Freda Sargent: el secreto mejor guardado del arte colombiano. Esta es su entrevista en la Revista BOCAS

Freda Sargent cumple 97 años el próximo 16 de agosto y a su edad, con la misma entrega que les ha profesado a sus pinturas y a sus esculturas en terracota, sigue trabajando en su prolífica obra. Nació en Londres, creció en el condado de Kent, conocido como ‘el jardín de Inglaterra’, y esos recuerdos de su pasado, rodeada de naturaleza, han sido recurrentes en sus pinturas. Hizo una maestría en el Royal College of Art de su ciudad natal y estudió en París auspiciada por el gobierno francés. En la Ciudad Luz conoció a Alejandro Obregón, se enamoraron y de su mano llegó a Colombia, el país que en el 2022 le entregó la Cruz de Boyacá. Esta es la historia en la Revista BOCAS de una artista excepcional.
Un libro de pasta dura, publicado por Ediciones Gamma, ha sido mi brújula para acercarme al universo de la artista inglesa Freda Sargent (Londres, 1928). Es martes en la tarde, oprimo el timbre de una casa en la localidad de Barrios Unidos, en Bogotá, y Omaira Guerrero, una mujer que lleva 54 años trabajando con Freda, me abre la puerta. Me cuenta que la incansable artista inglesa —que es parte de la colección de Tate Gallery y lleva más de media vida en Colombia— se maquilla sola, que la paleta de colores de sus cosméticos se compone de tonos mostaza y palo de rosa, y que no recuerda haberla visto hace mucho tiempo con las uñas o los labios pintados de rojo. “En salud ella me gana a mí. Es muy activa, si no está leyendo está pintando o tocando la guitarra, incluso los domingos”.
Subo al segundo piso, al taller, y Freda está acompañada de su gran amigo Camilo Chico, asesor y curador de mi brújula. La conversación inicia cuando Freda nos muestra sus nuevas esculturas en terracota: un par de perros de mirada profunda. Nos dice que no está satisfecha con el cuerpo de los cuadrúpedos, que debe definir una pata, pero Camilo y yo los encontramos encantadores y, fascinados con los ojos de las pequeñas figuras, le decimos que los deje como están. “Freda tiene una autocrítica permanente, que es muy importante en los artistas. Después de que sus obras salen del estudio ella siempre llama inquieta a preguntar cómo me siento con los cuadros y si tengo alguna observación”, me dice Luis Fernando Pradilla, su galerista desde hace casi veinte años.

Autorretrato de Freda Sargent Foto:Autorretrato
Las manos de Freda me sorprenden. A sus 96 conserva las articulaciones perfectas, sin ningún atisbo de artritis. Las falanges son finas, estiradas y hábiles, y sus uñas cuadradas y esmaltadas me recuerdan a las de mi abuela paterna, que aun estando en su silla de ruedas, y sin salir ni a la esquina, recibía cada quince días a la manicurista en casa. Con destreza, durante varios años, Freda tocó la flauta dulce. Ahora, por asuntos del sistema respiratorio, dejó de practicar, pero los sucesos de la vida y del entorno nunca han sido un impedimento para ella. Cambió el instrumento de viento por la vibración de las cuerdas de una guitarra y, por fortuna, su oído sigue siendo exquisito. Tiene casi toda la discografía de Bob Dylan, adora la música de cámara —Franz Schubert es uno de sus compositores favoritos— y el jazz de John Coltrane. En su época de docente, las clases de Freda se caracterizaban por sus lecturas en voz alta de poesía y porque al momento de la práctica tenían siempre una banda sonora de fondo. Seamus Heaney, William Butler Yeats y Wystan Hugh Auden son sus poetas de cabecera, y con frecuencia regresa al libro Los sonetos de Shakespeare.

Freda fue retrata por uno de los grandes retratistas colombianos de todos los tiempos. Foto:Hernán Díaz / Cortesía Rafael Moure
Durante la entrevista, Mateo Obregón, su único hijo, le marca al teléfono por videollamada desde Escocia. Hablan varias veces al día por WhatsApp, y de la misma manera se comunica con Stella, su hermana gemela —que también es artista—, quien vive en Londres. El tocadiscos y los vinilos están en el primer piso, pero en su taller tiene un radio donde sintoniza emisoras y acude a YouTube, en el computador, para acompañar sus sesiones de trabajo con música.
Alguien me dijo alguna vez ‘no hay un color feo’. No recuerdo quién me lo dijo, pero es cierto. Lo que sí hay son colores mal usados.
