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El joven fotógrafo colombiano que ganó la primera residencia artística de Leica

El joven fotógrafo colombiano que ganó la primera residencia artística de Leica
Gregorio Díaz Díaz Granados, artista audiovisual y fotógrafo bogotano, de 29 años, se duele de que su tío Hernán Díaz, poderoso referente de la fotografía en Colombia, no esté hoy a su lado para celebrar con un estrecho abrazo el logro especial que está disfrutando: ser el elegido de la primera residencia mundial de la centenaria firma Leica, que tuvo lugar en Ciudad de México, entre el primero y el 30 de junio de 2025.
Quizás el espíritu de su recordado tío se haya manifestado en su sobrino, cuando hace dos años, en un viaje de turismo con su pareja, por la capital mexicana, ingresó a una tienda Leica, y entre antojos del fascinante muestrario de cámaras fotográficas (cuyos precios oscilan entre 30 y 35 millones de pesos colombianos), se consoló con adquirir la revista de la casa. Después de darle un vistazo, le murmuró a su amada: “Algún día voy a salir en esta publicación”. Y así sucedió.
Gregorio comenta efusivo la fortuita anécdota en la sala de su amplio apartamento ubicado en la pepa del tradicional barrio Teusaquillo (sobre la avenida 32).
Allí, apoltronado, Díaz expone al visitante parte de su trabajo fotográfico realizado en Bogotá, y el concebido en la residencia de la capital mexicana, en sus correrías por el centro de la urbe, que es una explosión de color y memoria histórica, y del registro al paso de camello voyerista por las colonias Coyoacán y Escandón, y las vecindades de plaza Garibaldi.
De Salmona a Hopper
‘Instrucciones para inventar una ciudad’ se titula la muestra del lente bogotano,favorecida por Leica, que acogió con beneplácito Luciana Sánchez, directora de la galería Proyecto H, en el exclusivo sector de Polanco, en el D. F. mexicano.
Del material recaudado en Bogotá y Ciudad de México, en la obra de Díaz Granados se detecta una visión intrínseca de autor, que marca una línea revolucionaria que rompe con la fotografía de ciudad predecible, turística y de catálogo.
Como en Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, Díaz Granados construye una poética mercurial de la metrópoli, que incita a la imaginación del espectador, a su lectura introspectiva. Les hace guiños a las perspectivas insondables del mexicano Manuel Álvarez Bravo; a los claroscuros del húngaro André Kertész; a la inspiradora geometría de Rogelio Salmona y al genio holandés Piet Mondrian; quizás la influencia más ceñida al joven fotógrafo bogotano, sin descartar la cuota melancólica en los óleos de la urbe neoyorquina de Edward Hopper.
“Es que mi frustración es no haber sido pintor”, tercia el fotógrafo.
Pero pinta con la cámara, y está joven. Luego de su premonición en Ciudad de México, ¿cómo logró la residencia Leica?
Entré en contacto, por redes, con Carol Körting, fotoperiodista colombiana, residente en Alemania, editora de Leica Fotografie International. Le di a conocer mi trabajo. Se interesó. Su intención era que yo saliera en la revista (como decretando lo que se vendría), pero para ello me prestaron un equipo, con el que hice fotos callejeras en Bogotá, durante tres meses.
Körting, que les ha dado la mano a varios fotógrafos colombianos (Charly Cordero, Santiago Mesa, Felipe Romero Beltrán), también me extendió su mano. Me dijo: “Lo primero que vas a hacer, para que te conozcan, es ir a un evento que se va a dar en Leica México, en Bogotá. Te voy a incluir en la lista de invitados.
Llegó la fecha del evento con varios fotógrafos colombianos, entre ellos Federico Ríos, que trabaja para The New York Times (ganador del World Press Photo por su cubrimiento de los migrantes del Darién). Él y Manolo Márquez, profesor de fotografía y director de Leica Gallery Mexico, revisaron portafolios.
En marzo, Manolo (Márquez) me dio la gran noticia de que se había concretado el proyecto. Es decir, la residencia en México, la primera de su tipo en el mundo, y que, en alianza con la Galería Proyecto H, tendría la oportunidad de exponer por espacio de un mes. Esta galería había recibido artistas plásticos y ceramistas, pero conmigo era la primera vez que le abría las puertas a un fotógrafo. Y colombiano.
“Mi segunda exposición en México se inauguró hace tres semanas, y se llamó ‘Laberinto del asombro’, porque hace referencia a dos cosas: la primera, una retrospectiva a ‘Mi cámara en el laberinto’, la primera exposición retrospectiva de mi tío Hernán (Díaz), que se inauguró en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, en 1974. La segunda es una reflexión sobre el asombro, y la capacidad de no perder la mirada cotidiana de los seres y los elementos que componen una ciudad”.
El cuarto oscuro
El destino propone y el talento dispone, y más cuando te crías en un círculo familiar de intelectuales y creativos vieja guardia, como el abuelo Ignacio Díaz, sabio libanés (pero del Tolima Grande), el tío Hernán, que crio a los mellizos Jorge y Álvaro (padre de Gregorio), todos de cámara por delante, incluido en la parentela Rafael Moure, compañero de vida y de lides artísticas del maestro Hernán, la “dupla excepcional”, como quedó registrada dicha unión en el ámbito cultural colombiano.
