como compensación a la Guerra de los Siete Años, en el Tratado de París (1763), en el que por otra parte se recuperan los puertos de La Habana y Manila de Gran Bretaña y se pierde la Florida, que se recupera más tarde en 1783.
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Esta Luisiana española es en la que se origina una aventura como lo es el efectivamente olvidado asalto al fuerte San José, pero también a otros episodios inmediatamente anteriores y conectados y que incluye Manuel Trillo, como es la heroica defensa de la ciudad de San Luis frente al ataque de los ingleses, comandada por otro español, Fernando de Leyba, tan sólo un año antes de esa expedición a los lagos.
Cedida en 1763 por Francia, no debe opacar en cambio cual es la verdadera presencia de España en Norteamérica, que se remonta varios siglos antes como es lógico, ya que antes y poco después de ese momento, España poseía la Florida española, –que es más grande que la actual península y estado ya que incluía también Alabama y otras partes– y por supuesto el inmenso Virreinato de Nueva España, ambos desde el siglo XVI, debido a las expediciones de Ponce de León o Hernando de Soto entre otros.
Es decir, que cuando se produce este episodio, el Reino de España posee la mayor parte del territorio actual de Estados Unidos, aunque en la práctica sea más bien sobre el mapa, ya que se trata de regiones inhóspitas, especialmente en el caso de la Alta California, en donde existen misiones fundadas por los españoles y religiosos pero en donde no hay una verdadera administración y ningún interés económico, a diferencia del vasto e increíble engranaje que suponía el mismo virreinato de Nueva España más al sur, en el actual México, o el de Perú por citar algunos.
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Así, la Conquista del Oeste, la verdadera colonización, se produce en el siglo XIX por parte de la joven nación estadounidense como han relatado ellos mismos en su particular épica fundacional que recoge el género del Western ¿Qué significaba entonces para España ese inmenso dominio en norteamérica?
Es lo mejor del libro de Manuel Trilllo, que no duda en descender al detalle de las particularidades de esas expediciones y sus contingencias con su actores bien definidos y sus dificultades a ritmo de aventura, como a ampliar el foco para entender el contexto más amplio de la presencia española en la Luisiana y su colaboración con los patriotas americanos en su Guerra de Independencia:
“Aunque el apoyo financiero y material a los rebeldes fue importantísimo, la corte española no tenía mayor interés en su independencia. Más aún, le inquietaban movimientos subversivos en sus propias posesiones en América, como el de Túpac Amaru. Pero veía con buenos ojos todo lo que fuera debilitar a su gran adversario y que contribuyera a sus verdaderos propósitos, como recuperar Gibraltar y Menorca, expulsar a los ingleses de Campeche y Centroamérica o hacerse con Jamaica y las Bahamas”, se lee en La Conquista española olvidada.
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Tras remontar el Misisipi durante el mes de enero, los hombres de Eugene Pourré, el Heturno y Naquiguen, toman el afluente Ilinueses –Ilinois–, y siguen por el norte hasta la tierras pantanosas de otro afluente el Teakiki, encontrando cada vez más nieve y hielo, para después dejar las canoas y atravesar un paso terrestre hasta el río San José, el mismo que encontró el explorador francés René Lasalle en el siglo XVI, porque esa zona de los grandes lagos fue explorada por ellos y formó parte de Nueva Francia.
Desde allí, tras otra pequeña travesía río San José arriba, el propio Eugene Pourré escribe: “Después de haber padecido cuanto se puede imaginar del frío, riesgo y hambre, durante el espacio de veinte días, llegó en fin nuestro destacamento a dos leguas de San José, donde acampó al anochecer”. No existe una gran batalla porque es un fuerte hasta cierto punto insignificante en ese momento que toma un contingente de apenas 150 hombres y en dónde hace años no hay ya casacas rojas. Los Potowami, tribu de la zona, han sido además advertidos de no influir en el asalto porque se les respetará y no habrá represalias.
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Según escribe Pourré y recoge Manuel Trillo en un documento ciertamente remarcable: “Hoy doce de febrero de mil setencientos ochenta y uno Nosotros Don Eugène Pourré, capitán de una de las compañías de milicias de los Ilinueses y comandante de un destacamento destinado a San José por orden del señor Don Francisco Cruzat, teniente coronel graduado de Infantería, comandante en jefe y teniente de gobernador de la parte occidental y distrito de los Ilinueses, hacemos saber a la posteridad, y a todos aquellos que vean las presentes cartas, que en virtud de la guerra declarada entre el muy alto, muy augusto y muy poderoso Monarca, y mi soberano Carlos tercero, Rey invencible de España (que Dios guarde) y Jorge tercero Rey de la Gran Bretaña, yo he entrado a mano armada este mismo día, mes y año a las siete horas de la mañana, a pesar de nuestros enemigos, que he hecho prisioneros de guerra, con un destacamento de ciento veinte hombres en el puesto de San José de la dependencia inglesa situado en la ribera derecha del río de este mismo nombre, que descarga en el lago Míchigan”.
El documento está en francés, pero en nombre de Carlos III, y aunque la toma del fuerte de San José fuera minimizada como simple represalia fronteriza por algunos historiadores estadounidenses, Trillo muestra documentos para una discusión crítica que plantea la importancia que tuvo para la diplomacia española traspasar de forma puntual el Misisipi y ondear la bandera en su ribera occidental, el punto más alejado en el que el Reino de España plantó su estandarte para la futura negociación de fronteras. En los albores del final del siglo XVIII, apenas treinta años de que todo empezase a desmoronarse, España era un gran imperio en donde una remota aventura había sido financiada y ordenada por un gobernador español para la consecución de los intereses territoriales del reino.
El Confidencial