Animales peligrosos (Dangerous Animals): Hasta las tripas todo es tiburón (***)

La casquería es el ejemplo más gráfico y universal que ha dado la cocina de cómo hacer de la necesidad virtud. En momentos de crisis, o solo de hambre, se toma la decisión de romper algo así como un tabú y todo lo que antes era despojo se convierte en alimento. Tripas, morros, cerebros, sexos, sangre y otras partes blandas, al puchero. Y, de repente, y para sorpresa de la concurrencia educada, un manjar. Suele pasar. Dangerous Animals se podría considerar, por seguir con el menú gastronómico, toda una delicia casquera. La idea es bien sencilla: convertir los últimos remanentes (muchos de ellos de sobra masticados, digeridos y hasta vomitados) del cine más felizmente sangriento en un plato tan creativo como disfrutable. No diremos alimenticio (va sobrado de colesterol), pero sí muy divertido.
El australiano Sean Byrne, que ya probó una fórmula parecida en Cita de sangre (2009), se limita a mezclar el modelo más clásico de asesino en serie con el no menos redundante esquema de criatura abisal hacedora de viudas y viudos. Ahora que se cumplen 50 años de Tiburón de Spielberg, qué mejor homenaje. Así las cosas, el perturbador marinero obsesionado con los escualos al que da vida de manera tan fiel como perturbadora Jai Courtney vive entregado a dar de comer a sus pequeños. Y así hasta que se cruce con una surfista respondona (Hassie Harrison) que, como es de prever, no está por la labor ni de alimentar a nadie ni de que le expliquen cómo hacerlo. Lo que sigue es un ejemplo de cine entregado a la titánica labor de, en efecto, hacer de la necesidad virtud. Es decir, pura delicia casquera.
La estrategia de Dangerous animals consiste básicamente en subrayar y hacerse fuerte donde por regla general el cine de su rango, género y condición acostumbra a pasarse en la cocción. Se trata no solo de confeccionar unos atractivos momentos de tensión sangrienta y supurante (que también), sino de dibujar unos personajes lo suficientemente perversos e interesantes para que primero nos inquieten y luego, llegado el caso, nos obsesionen incluso. Tanto la heroína, ajena a cualquier amago de condescendencia (lo contrario al lugar común de la damisela en apuros), como el villano, un epicúreo admirador de la fuerza de la naturaleza, están ahí para romper los tabúes que con tanto ha esmero ha combatido precisamente la cocina a base de vísceras y otros desechos. A su lado, tanto la fotografía de Shelley Farthing-Dawe como los exuberantes efectos digitales tan increíbles como delirantes de tiburones acróbatas acaban por configurar un hipercalórico menú tan intrascendente si se quiere como gozoso. Y no lo duden, engorda.
El resultado es lo que es: una inteligente y muy loca combinación del hambre con las ganas de comer. Casquería fina.
--
Dirección: Sean Byrne. Intérpretes: Hassie Harrison, Josh Heuston, Jai Courtney, Rob Carlton. Duración: 93 minutos. Nacionalidad: Australia.
elmundo