Díaz le hace un paneo a la nostalgia de sus tiempos de infancia, entre químicos de revelado, la magia del cuarto oscuro, cartapacios de contactos y cámaras analógicas, de pequeño y gran formato, que le dieron sus primeras luces en el arte, desde las aulas del bachillerato “De niño veía a mi abuelo y a mi abuela tomar fotos y revelar en el laboratorio que ellos acondicionaron en la casa. Mi abuelo quería que Hernán fuera proyeccionista, y le compró un proyector, pero Hernán se decidió por la fotografía, y fue afortunado desde el comienzo con sus primeras cámaras Leica, y una Rolleiflex M3, para sus retratos, con las que viajó a México, en 1966, y luego en Nueva York.
“Mi papá absorbió conocimiento de mi tío Hernán, pero se interesó más por la fotografía publicitaria, con una cámara de 4 × 5. Yo me metía en la caperuza a explorar en ese mundo misterioso. Mi papá me llevaba los fines de semana a la casa de Hernán, en Niza, donde me hablaba de sus influencias en el mundo de la fotografía: los norteamericanos Irving Penn y Richard Avedon, y el francés Henry Cartier-Bresson. En Bogotá crecía su órbita intelectual y artística, que abanderaba la crítica argentina Marta Traba. De mi tío Hernán recibí como regalo mi primera cámara fotográfica: una Lumix compacta, pequeñita. La llevaba al colegio para hacer fotos específicas, del anuario, por ejemplo. Terminada la secundaria, me fui por año y medio a estudiar Cine a Buenos Aires. Llevé la cámara de mi mamá, una Canon A1. Fue en Argentina donde me di cuenta de que mi pasión era la imagen.
“La carrera de Cine la terminé en Bogotá, en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, con el maestro Santiago Trujillo, hoy secretario de Cultura del Distrito. Mi papá tenía claro que lo mío era la fotografía. En 2015 me regaló mi primera cámara semiprofesional, una Canon digital (hasta los veintiún años utilicé cámara analógica). Entonces me lancé a la calle, el centro, Teusaquillo, el barrio Armenia, escenarios ideales para tomar fotos.
“En 2020 encontré un estilo. Me percaté de que la fotografía callejera es un género en sí misma, desde la concepción del arte, y de un aprendizaje ilimitado. Participé en exposiciones colectivas, en Bogoshorts, en el proyecto Fragmentos de Calle, del Distrito Cultural San Felipe; trabajé como coordinador audiovisual en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, con Claudia Hakim, quien fue muy generosa conmigo; estuve en la Feria del Millón, de 2024, donde ella adquirió una obra mía.
“Ahora estoy trabajando con el Museo de Bogotá”, avanza en su relato Díaz, esta vez ubicado en el espacio del comedor, de cuyas paredes cuelgan La ola y las cosas sin importancia, bodegones de su tío Hernán, y de su firma, la fotografía del edificio Oxxo, de la calle 45 con carrera 16, “el Mondrian bogotano, lo llamo yo”, concita.
¿Qué lectura hace de Bogotá cuando fija su ojo clínico en la cámara y empieza a disparar?
Al contrario de lo que se ha dicho, de que Bogotá es gris, una de mis inquietudes es que es colorida, como cualquier ciudad de América Latina. Justamente, uno como fotógrafo lo que quiere es organizar y darle sentido a ese caos. En últimas, la cámara lo que me permite es relacionarme con el mundo y dar una lectura propia de la realidad, con un concepto abstracto de imágenes mudas (entre comillas). Tomo prestada la frase de mi tío Hernán: “Mi libertad como artista llega a las cuatro líneas del encuadre. Lo demás lo hacen los demás: el curador, el crítico, el periodista, el espectador”. Mi interés no es crear una verdad sobre la fotografía. Mi interés es hacer fotos”.
¿Cómo le ha ido con el retrato?
Cursé un taller con Ruven Afanador, en la Tadeo. Me ayudó a creer y a crecer como fotógrafo. He hecho muchos retratos, sobre todo en el Mambo, con cantidad de artistas, y de alguna manera, así me vi reflejado y familiarizado con la obra de Hernán Díaz. El siguiente paso es hacer fotografía análoga, medio formato, retrato.
Porque en el retrato también está lo que he hecho en fotografía callejera bogotana, de arquitectura, fotografía social, de producto, algo de moda. Hice muchas fotografías del estallido social, pero con el cuestionamiento de no encasillarme en la fotografía del horror y la miseria.
¿Conserva el espíritu del Aureliano Segundo, como lo transfiguró a usted el artista Óscar Perfer para la serie ‘Reflejos de Macondo’?
Le agradezco a Óscar haber sido retratado para esa serie. Han sido los mejores retratos que me han hecho. Me acompaña el espíritu de Hernán Díaz, y sobre todo la frustración de no haberle podido decir: “Oiga, tío, soy fotógrafo, y voy a exponer en Leica”.
¿Después de su logro con Leica, qué viene ahora?
Estoy trabajando en mi primera publicación a manera de fotolibro. También organizando el proyecto de mi primera exposición en Bogotá.
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