El futuro del arte y los museos en la era de la IA, a debate

“Hemos inventado una nueva forma de arte”. Así de contundente se mostraba el artista digital Refik Anadol en la inauguración, en marzo en el Guggenheim de Bilbao, de su última exposición, creada con inteligencia artificial. Sonó exagerado, pero en el corazón de esa afirmación latían preguntas que el mundo del arte se hace desde hace un tiempo: ¿qué papel tendrán los museos en un mundo atravesado por la IA, la realidad virtual y otras tecnologías emergentes? ¿Dónde queda la figura del artista? Estas preguntas fueron el eje central de dos eventos recientes que reunieron a las personalidades más importantes del sector: Next In Summit, que juntó a expertos en arte, tecnología y gestión cultural en Madrid; y el Abu Dabhi Cultural Summit, que hizo lo propio en el emirato árabe. Dos foros donde los grandes protagonistas del arte mundial exploraron cómo estas herramientas están transformando la forma en que conservamos, interpretamos y experimentamos el arte.
Punto crítico de visitantesUna de las charlas más interesantes en el Next In madrileño (organizado por Acciona Living & Culture, la división cultural del grupo Acciona) juntó a los directores de dos de los más importantes centros del mundo, Glenn D. Lowry, del MoMA de Nueva York, y Miguel Falomir, del Prado, que dejaron claro que el futuro de los museos pasa por interactuar con esa gran mayoría de gente que no puede visitarlos. “Mi interés en la IA radica en las formas nuevas de experimentar el mundo que nos rodea, los museos, los objetos...”, señaló Lowry. “El MoMA tiene tres millones visitantes y 40 que siguen e interaccionan en las redes sociales. Hablamos a gente de generaciones muy distintas, a los que nos tenemos que acercar”, agregó. “Estamos cerca del punto crítico de visitantes, podemos subir un poco, pero no mucho”, señaló Falomir, “así que toda posibilidad de crecimiento es digital”. “Por eso la IA es buena para hacer mejores y más profundas relaciones con el público”, añadió Lowry: “La relación entre lo real y lo digital no colisiona, la tecnología nos hará coincidir esos dos mundos. En este nuevo reino, la capacidad de responder a la audiencia es donde está el verdadero potencial”.

“No existe una ley de Moisés que diga que los museos sigan como son hoy”, señaló Lowry. Hace dos semanas el Prado inauguraba una nueva forma de relacionarse con sus seguidores que ejemplificaba esa frase: un juego hecho con una IA especializada en contar figuras —en colaboración la start-up española Sherpa.ai— en el que la gente debe acertar el número de angelotes en Ofrenda a Venus, de Tiziano; o tratar de adivinar si hay más figurantes en La Procesión de gremios o en La procesión de Nuestra Señora del Sablón.
Otra charla en Madrid versó sobre museos híbridos. Mariët Westermann, directora y CEO del Guggenheim neoyorquino, apuntó que ese centro “es el primer museo inmersivo, con su forma de espiral, con un solo espacio”. Westermann destacó otro punto central: “Hay que fijarse en la hibridación generacional: usar redes y plataformas, atraer a la juventud a través de su participación”. “Las fuerzas tecnológicas están dando forma al mundo de la misma manera que en el pasado lo hicieron las fuerzas militares o económicas”, señaló José Luis Vicente, director artístico del DHUB de Barcelona, que puso ejemplos de obras que usan de forma contraintuitiva la tecnología más puntera. “Los macrodatos son una herramienta más para trabajar”, dijo. Por ejemplo, con obras de su museo que usan Imagenet, un proyecto para identificar caras, presente en aeropuertos y muy usado por las autoridades. O la obra Oficina ciudadana de memorias sintéticas, que crea con prompts (algo así como las preguntas o instrucciones que se le plantean a una IA para que reaccione) recuerdos falsos. Vicente dio otra de las claves de la cita, a la que los centros deberían atender: “En los museos y centros hay que ir incorporando personal capaz de la preservación digital”.

