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¿París o Londres? Del 'coup de foudre' al 'slow burn love', pros y contras de los dos faros de Europa

¿París o Londres? Del 'coup de foudre' al 'slow burn love', pros y contras de los dos faros de Europa

París o Londres. «Solo es aceptable la comparación en grado superlativo», escribía Charles Dickens en Historia de dos ciudades, aquel relato de doble filo que nos llevaba del Londres anodino de Jorge III al París enloquecido de la Revolución Francesa («Libertad, igualdad, fraternidad... o muerte»). Los tiempos han cambiado, son mejores o peores según se mire. El caso es que las dos capitales siguen enzarzadas en su secular rivalidad como faros de Europa.

A París se la conoce como «la ciudad de la luz» por ser la primera en contar con alumbrado público de gas, un mérito que algunos remontan a la época de Luis XIV, el rey Sol. Londres se jacta, entre tanto, de haber sido la primera ciudad con Metro allá por 1863, en pleno fragor industrial de la era victoriana.

Dos horas y 18 minutos tarda el Eurostar más rápido en cruzar bajo el Canal de la Mancha y conectar las dos ciudades, separadas por apenas 342 kilómetros, tan distintas como poco distantes. Y a pesar de las diferencias, la comparaciones saltan al vista: el Sena y el Támesis, la torre Eiffel y el Big Ben, Notre-Dame y la Abadía de Westminster, el Louvre y el Museo Británico, Dickens y Balzac, Sherlock Holmes y el comisario Maigret, el blitz y la ocupación, la City y La Defense...

Comparar lo incomparable nos daría para una serie o para un libro. Confesemos de entrada, y por experiencia propia, que París suele ser un coup de foudre, un flechazo que entra fulminantemente por los ojos. Mientras que lo de Londres es más un slow burn love, un amor que se va cultivando con el tiempo.

Lutetia vs Londinium

Curiosamente, en el hilo de la historia París y Londres son eternamente deudoras de Roma. En el siglo I antes de Cristo, con el mandato del emperador Augusto, empezó la ocupación de lo que sería Lutetia en una zona pantanosa alrededor del Sena donde se asentaba la tribu gala de los Parisii. En el siglo I se erigió el trazado de la ciudad romana, al sur del río y a lo largo de Cardo Maximus, con su foro y también su anfiteatro. Allí juegan hoy al fútbol los niños, en Arènes de Lutece, donde resurgió el anfiteatro en 1869 durante unas obras. Se trata de los vestigios romanos más importantes de París junto al frigidarium de las termas de Cluny, en pleno Barrio Latino.

Londinium fue el nombre que los romanos dieron al lugar ocupado por las aldeas celtas Llyn Din. En el Museo de Londres aún pueden verse fragmentos de la muralla de la ciudad romana, que ocupa el perímetro de lo que hoy es la City. Sus restos más visibles están en Tower Hill, junto a la Torre de Londres. Esos restos romanos seguirán aflorando por los siglos de los siglos. Este mismo año han salido a la luz, en Gracechurch Street, las ruinas de la primera basílica de la ciudad romana.

La línea recta frente a la ciudad-meandro
París
La capital francesa es la ciudad de la luz por excelencia.CARLOS FRESNEDA

Con un vertiginoso salto en el tiempo nos ponemos en 1852, cuando Napoleón III encomendó al barón Georges-Eugéne Haussman la ardua tarea de modernizar París. Haussman acabó arrasando con el 60% de la ciudad, demoliendo miles de edificios, forzando el desplazamiento a la periferia de la clase trabajadora y abriendo amplias avenidas para dotar a la ciudad de ese aspecto uniforme y aburguesado que la acompaña.

En abierto contraste, Londres nunca tuvo un plan urbanístico y su trazado laberíntico sigue intacto. En un clásico del humor británico, How to be an alien, el inmigrante húngaro George Miekes sugería a los habitantes de Londres que siguieran trazando calles en forma de S o de W para mantener la armonía de la ciudad. «Londres la diseñó un conductor borracho, por eso está lleno de cuellos de botella», me confesó en cierta ocasión el taxista Mark Solomon, autor del libro del original libro de proverbios Black Cab Wisdom.

Si París es la consagración de la línea recta haussmaniana, Londres es la ciudad-meandro y multicéntrica. Dickens solía recorrerla de noche sin rumbo para combatir el insomnio, como dejó plasmado en su Paseos Nocturnos. Balzac, el flâneur por excelencia de París, se habría perdido sin remedio en la capital británica.

En el reino de las plantas

Carlos Magdalena (Gijón, 1972) lleva más de dos décadas surcando Londres y nunca acaba de descubrirla. Le llevó allí la llamada verde, atraído desde lejos por el Museo de Historia Natural «con su aire a lo Harry Potter», el zoo de Regents Park y Kew Gardens, el más fascinante jardín botánico del mundo. Como buen español se abrió paso como sumiller y fue subiendo, de becario en Kew a El Mesías de las Plantas (Ed. Debate), con apariciones estelares en documentales de David Attenborough y la cruz de oficial de la Orden de Isabel la Católica.

«En Londres hay tanto verde como asfalto y con eso no puede rivalizar ninguna gran ciudad europea», recalca el botánico gijonés. «Más allá del Kew está el parque de Richmond, con sus manadas de ciervos, y la mancha verde de la campiña se extiende hasta Hampton Court. Más cerca del centro están las marismas del London Wetland Centre, una de las más de veinte reservas naturales en la ciudad. Hasta el cráter que dejó una bomba lanzada por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial se ha convertido en un estanque con patos (Walthastow Marshes)».

