Sexto encierro de San Fermín | Toros de José Escolar

Los precedentes de los toros, con varias fugas y vuelta atrás en el tramo inicial de forma incomprensible y la amenaza de lluvia y de un suelo muy resbaladizo habían levantado recelos entre los corredores. Al menos entre aquellos que al menos tienen el detalle de conocer la ganadería que se suelta cada día. Los temores, desde luego, eran fundados: los de Escolar no son cosa mejor. O, como diría un político ya retirado (o no), son cosa mayor.
Pero los temores han resultado infundados: el de Escolar ha sido tal vez el encierro más vistoso, sencillo para los corredores y a una velocidad relativamente baja. Quizá el pavimento mojado haya sembrado la inseguridad en los animales y no se hayan empleado a fondo en la carrera.
Esta relativa pausa ha propiciado circunstancias atípicas desde el inicio. Por ejemplo, ver dos toros ir abriendo por la parte derecha en el arranque de Santo Domingo, donde un mozo ha sido arrollado por una parte de la manada bajo la hornacina del Santo tras una caída.
Aquí sólo dos cabestros han formado parte de la manada y los otros cuatro se han quedado rezagados desde el inicio.
Los cárdenos se han reagrupado con cuatro morlacos por delante que dejaban estampas preciosas y poco habituales en este tramo, con carreras limpias, intensas, de esas que dentro de unos años contarán a sus amigos en alguna sobremesa.
La marcha ha discurrido sin grandes sobresaltos por plaza del Ayuntamiento hasta la curva de lal Estafeta, donde sorprendentemente ninguno de los toros de José Escolar ha chocado contra el vallado, lo que deja una idea de lo conscientes que eran los astado de que el suelo mojado los podía hacer resbalar. Justo a la salida, uno de los cárdenos más claros ha arrancado con determinación. Dos mozos han sido arrollados y se ha generado un pequeño montón que se ha visto pisoteado por algunos de los ejemplares.
La batalla de cada díaAhí ha empezado la guerra diaria por el hueco entre los corredores más formados. Muchos empujones, codazos y agarrones, pero con menos caídas forzadas por los compañeros de carrera que otros días.
La composición de la manada era, un día más, un lujo para todos los que saben de qué va esto del encierro: cuatro toros, dos cabestros y dos toros más. O después agrupados por parejas. En cualquier caso, había muchas ocasiones para buscar toro... y encontrarlo.
Al final de la Estafeta el ritmo ha bajado, como es lógico, y los de José Escolar han marchado con mucha nobleza: se han dejado tocar la testuz, no han hecho por embestir a los periódicos que les ofrecían algunos corredores ni miraban a quienes se abrazaban a sus cuartos traseros (mal, mal, mal).
La sorpresa se ha producido en el ruedo: los de Escolar han entrado en el coso sin la guía de los cabestros y se han despistado. Han mirado a la multitud que se había abierto a los lados y han buscado entre la muchedumbre. Incluso se han visto en apuros los dobladores. Uno de los morlacos se ha llevado por delante de forma consecutiva a tres mozos sobre la arena y otro ha rematado con sus larguísimos y astifinos pitones buscando las piernas de quienes estaban colgados del vallado buscando refugio. Sin conseguir cornear a nadie, según el parte provisional de heridos de Cruz Roja.
Con esos incidentes finales, la carrera no se ha cerrado hasta los dos minutos y 40 segundos. Un encierro, por cierto, que se ha retrasado dos minutos por un incidente con una cornisa en Santo Domingo.
Toros de José Escolar para los diestros Rafaelillo, Fernando Robleño y Juan de Castilla
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