Después de ganarse una beca para hacer una maestría en Londres en el Royal College of Art y graduarse con honores de la que entonces era considerada la academia más prestigiosa de arte en Europa, donde también estuvieron David Hockney y Henry Moore, el gobierno francés le otorgó un subsidio para vivir y continuar sus estudios en pintura en París, donde conoció, se enamoró y estableció una profunda relación con Alejandro Obregón. Vivieron juntos en la Ciudad Luz hasta que Freda ganó la beca Abbey del Prix de Rome, viajaron a Italia, pasaron una temporada en Capri y durante un año estuvieron en Alba, en el sur de Francia.
En 1959, a los 31 años, Freda llegó por primera vez a Bogotá a acompañar a su marido en la presentación del mural de Obregón que se encuentra en la hemeroteca de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Al verlo casado con una mujer hermosa que paraba tráfico, y que además contaba con un talento desbordado, a Marta Traba, la crítica argentina que en ese momento dominaba el panorama de las artes plásticas en Colombia, le hirvió la sangre e impidió que Freda continuara con su promisoria carrera artística asegurando que en una familia solo podía haber un pintor, y que la estrella sería Alejandro. “A Marta no le pudo gustar eso. Actuó desde los celos tanto sentimentales como profesionales, porque al mirar la obra de Freda uno se da cuenta de que es una gran pintora. Siempre lo ha sido. Realmente conocía su oficio divinamente. Marta sí estuvo enamorada de Obregón, yo creo. Pero eso no lo puede probar uno. Es muy difícil. Pero sí es verdad”, apunta el curador e historiador del arte Eduardo Serrano.

Freda Sargent, según el crítico Eduardo Serrano, sufrió los celos enfermizos de Marta Traba. Foto:Sebastián Jaramillo / Revista BOCAS
Freda no sabía lo que era el machismo porque su vida había transcurrido en Europa en términos de igualdad. La economía de la pareja era precaria, Mateo acababa de nacer y Alejandro ya tenía tres hijos mayores que mantener. Freda siempre consideró que los niños eran lo más importante y aceptó quedarse en la casa pintando retratos por encargo y dictando clases para ganar algo de dinero.
Millones de veces se ha dicho que Freda le enseñó a pintar a Obregón. Eso puede ser muy cierto. Pero las dos obras son muy distintas. “El trabajo de Freda tiene cierto carácter femenino, delicado y terminado, nace de la sensibilidad, mientras que Obregón fue de brochazo grande e intempestivo, de improvisación. Él pintaba desde los hígados, su obra es profundamente visceral”, explica Serrano.
Después de separarse de Obregón, en 1970, Freda expuso por primera vez en Bogotá, en la Galería Belarca, cuando su obra ya hacía parte del acervo de la Tate Gallery y de la Colección gubernamental de arte del Reino Unido. “¡Es una colorista estupenda! Siempre que Luis Fernando Pradilla la expone en la Galería El Museo voy, y cada vez me sorprende más el trabajo de Freda. La dulzura y la tranquilidad que ella irradia se reflejan en sus terracotas y en sus lienzos. Tiene una profunda sensibilidad y un profundo compromiso con la pintura y con el color”, me dice Alonso Garcés, el primer galerista que representó a la artista inglesa.
Durante varias décadas la obra de Sargent ha estado opacada por la sentencia “Freda le enseñó a pintar a Obregón”, lo que le entregaba el dudoso mérito de haber sido un peldaño esencial para la gloria de su exmarido, pero también cerraba de tajo el valor de sus pinturas. El comentario la borró y su propuesta artística quedó empantanada por una incómoda sombra de cóndores y barracudas. “Se me convirtió en una obsesión visibilizar a Freda porque mi mamá (Ana Mercedes Hoyos) siempre me había dicho que era muy buena pintora. Pero cuando empecé a ver sus obras, como la pintora que soy, me pareció increíble encontrar esa calidad de pintura y esa importancia de persona escondida. Con Camilo Chico logramos hacer el libro que publicó Ediciones Gamma en el 2019, y en este momento promoverla, y ojalá mostrarla fuera de Colombia, es la labor”, concluye Ana Mosseri, artista y fundadora de la galería SN Macarena.
“Pinto lo que veo, pinto la vida” es una afirmación suya que condensa los temas de su obra. Su infancia en Kent, en el sur de Inglaterra, es recurrente en sus pinturas. ¿En qué contexto transcurrieron sus primeros años?