Abriéndose paso entre las asombrosas plantas acuáticas de la Casa de los Nenúfares, Carlos tiende un puente imaginario con Giverny en Francia, donde está el famoso jardín de Claude Monet. A su mente viene también el Jardin des Plantes de París, que rivalizó en tiempos con Kew Gardens en especímenes.

El otro imán de Londres es para Carlos la música. Al sur del Támesis «ha habido una curiosa confluencia de vegetación y música», dice, porque en Richmond están los Olympic Studios. Saltando al norte, los estudios de Abbey Road de los Beatles quedan a tiro de piedra de Regents Park, desde donde sale un canal que llega hasta Camden, el barrio musical por excelencia, donde cientos de fans recorren la ruta de Amy Winehouse.

Imán para los artistas
París
París no es París sin una buena foto en las escaleras del Sacré Coeur.CARLOS FRESNEDA

Para el pintor Alberto Reguera (Segovia, 1961), con estudio en la rue de Chabanais junto a los jardines del Palais Royal, París sigue ejerciendo un poderoso imán: «A veces me he preguntado por qué la elegí frente a Nueva York. Yo diría que fue por cómo me identifiqué con sus profesionales y sus coleccionistas, pero también por la belleza de la ciudad, que otorga una luz y un carisma singular a todo lo que haces».

«Su secreto es que fusiona muy bien los proyectos contemporáneos con la propia historia de la pintura en la ciudad», advierte el segoviano, que llegó a exponer sus pinturas-objeto en la plaza del Louvre. «Caminas por la conocida rue de Seine, donde se agolpan las galerías de arte con más solera y de pronto de topas con el museo Delacroix». «París se renueva constantemente sin dar la espalda a la historia, y esa es parte de la magia de esta ciudad», sostiene.

Ciudad masculina, ciudad femenina

Al Londres post Brexit llegó Enrique Rubio, que ha sido jefe de las delegaciones de Efe en las dos ciudades y tiene una visión muy peculiar de su rivalidad: «Londres es una ciudad masculina y París, el contrapunto femenino. Se lo escuché decir a una amiga parisina de corazón. En París hay un impulso hacia la belleza en todo: en los edificios, en los comercios, en la coquetería de la gente. Es una ciudad muy hedonista en la que se puede disfrutar de los placeres más mundanos: comer bien y en buena compañía, sentarte a beber vino en un bistrot, pasear por calles que son monumentos...».

«Yo siempre me sentí más cerca del modo de vida francés que del inglés», reconoce. «Pero Londres me ha acabado cultivando por otras razones. Es menos hedonista. La gente va al grano y anda corriendo de un lugar a otro, las distancias son enormes y eso limita y complica la vida social. Por un lado es inabarcable, pero no sientes la presión de la gran ciudad y acabas haciendo mucha vida de barrio».

Delirio post-olímpico
Londres
El picnic en Hyde Park es uno de los grandes planes estivales en LondresEFE

Pongamos finalmente que París vive este verano el delirio post-olímpico, con el pebetero flotante elevándose todas las noches sobre el jardín de las Tullerías. Los Campos Elíseos han vuelto a ceder el protagonismo a Montmartre, con la segunda remontada del Tour por la emblemática rue Lepic.

Al impulso perdurable de los Juegos se ha unido el de Notre-Dame, por donde desfilaron seis millones de visitantes en la primera mitad del año. La restauración de 700 millones de euros en la que participaron 2.000 artesanos ha deslumbrado y decepcionado a partes iguales a los turistas que vuelven a visitarla gratis. La catedral tiene una luminosidad sorprendente, en contraste a su penumbra previa.

Este verano ha llovido mucho en París, pero nunca a gusto de todos. En la última década, bajo la batuta de Anne Hidalgo, la ciudad ha pasado por una acelerada transición ecológica. El uso de la bicicleta ha pasado del 2% al 12%, los parisinos han respaldado la creación de 500 calles-jardín y el concepto de «la ciudad de los 15 minutos» se exporta a muchas otras ciudades. Los baños en el Sena son el último legado de la alcaldesa andaluza que se despide en marzo.

Londres tuvo su particular impulso olímpico en 2012, con Boris Johnson colgado de la tirolina y el olvidado este de la ciudad subiéndose al tirón de los tiempos. Pero el ex alcalde se empeñó en dar un golpe mortífero a la ciudad cuatro años después con el Brexit.

El verano en la capital británica es esencialmente musical, con los conciertos en Hyde Park y festivales como el All Points East en Victoria Park. Aunque el mayor acto callejero ha vuelto a ser el carnaval de Notting Hill con sus plumajes caribeños. También están los museos gratuitos -el Británico, Historia Natural, la National Gallery, la Tate Modern...- y los teatros del West End, con un nuevo récord de 17,1 millones de espectadores.

Nada mejor para culminar el verano en Londres que un ascenso a Hampstead Heath, un bosque urbano con sus tres estanques donde se puede nadar todo el año (el de hombres, el de mujeres y el mixto). Desde la colina de Parliament Hill, en el corazón del parque, Londres emerge bajo el desfile de nubes (eso lo tiene en común con París) con los detellos lejanos del skyline y el pináculo del Shard marcando el horizonte.

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