La Tate Modern, la catedral (abierta a taxistas) del arte contemporáneo, cumple 25 años
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Maman, una temible araña de bronce de 9 metros de altura con un saco de huevos de mármol, invadió la sala de turbinas de la antigua central de energía de Bankside. La escultura de Louise Bourgeois era realmente imponente y los primeros en poder verla, antes incluso que la prensa o los críticos de arte, fueron los taxistas de los míticos black cab de Londres. El boca a boca siempre ha sido la mejor campaña de marketing, por lo que se consideró esencial que quienes transportaban a la gente por la ciudad supieran dónde estaba aquel experimento que se abría al sur del Támesis.
Muchos tenían sus dudas cuando se planteó abrir un museo de arte moderno en el municipio londinense de Southwark. No era precisamente el más popular allá por el año 2000. Y los británicos tampoco sentían especial devoción por este tipo de obras.
Cuando el Museo de Arte Moderno (MoMA) se inauguró en una casa adosada de Manhattan en 1929, se enfrentó a la incomprensión de un público que aún se sentía incómodo con lo abstracto. Cuando el Centro Georges Pompidou inauguró su sede en París en 1977, los filósofos denunciaron el museo multidisciplinario como un centro comercial. Pero con la Tate Modern de Londres, una mole de ladrillo más grande que cualquiera de los dos anteriores, el éxito fue inmediato.
Alzándose imponente en un tramo antaño olvidado de South Bank, la torre de 99 metros de la antigua central transmitía un mensaje de regeneración y posibilidades al resto del mundo. Y el mundo respondió. La previsión era de dos millones de visitantes en su primer año; pero acudieron cinco millones.
La previsión era de dos millones de visitantes a la Tate Modern en su primer año; acudieron cinco
La Tate Modern cumple ahora 25 años reconvertida en la `catedral del arte contemporáneo´. En lugar de imitar a competidores, reescribió las reglas y marcó las pautas para los museos del siglo XXI. Su éxito ha sido, desde el principio, no solo uno para la historia británica, sino para el mundo del arte a nivel global. Cuatro de sus cinco directores han sido extranjeros.
El 25 aniversario, no obstante, no es todo champán y éxitos de taquilla. Como en la mayoría de las instituciones culturales, el Brexit, la pandemia y la crisis de financiación han pasado factura. Si bien el Museo Británico y el Museo de Historia Natural se han recuperado tras la pandemia, la Tate Modern no. En 2024, un millón de personas menos entraron en la galería en comparación con la era precovid. La crisis ha obligado al Grupo Tate a recortar un 7% de su plantilla para reducir costes, tan solo cinco años después de ofrecer 167 despidos voluntarios.
Algunos críticos, como Lara Brown del Spectator, consideran que los comisarios viven ahora aterrorizados ante cualquier crítica del público. “La galería tardó tres años en animarse a exponer Philip Guston Now, debido a la preocupación de que algunas obras del artista pudieran resultar ofensivas. La obra de Guston, gran parte de la cual se centra en el Ku Klux Klan, ofrece una crítica del racismo, el antisemitismo y el fascismo. Pero en la Tate, donde el personal teme que los visitantes puedan sentirse ofendidos incluso por una representación negativa de la supremacía blanca, se decidió posponer la exposición "hasta que consideremos que el poderoso mensaje de justicia social y racial, central en la obra de Philip Guston, pueda interpretarse con mayor claridad", matiza.
Con todo, Jason Farago, del New York Times, recalca que “la Tate Modern es el Museo del Siglo, nos guste o no”. “Su legado se extiende mucho más allá de South Bank, adentrándose en la estructura profunda de la industria, donde ha transformado, para bien o para mal, las expectativas del público en museos de todo el mundo”, asegura el experto.
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La historia de la Tate Modern va ligada a un nombre: Nicholas Serota, nombrado en 2014 por la prestigiosa revista Art Review como el “hombre más poderoso en el mundo del arte”. Estuvo al frente del grupo Tate desde 1988 hasta 2016. Ahí no es nada.
Cuando tomó las riendas, Robert Mugabe acababa de convertirse en presidente de Zimbabwe, Margaret Thatcher estaba en sus años de máximo apogeo y Estados Unidos todavía vivía en la época de Reagan.
La neoclásica Tate Gallery del distrito de Pimlico se había quedado pequeña debido a una extraña doble función: albergaba la colección nacional de arte británico desde el siglo XVI hasta la actualidad, incluyendo un gigantesco legado de pinturas y acuarelas de J.M.W. Turner, pero también una destartalada colección del llamado "arte extranjero moderno", que reflejaba en gran medida el antiguo gusto británico por el estudio del natural y el paisaje.
La solución de Serota fue dividir el proyecto. La antigua sede de la Tate Gallery albergaría el arte del Reino Unido (rebautizada como Tate Britain), mientras que el acervo internacional tendría un nuevo hogar. El estudio de arquitectura suizo Herzog & de Meuron ganó un concurso de diseño para transformar la central eléctrica de Bankside. Justo al otro lado del río está la Catedral de San Pablo. El Puente del Milenio, diseñado por Norman Foster, unía lo más antiguo con lo más nuevo.