“El arte digital nació antes de internet”, recordó Ana Brzezinska, comisaria independiente de arte inmersivo, en una charla sobre las nuevas formas de interacción en los museos. “E influyó sobremanera en el mundo tecnológico de hoy. Por eso tenemos que estar atentos al arte en realidad virtual de hoy. Y hay que hablar con las instituciones, para que vayan teniendo un espacio para estas obras. La realidad es un patio de juego, y la audiencia quiere ser tratada así, ser parte de la experiencia”. Brzezinska intervino en una mesa muy interesante: Qué puede aprender el mundo de la cultura del mundo del entretenimiento, en la que también estuvo Andrea Salazar, jefa de producción de la compañía de teatro inmersivo Punchdrunk, en el que el público usa tiene cascos y se mueve por los escenarios mientras escucha las distintas historias que se representan. Del mundo digital intentó enseñar su expertise en esa misma mesa redonda Amy Jenkins-Le Guerroué, de la compañía de videojuegos Ubisoft, que señaló que la tecnología usada para sus juegos, como Assassin’s Creed, está “cada vez más presente en museos y colegios”.
Cambiar la experiencia física“La inteligencia artificial ha sido un cambio de juego para la creación de contenido”, explicó Ryan Wineinger-Schatti, de la división de parques temáticos de Disney. “La IA es inevitable, y hacerle un hueco en nuestra vida es crucial”, defendió. “Pero”, continuó, “un espacio físico es irreplicable. Tener un lugar donde ir a compartir experiencias se revalorizará estos años. Los museos tienen una conexión emocional con la comunidad. Hay que pensar rompiendo esquemas. Puedes respetar la integridad del arte y a la vez entretener”. Para eso, precisamente, el propio Walt Disney se inventó un palabro, eduteinment, education + enterteinment. Winston Fisher, de Area 15, el distrito de eventos inmersivos de Las Vegas, abundó en el tema de la IA: “El tratamiento de datos que podemos tener hoy cambia por completo, es aterrador en cierto sentido, pero debemos usarlo con inteligencia”. Carlos Carrión, del museo del Real Madrid, también presente en la charla, señaló: “No se puede llevar a todo el mundo al espacio físico, en nuestro caso el museo y el estadio, pero estas tecnologías acercan la experiencia y están llegando al nivel de dar la sensación de estar allí realmente”.
Un evento así no tendría sentido sin un asidero físico: en el campus de Acciona hubo una carpa, ART MASTERS: A Virtual Reality Experience, creada por Acciona y el Prado, donde los visitantes, con gafas de realidad virtual, se metían en los secretos de cinco grandes obras maestras de la colección del museo. Es una de las experiencias inmersivas más punteras del mundo, que viajará a China los próximos meses. Hubo muchas más cosas en el Next In: ponencias sobre ecosistemas sostenibles; una exposición crítica con el arte digital, y muy interesante, a cargo de Rafael Lozano-Hemmer; museos resilientes, la redeficinición de la agenda cultural de Arabia Saudí... pero sobre todos, una idea central: más allá de las salas físicas, los museos del futuro parecen encaminados a convertirse en espacios híbridos, interactivos y profundamente personalizados, donde la tecnología no reemplaza la experiencia humana, sino que la amplifica.
IA en el GolfoAl evento de Madrid le dio el relevo el Culture Summit, en Abu Dabi, un evento organizado por el Departamento de Cultura y Turismo de Abu Dabi en el que más de 150 creadores y gestores debatieron sobre la materia los días 27, 28 y 29 de abril. Lo primero que quedó claro es que el arte y los museos del futuro tendrán, evidentemente, un entramado institucional alrededor. A la cita emiratí acudió una veintena de ministros de Cultura, entre ellos el español Ernest Urtasun, que avanzó un posicionamiento que hizo explícito luego de forma oficial: la petición a la Comisión Europea de revisar el borrador del Código de Buenas Prácticas de la IA por “socavar la propiedad intelectual”. En ese panel ministerial, el costarricense Jorge Rodríguez Vives subrayó que “el algoritmo puede generar, pero solo los humanos pueden abrazar y transmitir esa creatividad”. Y la ministra chilena, Carolina Marzán, sostuvo que la IA “abre preguntas éticas y humanas. No puede ser una devaluación del trabajo artístico. Debe ser ética, remunerada, y transparente a la hora de usar obras con propiedad intelectual”, y apuntó en la línea de Urtasun: “Ha de haber una regulación para asegurar que el modelo de entrenamiento acaba remunerando al creador”.
