Sabrina Carpenter encandila y confunde a un tiempo a un Primavera dividido en dos
La medianoche, la hora de las brujas, fue el momento escogido por Sabrina Carpenter para salir al escenario e iniciar uno de los conciertos más extraños, confusos y aleatorios' de toda la historia del Primavera Sound. Con un decorado retro sacado de un montaje de variedades en el antiguo Broadway, Sabrina parecía la protagonista de un 'remake' de “Embrujada” en una vuelta al espíritu naif de aquellos maravillosos principios de los sesenta.
Simulando la retransmisión televisiva de un programa concurso, la cantante apareció con su picarona sonrisa y una larguísima melena rizada. El jueves fueron los rizos morenos de Charli XCX. El sábado serán los pelirrojos de Chappell Roan, pero el viernes eran todos para los rubios de Sabrina Carpenter. «Barcelona, es la primera vez que tocó aquí. Ohhh, sois un público realmente hermoso», dijo, quizá sin saber que el público podía ser el mismo que el que se encontraría en Londres.
Y aquí empezó la música. El pop resultón, a punto de caramelo, de la artista llegó directo a unos fans que sabían absolutamente todas las letras de las canciones de la cantante. Como los Beatles, casi no se la oía a ella por el estruendo de la multitud. Con 'Taste' y 'Good Graces' la locura era absoluta y las voces agudas de las fans de Sabrina todavía más.
Sabrina es una mujer muy inteligente escénicamente, que sabe como moverse y buscar sus mejores atributos. Sus fortalezas son su voz y su hipnótico carisma. Por eso se separó desde el principio de cualquier ñoña coreografía. No hace la tontería de pretender saber bailar, como otras, no lo necesita. Es actriz y cantante y eso hace sobre el escenario, actúa y canta. Ya tiene un cuerpo de baile para lo demás. El único problema es que habla demasiado.
El concierto estuvo lastrado por estos tiempos muertos. Con demasiados intermedios dramáticos para simular pausas publicitarias, el espectáculo avanzaba a trompicones. No había coherencia estructural y parecía un simple recuento de escenas perfectas para Tik Tok. El escenario era una simple plataforma llena de escaleras para que la cantante subiese y bajase. Pero todo sucedía demasiado rápido, con el esquema canción, corte, canción demasiado heterogéneo.
Tuvo momentos buenos, por supuesto. Estrenó incluso un tema en directo, su último single, ‘Manchild’, otra orfebrería pop sin mucho mayor recorrido. Y entonces algo extraño ocurrió. Sabrina Carpenter se quedó paralizada, como si estuviese sorprendida de la cantidad de gente que estaba mirándola. «No sabéis lo resbaladizo que está el escenario. Esto es vuestra culpa, por lo calientes que estáis», dijo y volvió a cantar, algo que parecía hacer sólo muy de vez en cuando. Habían pasado casi cuarenta minutos y sólo había interpretado cuatro o cinco canciones.
Y aquí empezaron las excentricidades, como una versión acelerada de 'It’s raining men’ o un concurso entre el cuerpo de baile de la cantante. También habló con José, un mexicano del público, para demostrarnos lo cercana que es. O nos confesó que acababa de ver 'The Cheetah Girls II'. Al menos entonces llegó el turno de una de sus mejores canciones, 'Feathers' y nos olvidamos un poco de tantos detalles 'al azar'. Aunque la normalidad duró poco, porque entonces se puso de rodillas y empezó a retozar en el suelo ante el solo de guitarra de 'Juno'.
Para terminar, como no, 'Please, please, please' y 'Espresso'. Imposible escucharla. Lástima. A sus fans les encanta cantar sus canciones, y vivir sus canciones, y multiplicar sus canciones, y tienen voces tan agudas y ebrias y altas que a veces es un poco molesto. En conjunto, Sabrina Carpenter hizo las delicias de un púbico entregado, pero algo confuso por lo qu estaba viendo. Eso es todo
En el que era el día del absoluto dominio femenino, Waxahatchee abrió la tarde con su exquisita mezcla de indie folk y americana. Katie Crutchfield cogió el nombre de su banda de un río al lado de casa y empezó a cantar canciones que parecían salir precisamente de la casa de al lado. Su voz vibra como las cuerdas de un violín, lo que la hace única. Unido a una capacidad única de encontrar melodías terrosas, orgánicas, de tribu, su concierto fue una especie de oasis en el desierto. Al acabar, se despidió con amor de todo el mundo y dejó a sus chicos que acabasen el concierto por ella. Es lo que tiene ser la jefa.
