Caos y “decencia” en la alfombra roja de Cannes

Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La crisis de la idea misma de la alfombra roja, ese espacio en el que el cine y la moda encontraron una forma de expresión primero y una rentable alianza después, se evidenció de forma dramática en las primeras horas del 78ª festival de Cannes. La prohibición por parte del certamen francés del uso de vestidos voluminosos, que entorpecen la entrada a las sesiones de gala, y sobre todo, el polémico veto por una cuestión de “decencia” de la “desnudez” en los vestidos de las invitadas pilló a todos por sorpresa, y convirtió la gala inaugural en un caos para las actrices y sus estilistas, que tuvieron que correr ante los cambios de última hora.
Nadie improvisa el vestido que lleva a un estreno en la Croisette, muchos de ellos confeccionados a medida o directamente provenientes de la alta costura. Requieren meses de trabajo y varias pruebas antes de lucirse. Las casas de moda llevan pensando desde febrero en los looks de Cannes. Y estamos en Francia, donde la moda, además de una industria millonaria, es un orgullo nacional. ¿Por qué entonces se anunció tan tarde la medida? ¿A qué se refiere exactamente la palabra “desnudez”? ¿Quién decide qué es y qué no es “decente”? Desavisadas o no, había invitadas anoche con vestidos muy voluminosos y otras con transparencias que dejaban ver sus bragas. ¿Bragas, sí, pero pezones, no?
El festival matizó en un correo electrónico enviado anoche a este periódico que ambas normas hace tiempo que están “en funcionamiento”, y que solo este año se han hecho “explícitas”. En lo referido a la desnudez, añadieron el adjetivo “total”, que no aparece en la carta original, y aclararon que en esta edición se limitan a cumplir con “el marco institucional del evento” y con la “ley francesa”.
En cuanto a los vestidos voluminosos, el correo indica que se reservan el derecho de admisión de quienes con la elección de sus trajes obstruyan el movimiento de otros asistentes.
Lo cierto es que las alfombras rojas llevan mucho tiempo desmadradas por su masificación. A las actrices y modelos se suman ahora todo tipo de influencers y, vista la competitividad, se ha ido imponiendo llamar la atención a toda costa (de los 15 minutos de fama hemos pasado al odioso minuto viral). A veces se llama la atención con gracia, otras, con ostensible mal gusto. Cannes ha contribuido a ese circo, aceptado por todos, como pocos. Quizá el caballo estaba desbocado y este frenazo tiene sus razones, pero resulta preocupante que llegue en un país en el que la libertad y seducción del cuerpo femenino fueron siempre bandera.

Todos recordamos las imágenes de las pin-ups en la playa de la Croisette desafiando las reglas morales de los años cincuenta y sesenta. El topless forma parte del ADN de esta costa. Por otro lado, la moda del nude dress no es ninguna novedad, lleva tiempo mandando en las pasarelas. Las chicas salen vestidas con transparencias en todo el mundo. El año pasado Charlotte Gainsbourg y Bella Hadid llevaron vestidos de Saint Laurent que dejaban ver su cuerpo. No fue escandaloso. Tampoco una sorpresa.
Estos nuevos límites —que, de momento, han obligado a Halle Berry, miembro del jurado, a cambiar sus primeros looks— se suman a los que hubo hace unos años con los zapatos planos —entonces, prohibieron la entrada a una mujer por no llevar tacones, al año siguiente varias actrices decidieron ir descalzas, y el festival reculó— pero lo hacen en un momento delicado, al sumarse al puritanismo de Silicon Valley (que la tiene tomada con la exhibición de los pezones femeninos) y cuando una ola reaccionaria está haciendo temblar al mundo.
Hasta hoy Cannes prohibía acudir a las galas con zapatillas deportivas y bolsas grandes (tote bags); se exigía el esmoquin a los hombres; y se recomendaba el socorrido “little black dress” a las mujeres. Pero el inicio de la 78º edición de este festival quedará como el de la “decencia”, un código moral inimaginable y que, una vez más, solo afecta a un cuerpo colectivo, el de las mujeres.
EL PAÍS