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Serota ideó varias soluciones que convertirían a la Tate Modern, durante un tiempo, en la principal atracción turística del país, pero que también pondrían en duda algunas de las funciones fundamentales de los museos en el pasado, entre ellas, para el estupor de muchos críticos, sustituir la organización cronológica por una temática.
Una segunda medida fue ignorar el modernismo en Europa Occidental y Estados Unidos y buscar un valor descomunal en los "mercados emergentes". La galería anunció sus ambiciones en 2001 con “Century City”, su primera gran exposición de préstamos, que retrató la historia del arte del siglo XX como un gran recorrido década por década, con paradas en París, Moscú y Nueva York, pero también en Bombay, Río de Janeiro, Lagos y —la estación terminal— el Londres de los años 90.
En efecto, la Cool Britannia y los Jóvenes Artistas Británicos de los 90 fueron clave. De hecho, aunque nadie niega los logros de Serota, reputados críticos de arte como Waldemar Januszczak aseguran que la revolución fue impulsada principalmente por “eventos fuera del escenario”. En particular, la llegada de Charles Saatchi, el hombre al cargo de la campaña de publicidad que convirtió a Margaret Thatcher en la Dama de Hierro.
La apertura en 1985 de su galería privada en St John´s Wood supuso un auténtico desafío tanto para el grupo Tate como la actitud que prevalecía en aquel entonces. “Al apostar por jóvenes talentos como Damien Hirst o los hermanos Chapman, Saatchi hizo algo que la Tate nunca había hecho: tener fe ciega en lo nuevo”, explicó Januszczak en un artículo en The Sunday Times.
Asegura que cuando Hirst y sus tiburones en formol comenzaron su viaje desde las últimas páginas del periódico a las portadas, lo hicieron en contraposición a todo lo que la Tate representaba en aquel momento. En 1997, la exposición Sensation de Saatchi supuso un antes y un después. “La apertura luego de la Tate Modern en 2000 fue la cereza en el pastel, pero no tuvo nada que ver con la cocción”, afirma el experto.
Sea como fuere, la relación artística de Serota y Saatchi acabó en divorcio. Mientras Saatchi fue desterrado a un crepúsculo angustioso, su enemigo se convirtió en el rey de decisiones e intendencia del arte contemporáneo.
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A lo largo de estos años, el mayor éxito de la Tate Modern ha estado en la Sala de Turbinas, donde, tras la araña de Bourgeois, se impulsó el encargo anual de una nueva obra de arte gigante. La enorme membrana de PVC rojo extendida entre tres anillos de acero de Anish Kapoor; la puesta de sol interior a escala real con un techo de espejos de Olafur Eliasson; La Grieta de Doris Salcedo -que rompió literalmente el suelo de la galería-; o las100 millones de “semillas de girasol” de porcelana pintadas a mano de Ai Weiwei son algunas de las creaciones más emblemáticas.
En 2016, la Tate Modern inauguró una nueva extensión que añade 20.700 metros cuadrados, un 60 % más de espacio. La estructura de 65 metros cuenta con 10 plantas, la última de ellas con balconada que ofrece una impresionante perspectiva desde un ángulo de 365 grados, algo que ha costado más de una batalla legal con los vecinos de los edificios colindantes, que sienten que su intimidad ha sido violada.
Con la extensión, la Tate se convirtió en el primer museo del mundo con un espacio dedicado sólo a performance. En 2016, seis adultos emularon a esculturas de carne y hueso que iba andando lentamente mientras emitían un susurro similar al de los monjes cuando meditan. ¿Arte?, en la Tate sí.
Durante su primer cuarto de siglo, la Tate Modern se ha convertido en parte del establishment sin perder su atractivo
Desde su primer evento, organizado para los taxistas londinenses, el manifiesto de la galería ha sido hacer el arte accesible para todos. Los niños dibujan en el suelo, los estudiantes se divierten, las familias hacen picnics. También ha buscado ampliar el catálogo, añadiendo más artistas internacionales y mujeres a su colección, junto con importantes exposiciones de Frida Kahlo, Georgia O'Keeffe y Yayoi Kusama, esta última batiendo récords de asistencia en 2023. Una retrospectiva de Tracey Emin – perteneciente precisamente a esa generación de Jóvenes Artistas Británicos de los 90- está prevista para el próximo año.
En comparación con la National Gallery -que celebró el año pasado su 200 aniversario-, la Tate Modern es un jovencísimo figurante. Cierto es que, durante el primer cuarto de este siglo, se ha convertido en parte del establishment sin perder su atractivo, algo difícil de mantener. Pero la tarea del arte moderno es evolucionar y desafiar el statu quo. Y ahí está el reto para su continuidad.
El Confidencial