Superhéroes aborígenes, ‘drags’ amazónicas y ruinas del imperio: los Encuentros de Arlés celebran la fotografía más desobediente

La imagen del cartel de la nueva edición de los Encuentros de Arlés, el mayor festival de fotografía de Europa, no deja lugar a dudas. En medio del desierto australiano, un niño aborigen posa en traje de superhéroe, con la capa al viento y los pies firmes sobre un coche desvencijado. El retrato, obra de los fotógrafos Tony Albert y David Charles Collins, pertenece a la gran exposición antológica dedicada este año a Australia. Es todo un manifiesto visual para presentar el certamen, que tiene lugar hasta el 5 de octubre en la ciudad francesa donde Van Gogh se cortó una oreja. Su misión: devolver la voz a los pueblos silenciados y revisar las memorias fracturadas del siglo XX.
Entre las 47 muestras que propone el festival, repartidas en 26 edificios históricos de la ciudad, abundan los fotógrafos surgidos de pueblos autóctonos. Por ejemplo, el mexicano Octavio Aguilar, ganador del Premio Découverte Louis Roederer. Su exposición, instalada en el almacén de un supermercado, también parte de un gesto performativo: reapropiarse del encuadre como estrategia de resistencia simbólica, reinventando un paisaje que la mirada occidental convirtió en mero decorado. A través de conversaciones con su abuela y otros miembros de la comunidad indígena de Santiago Zacatepec, en Oaxaca, reconstruye relatos orales sobre la cosmogonía indígena. En las imágenes, sus amigos interpretan estos personajes siguiendo los códigos visuales del imaginario ayuuk. Se regenera así una memoria colectiva sepultada por la colonización.

Una y otra vez, las fotografías de esta 57ª edición, titulada Imágenes indóciles, nos conducen a los márgenes. Una exposición recupera el archivo de dos fotógrafos, João Mendes y Afonso Pimenta, que desde los setenta han documentado la vida cotidiana en Serra, una de las mayores favelas de Belo Horizonte, en Brasil. De la fotografía documental a la de archivo, las formas son cambiantes y proceden de geografías y realidades diversas, pero el gesto es compartido. Responde a un movimiento social de gran calado: desmontar el relato hegemónico y cuestionar quién tiene derecho a mirar y de qué manera.
En otros rincones, hay adolescentes desviadas y encerradas en instituciones para menores en el interior francés, niños abandonados que buscan a sus padres, personas racializadas y queer en lucha por una visibilidad plena. En una capilla del centro, la muestra Futuros ancestrales reivindica el trabajo de artistas que denuncian la violencia histórica contra los afrobrasileños, los indígenas y el colectivo LGTBI en la Amazonia. El testimonio político no eclipsa, pese a todo, al objeto plástico. “Es importante hacernos eco de lo que ocurre en el mundo, pero sin olvidar la calidad artística de los proyectos, que sigue siendo el primer criterio”, afirma el director del festival, Christoph Wiesner.

Las minorías sexuales ocupan otro lugar destacado. Ahí está la exposición dedicada a WomanShare, la comunidad lésbica que en los años setenta decidió retirarse de la sociedad estadounidense para ensayar otras formas de vida colectiva. O las imágenes delicadas de David Armstrong, que retratan con ternura a sus amigos y amantes en la escena queer de Nueva York en habitaciones íntimas bañadas por la luz suave del amanecer. También se revisa la obra de Claudia Andujar, que documentó la vida homosexual y trans en el Brasil de los años sesenta, y se presenta una selección de fotografías de Letizia Battaglia, cuya mirada en blanco y negro no solo captó la violencia de la Mafia siciliana, sino también la transformación de las costumbres sexuales en la Italia de los setenta.
También en el cruce entre performance ante la cámara y denuncia militante, destaca la propuesta de Brandon Gercara, artista drag de la isla de La Reunión, que retrata a sus coetáneos queer del sur global en retratos cargados de misterio y sensualidad. Pero nadie encarna esa fusión de intimidad y resistencia como Nan Goldin, toda una pionera en estos asuntos. En la penumbra de la iglesia de Saint-Blaise, la fotógrafa estrena Stendhal Syndrome, una pieza febril acompañada por la música hipnótica de Soundwalk Collective. Su diaporama contrapone los cuerpos de la escultura clásica con los retratos que Goldin firma desde los días de La balada de la dependencia sexual, la serie que la consagró en este mismo festival en 1987. En la frontera entre lo profano y lo sagrado, la obra recoge, como es habitual en ella, toda la belleza y el dolor.

Goldin fue, como de costumbre, mucho más allá de la contemplación estética. La semana pasada, al recibir un premio en el Teatro Antiguo de la ciudad, subió al escenario junto al escritor Édouard Louis para denunciar la ofensiva contra las personas trans en Estados Unidos y, sobre todo, la situación en Palestina. Su intervención culminó con la proyección de un montaje estremecedor de imágenes de destrucción y muerte en una Gaza arrasada y ensangrentada. “Si la Shoá se hubiera retransmitido en directo, ¿la gente habría reaccionado?”, preguntó al público.
Varios proyectos apuntan también al declive del imperio estadounidense. En 1954, la fotógrafa Berenice Abbott, conocida por sus instantáneas de Nueva York en los años treinta, recorrió la mítica Ruta 1, la carretera más antigua de Estados Unidos, que une las antiguas 13 colonias desde el norte de Maine hasta los cayos de Florida. Sus fotografías retrataron una América en plena transformación, donde los viejos paisajes rurales dejaban lugar a una industria exuberante y a una población diversa y enfrentada a una persistente desigualdad. Más de medio siglo después, las fotógrafas Anna Fox y Karen Knorr retomaron ese mismo itinerario entre 2016 y 2024. Sus fotos muestran un país en declive: casas deshabitadas, jardines con pancartas a favor de Trump y banderas por todas partes, síntomas visibles del nacionalismo febril que ha sustituido a las viejas promesas del sueño americano.

El certamen se ha convertido en una referencia para entender el mundo a través de las imágenes. Durante la semana de apertura, reservada a los profesionales, el número de visitantes aumentó un 15 % respecto a 2024, alcanzando las 23.000 personas. Al final del verano, se espera que la cifra roce las 200.000. Con todo, el festival también despierta críticas por su impacto en la ciudad, convertida en capital cultural del sur de Francia.
Desde la inauguración de la Fundación Luma en 2021, con su torre de aluminio diseñada por Frank Gehry en el lugar que solían ocupar los talleres del ferrocarril regional, Arlés multiplica sus museos, galerías, hoteles de lujo y restaurantes chic. Pero también las tensiones sociales: el 24 % de sus habitantes vive por debajo del umbral de pobreza, mientras la ciudad se gentrifica a marchas forzadas. En su día, el propio Van Gogh pintó las roulottes de los gitanos a las afueras. Hoy, en la entrada de la ciudad, una gran pared cubierta de casilleros para llaves de apartamentos turísticos ilustra otra realidad.
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