A lo largo de los tres días, el uso de la IA se trató desde la escritura, la pintura o el cine. Karen Palmer, narradora de historias, condensó el futuro de la creatividad en una frase muy certera, después de señalar que la animación hoy (en 3D) “no es menos creativa que la animación a mano, ni la musa con ayuda electrónica es menos creativa”. Dijo: “Los artistas deben asumir que, además de creadores, son desde ya curadores, porque tendrán la responsabilidad de usar o no, y de qué manera, la IA; tendrán que debatir consigo mismos hasta dónde usarla”. Sobre el uso de IA, hubo una charla específicamente para debatir si los gobiernos deben regularla para compensar a los creadores. “No podemos regular algo que no sabemos a dónde nos lleva, pero debemos tener principios. La clave es: si haces dinero, debes pagar una parte”, señaló sir William Sargent, asesor del gobierno británico precisamente en regulación de IA.
Palabra de artistaUn foro así no tendría sentido sin los creadores. A Abu Dabi acudieron arquitectos como Frank Gehry, músicos como la leyenda Herbie Hancock (“Sencillamente, si la IA es más lista que nosotros, usémosla”, dijo tras mostrar un vídeo de cómo alababa la tecnología musical en los ochenta junto al productor Qincy Jones), y artistas como el propio Refik Anadol, LuYang, Mark Salvatus, Sofía Crespo, Yunchul Kim, Mircea Cantor, Ralph Nauta o Paweł Althamer, muchos de ellos en plena lucha por integrar las nuevas tecnologías en su arte, y que dieron diversos talleres abiertos al público.

La cumbre emiratí tuvo lugar en el que está llamado a ser uno de los centros del arte global en los próximos años: la isla de Saadiyat, en la que ya se encuentra el Louvre y donde se están construyendo, entre otros, un Guggenheim. A pocos metros de la cita, en la misma isla, acaba de abrirse un edificio que cristaliza todas esas cosas: el teamLab Phenomena, un museo de arte digital en el que se exhiben obras del colectivo japonés teamLab (fundado en 2001) y que cuenta con distintas y muy exitosas sedes expositivas en todo el mundo. El Phenomena ejemplifica la intersección entre arte y tecnología: laberintos de espejos cuyas paredes, casi imperceptibles y llenas de proyecciones, suben y bajan a medida que el visitante se acerca a ellas; salas que replican cuevas en las que las que el visitante puede interactuar con las figuras proyectadas en las paredes; esculturas flotantes hechas de luz con la intersección de varios proyectores… una forma de entender el espacio y la obra que carecería de sentido sin el uso de tecnología. “Es una nueva forma de crear: somos equipos multidisciplinares que trabajamos jugando, construyendo partiendo de la premisa de que no existe una respuesta correcta, y de que esta tecnología está a nuestra disposición para fomentar la creatividad”, comentaba a EL PAÍS en un taller artístico Takashi Kudo, artista miembro de teamLab y su director de comunicación. Al público parece gustarle la propuesta: con 2.504.264 visitantes en un año el teamLab de Toyosu, en Japón, batió en 2024 el récord Guinness del museo dedicado a un solo artista o colectivo más visitado de la historia, por encima del Van Gogh de Ámsterdam o del Picasso de Barcelona.
Quien esto firma visitaba ese museo emiratí en el mismo momento en que España sufría el gran apagón del pasado martes. ¿Qué pasaría sí, como en España, se sufriera un apagón? “Hay que señalar que la mayor parte de estas obras son muy sostenibles y respetuosas con el medio ambiente. Contrariamente a lo que se puede pensar, la mayor parte de estas obras consume muy poco. La instalación que tenemos en Bilbao, en el Guggenheim, gasta cuatro cargas de iPhone para mantenerse un año”, contestó Refik Anadol. Es decir, no hay que preocuparse. El arte seguirá, aunque se vaya la luz.
EL PAÍS