Mis padres se conocieron en un coro. Los dos cantaban. Mi padre era ebanista y construía órganos de tubo que estaban en grandes catedrales y salas como el Albert Hall de Londres. Él compró una tierra en Kent e hizo una casa para nosotros con muchos jardines. Mi madre era ama de casa y nos cuidaba a mi hermano mayor, a Stella y a mí, que somos gemelas. Mi mamá hacía vinos, conservas y mermeladas antes de la Segunda Guerra Mundial, pero cuando estallaron los bombardeos cerraron los colegios, los hombres se fueron y mi mamá tuvo que cultivar para poder comer. Había racionamiento de alimentos.
Su primer acercamiento al dibujo y a la pintura surgió en esa época. ¿Recuerda qué figuras trazaba con el lápiz?
Sobre papel dibujaba caballos. Los caballos que estaban en el campo. Después conseguí una tabla, me compraron una caja de óleos y empecé a pintar.
¿Cómo terminó el colegio para poder ingresar más adelante al Ravensbourne Art School, en Londres?
Al terminar la guerra, el gobierno creó un experimento para hacer el bachillerato en un año. Era un trabajo increíble pero sí, pasé el examen. En ese programa una señora enseñaba pintura y me dijo que yo podía estudiar arte.
¿Qué opinaron sus padres cuando usted les contó que quería ser artista?
¿Y usted, fue feliz estudiando su pregrado?
¡Sí! Me cambió la vida completamente. Compartía el tiempo y las clases con mucha gente. Fue un vuelto después de una infancia solitaria. Mis padres no eran muy sociales, siempre estaban trabajando y no recuerdo haberlos visto un fin de semana descansando. Yo entré a los 18 o 19 años. Veíamos materias como historia de la arquitectura, anatomía, historia del arte, hacíamos live painting… recuerdo a un profesor maravilloso que daba charlas fabulosas sobre la pintura. También recuerdo que con los compañeros hicimos obras de teatro.

Freda Sargent Foto:Sebastián Jaramillo / Revista BOCAS
Sí, hice comedia. Eran puestas en escena muy cómicas, pero nos lo tomábamos muy en serio. En la escuela todos trabajábamos mucho.
Al terminar la carrera, entró becada a la maestría en pintura del Royal College of Art, en Londres, ¿qué movimiento artístico estaba en auge en ese entonces?
Los gringos hacían action painting y expresionismo abstracto, pero esa no era la moda en Inglaterra. En Inglaterra todos estaban influenciados por Francia, por la escuela de París. Pero yo estaba influenciada solamente por lo que yo hacía. Recuerdo que tuvimos que estudiar life drawing y también grabado en metal.
¿David Hockney estudió con usted?
No. Él estaba en un grupo después de mí. Es menor que yo. El que sí estaba en mi grupo, muy famoso, era Frank Auerbach.
¿Conoció a Francis Bacon?
Él vivía cerca de la Royal College of Art, en Kensington, cerca del Victoria and Albert Museum. Los corredores de la escuela se podían pasar para entrar al museo. Allá íbamos los estudiantes a pasar el coffee break. Por ahí lo veía caminando.
No. Una vez en un night club me habló, me dijo que me reconocía de la escuela y no recuerdo qué más me dijo. Él era muy conversador, hablaba con todo el mundo. Era muy cortés, muy amable. Pero en esa época no era famoso.
¿Qué otros museos visitaba en ese entonces, qué artistas le atraían?
Iba mucho al National Gallery, que tenía entrada libre. Lo que pasa con los museos es que ves algo que te apasiona, que se roba tu interés y después ves más y más y te pasa lo mismo. Me gustaba Rembrandt; allá tenían una sala dedicada a él. También recuerdo una gran exposición de retratos de Goya, y una exposición enorme de Van Gogh, de Bonnard… Allá vi Las Meninas de Picasso, cuando hizo un homenaje a Velázquez.
¿Qué escultores le interesaban?
Me gustaban los Elgin Marbles, que están en el British Museum, y algunas esculturas de Pablo Picasso.
De los pintores ingleses, ¿a quién destaca?
A William Blake, por su relación con la poesía.
¿Cómo llegó su obra a la colección de la Tate Gallery?
Por el crítico de arte Clive Bell, que estaba comprando para la colección nacional del gobierno británico. Él era el cuñado de Virginia Woolf.
Al terminar la maestría, que se graduó con honores, el gobierno francés le dio una beca para seguir estudiando pintura en París, donde conoció a Alejandro Obregón.
Él estaba antes en Francia con Sonia (Osorio) y los niños. Él era amigo de unos amigos míos, pero yo no lo conocí hasta que Sonia lo dejó y se fue con sus hijos a Colombia. Yo nunca conocí a su esposa. Él se quedó porque quería aprender a pintar. No tenía nada de plata, vivía solo en un cuarto chiquitico y ahí pintaba.