Otra jefa fue Ellie Rowsell, la cantante de Wolf Alice. Sus temas indie rock no van a revolucionar la escena musical, ni salvar la vida a nadie, pero son efectivos. Ellie al menos no se rendía nunca para ofrecer el mejor 'show' posible. Hasta cogió un megáfono para gritar hasta romperse la voz. Con 'Silk', su tema más popular, nos envió de lleno a lo más bajo de las calles más húmedas y decadentes 'Transpotting II'. Al final, guiños a Black Sabbath y White Stripes para acabar con 'Don’t delete the kisses'. «Hay cosas que son ciertas, que es viernes, que ahora tocará Haim, y que vamos a pasarlo bomba», dijo un entregado bajista diabético. Hay pocos, tiene mérito.
Y Haim apareció a continuación. Las tres hermanas ya no son tan joviales y espontáneas como cuando debutaron en el Primavera hace unos 15 años, pero siguen siendo entrañables. Lastradas por una evidente falta de ritmo, su espectáculo quedó algo acartonado y falto de vitalidad, antes su santo y seña. Incluso empezaron a hacer preguntas a una señal luminosa que tenían a sus espaldas. Como Steve Martin en 'L.A. story', esta señal cogió vida propia. ¿IA? Más bien ¡Ioh! «Ahora que soy soltera, ¿encontraré novio esta noche en el festival?», le preguntó Danielle, la morena, antes de arrancar con su clásico 'Don’t save me'. Estos son los momentos que valen la pena. Sus primeras canciones siempre serán jóvenes. Es lo que tiene la música, que congela tiempos exactos. Alabada sea.
A la misma hora, Zaho de Sagazan se confirmó como una de las grandes sorpresas de la jornada. Esta pequeña francesa, vestida de monaguillo, revolucionó el escenario del anfiteatro con su tecno pop abigarrado y teatral. Su deconstrucción de la Neo-chanson es todo pasión y acabó con ella y su público por los suelos. «Soy muy sensible y lloro mucho. Hasta hace poco pensé que eso era malo, pero ahora hago canciones y lloro con el piano y eso me ha cambiado la vida», dijo y regresó a su electrónica emocional al grito de «¡tristeza! ¡TRISTEZA!»
Antes, Stephen Malkmus regresó al Primavera con una nueva formación, The Hard Quartet, y van… Un grupo de dad rock para los más veteranos del festival. Las pantallas de los conciertos son de tan alta resolución que ves el tiempo encerrado en cada arruga de cada músico. También ves a la perfección el sudor y cansancio de las cantantes, que ayer parecía a punto de deshacerse por el terrible calor que hacía por la tarde. Malkmus no fue una excepción. Aún así, el cantante de Pavement se movió como pez en el agua con el rock excéntrico con toques retro de blues rock de su banda.
Y aquí se frenó un poco el entusiasmo, pues el cartel no parecía acompañar a Sabrina Carpenter, sino ir contra ella. El Primavera se partió literalmente en dos. Por completo. Por un lado, los jóvenes extranjeros en busca de ligereza pop y desenfreno. Y por otro, el púbico más maduro en busca de la belleza clásica de la música alternativa. Sólo hay que pensar en el tedio atmosférico de Beach House, en uno de los sets más largos de la noche. O al menos eso pareció. El dream pop, cuando no inspira, adormece y deprime, y eso es lo que le pasó a la banda de Baltimore, algo que las fans de Sabrina Carpenter no querían probar ni ahora ni en los próximos años. Ni canciones incuestionables como 'Myth' sonaron convincentes.
Para acabar, Stereolab volvieron a desarrollar su influyente y efectivo pop afrancesado y sesentero, sin mucho más que añadir. «Un aplauso para Stereolab, una de las mejores bandas que existen», dijo Tunde Adebimpe, cantante de TV on the Radio, en uno de los grandes momentos de la noche. Su interpretación de 'Wolf like me', su gran clásico, devolvió al público a aquellas noches de principios de los años 2000 cuando el rock guitarrero de vanguardia arrasó Nueva York y después el mundo entero. Y luego estuvo Diego Ibañez, cantante de Carolina Durante, heroico con muletas. Los españoles no desentonaron y atrajeron a muchos nuevos fans extranjeros.
ABC.es