El jardín es uno de los grandes temas de Freda Sargent. Foto:Sebastián Jaramillo / Revista BOCAS
Su sentido del humor y su manera de hablar. Era muy generoso, inteligente y alegre.
Era agudo, sí. Pero no satírico.

Las manos de Freda no solo pintan y hacen esculturas; también tocan la guitarra. Foto:Sebastián Jaramillo / Revista BOCAS
¿Qué fue lo más importante que aprendió de él?
Alejandro era mayor que yo, me llevaba 8 años. Cuando lo conocí, en París, yo tenía 22. Aprendí muchas cosas de él, cosas de la vida.
¿La obra de él cambió después de conocerla a usted?
Sí, cambió, porque antes su pintura era muy lineal. Adquirió atmósfera, porque nosotros en París pintábamos usando tercera dimensión. Antes, la pintura de Alejandro era muy plana.
Cuando se sentaban a pintar juntos, ¿de qué hablaban?
Hablábamos de lo que veíamos en la pintura de cada uno. Por ejemplo, “eso está demasiado oscuro”, o preguntábamos “¿qué es esto?”
Alguna vez intervinieron la obra del otro.
Hablemos de su relación con Marta Traba.
Casi no la conocí. Ella miró mis cuadros y le dijo a Alejandro que él no debería estar casado con una mujer pintora. Él me lo contó. Alejandro no era muy famoso entonces, y ella tenía su interés en cinto artistas: Alejandro, Fernando Botero, Guillermo Wiedemann, Eduardo Ramírez Villamizar y Enrique Grau. Al igual que varios de nosotros, Marta Traba acababa de llegar a Colombia y con ellos comenzó su carrera aquí.
¿Cómo enfrentó el machismo al llegar a Colombia?
Fue horrible. Principalmente en la costa, en Cartagena y en Barranquilla. Una vez le dije a Alejandro “esto es machismo” y él respondió “el machismo no existe”.
Y la crianza de su hijo alrededor de esas doctrinas…
Creo que él miraba el ejemplo a su alrededor y por eso estaba en contra del machismo; pero quiero dejar claro que Alejandro era muy cortés y muy correcto. Cuando Mateo entró a la universidad, en los Estados Unidos, ya existía el antimachismo. Mis sobrinos y los hombres que conozco tienen ahora una actitud diferente hacia las mujeres.
Leo mucha poesía. Repito varias veces los libros de poemas porque leerlos no es como leer una novela. Leer poemas es como oír música. Uno puede escuchar la música miles de veces. Los poemas también se pueden volver a leer muchas veces.
Cuénteme de su experiencia maternal con Diego, Rodrigo y Silvana, los hermanos mayores de Mateo.
Si uno verdaderamente quiere a alguien, uno quiere todo lo que esa persona es. Y los hijos hacen parte de la persona.
¿En algún momento se sintió identificada con el hippismo o la psicodelia?
Nunca estuve en eso. Estaba en contra porque, por ejemplo, no tomaba drogas. El movimiento hippie empezó cuando yo vivía en Cartagena con Alejandro, y allá llegaron muchos de Los Ángeles (California) a quedarse en campamentos en la playa. Nunca me llamó la atención. Estábamos muy en contra de todo eso.
Y cuando el asunto era de licor, ¿qué tomaba usted?
Tres Esquinas. Cuba libre.
¿Quiénes fueron sus primeros amigos en Colombia?
En Barranquilla, Tita Cepeda, la esposa de Álvaro Cepeda Samudio. Manolo Vellojín fue muy amigo mío en Bogotá.
Usted fue docente en la Academia Superior de Artes de Bogotá (ASAB), en la Universidad de los Andes y en la Jorge Tadeo Lozano, en Cooperartes, en la Escuela de Bellas Artes de Barranquilla e impartió talleres independientes a grupos pequeños. ¿Cuándo comenzó a ser profesora?
La primera clase que di en mi vida fue en Barranquilla, cuando Alejandro y yo nos radicamos allá. No teníamos nada de plata porque él todavía no era famoso. Fuimos muy pobres hasta que en 1962 él ganó el primer premio de pintura en el Salón Nacional de Artistas con Violencia. Con el dinero que recibió la vida nos cambió un poquito. Esa primera clase la di en una escuela privada de bellas artes que monté con Marie Claire de Andreis.
En un artículo publicado en el periódico EL TIEMPO, Álvaro Barrios dijo que usted es una maestra de las acuarelas, una técnica tremendamente exigente.
Cuando estudiaba la maestría en Londres, en el Royal College of Art nunca nos enseñaron la técnica porque la acuarela era vista en la academia como pintura amateur. Un día, cuando ya vivía en Bogotá, me llamaron de Cooperartes y me dijeron que me buscaban porque querían contratarme para dar la clase de acuarela. ¡Yo nunca lo había hecho! Entonces tuve que aprender mientras daba la clase. El tema con la acuarela es que se construye en varias capas y hay que dejar secar muy bien cada una de ellas. Es aburrido, porque uno trabaja y después hay que esperar media hora. Ahí fue cuando comencé a tocar flauta dulce, mientras se secaban la capas.
Los autorretratos son bastante recurrentes en su obra, ¿por qué razón?
De la misma manera, se encuentran imágenes de niñas gemelas a lo largo de todo su cuerpo de obra. Cuénteme de su hermana.
Stella es pintora y ha hecho varias exposiciones en Londres, donde vive. También estudió en el Royal College of Art, pero ella entró después. Fui muy afortunada de tener una hermana gemela. De niñas jugábamos el día entero, sacábamos libros de la biblioteca pública del pueblo… Éramos felices pintando y dibujando mientras escuchábamos música en el radio.
La fauna y la flora también son actores protagónicos de sus escenas. ¿Qué significan los animales en su obra y en su vida?
En mi obra, nada. Pero en mi vida, todo. Alejandro me regaló a Clementina, la primera perra que tuve en Colombia, que la bautizó Mateo. Hoy me acompaña el gato Minou.
Para usted, ¿quiénes son los mejores artistas de este país?
Hay muchos, entre ellos Alejandro, Juan Antonio Roda y Olga de Amaral.
¿Cómo ha sido su relación con las galerías que la han representado en Colombia?
Estoy muy agradecida con Luis Fernando Pradilla, director de la Galería El Museo, y con Ana Mosseri, de SN Macarena. Antes estaba con Diners. Empecé con Asenet Velásquez y Alonso Garcés. Ellos dos me hicieron mi primera exposición en Bogotá. Fueron muy amables. Luis Fernando es muy correcto y me encanta su manera de ser, es generoso, amable y tiene un gran corazón. Es una persona que da oportunidades.
¿Qué material utilizó alguna vez y jamás volvería a él?
Acrílico, porque no tiene la misma calidad que el óleo. No da profundidad. El óleo tiene una luminosidad que no tiene el acrílico. Además, se seca muy rápido. Es horrible. Uno pone el color en la paleta, pinta algo y luego no se puede usar de nuevo.
¿Existe algún color que evite utilizar en su paleta?
Alguien me dijo alguna vez “no hay un color feo”. No recuerdo quién me lo dijo, pero es cierto. Lo que sí hay son colores mal usados.
¿Alguna marca predilecta de óleos?
El poeta Ramón Cote dice que su obra es proustiana en el sentido de que es un trabajo en busca del tiempo perdido, ¿es correcto?
De cierto modo creo que toda pintura, e incluso la poesía y la música, son expresiones sobre las experiencias personales, sobre la vida misma.

Freda Sargent. Foto:Sebastián Jaramillo / Revista BOCAS
También me contó Ramón que usted es una lectora compulsiva. ¿Qué libro tiene en mano por estos días?
Leo mucha poesía. Repito varias veces los libros de poemas porque leerlos no es como leer una novela. Leer poemas es como oír música. Uno puede escuchar la música miles de veces. Los poemas también se pueden volver a leer muchas veces. Las novelas cuando se terminan se guardan en la biblioteca. La música y la poesía generan la misma clase de alegría, la misma sensación. Por estos días he estado en los poemas de Seamus Heaney, que es irlandés, Nobel de literatura.
En el 2022, el gobierno colombiano le entregó la Orden de Boyacá, la máxima condecoración civil que se entrega en el país.
¡Me siento tan orgullosa de tener esta cruz! Colombia es mi vida, porque no he podido volver a mi país hace muchos años por temas de salud. Este es un bello país que siempre me ha tratado muy bien. Acá tengo a mis grandes amigas.
¿Hay algo que no le he preguntado y que quisiera mencionar?
Ayer estaba pensando en esta entrevista y empecé a mirar mis cuadernos. Leí en uno de mis diarios del pasado y en 1997 escribí la siguiente frase. Escribí que había leído en alguna parte que Nietzsche había dicho que el arte es gratitud. Beautifull, ¿no? ¿Tú sabes quién es Nietzsche? Lindo, ¿no? Eso suma todo lo que pienso de la pintura. Es gratitud por el mundo. Eso resume todo lo que pienso.
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Revista BOCAS Foto:Revista BOCAS
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