Todos los diarios del mundo esconden los más grandes secretos (y están en un solo libro)
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Tú y yo y ellas, ellos y tanta gente y tanto tiempo –de hecho todo el tiempo, es decir, todas las épocas– y tantos cuadernos, páginas, folios y tantos archivos… ¿Qué es todo este afán? ¿Para qué este trajín? Son inciertos, por diversos y absolutamente personales, los motivos que han llevado a millones de personas a lo largo de la historia a la disciplina más o menos indulgente de escribir un diario, ese registro personal de lo que alguien es, quiere ser, por dónde se anda y en compañía de quién y con qué espíritu afronta sus días. Hasta ahí el raquítico esbozo teórico de la disciplina. Irrelevante por completo, porque lo que único que importa, la sustancia, son las palabras que llenan los días.
Con buen ánimo explorador, Esteban Feune de Colombi se dispuso a rastrear esas palabras y tomar muestras. Ha compuesto
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Artefacto. La palabra figura en la cubierta del libro que ha publicado La uña rota. No es del todo ajustada. Le falta muy poco para acabar arrumbada en el saco de las palabras desgastadas que, a fuerza de uso, han perdido su valor… literal. Es difícil nombrar esta cosa innombrable, pero quizá merezca la pena consignar los intentos: ¿exodiario, pluri o polidiario, anarcodiario? Esto va de experimentos locos y ayuntamientos raros. ¿Cómo si no se entiende que Anaïs Nin, con su aportación de reina el 6 de enero, comparta libro, autoría —o algo— con Fernando VII, la firma del 9 de junio? ¿O que Juan Ramón Jiménez suceda a Goebbels a finales de octubre, que Iñaki Uriarte salude en julio a Patti Smith o que Ángela Segovia preceda el 9 de noviembre a Marina Svietaieva, el 10? Simone de Beauvoir, el 3 de septiembre, mira por encima del hombro a John Evelyn para establecer contacto visual con Arhur Koestler, que viene el 5, y parece que algo más establecieron. Hablando de parejas, mención especial para la formada por Mary Shelley y Percy. Comparecen a cuatro manos. Él trae atrezzo romántico: "Avanzábamos deprisa contra el viento cuando un trueno golpeó de repente la vela y las olas se precipitaron contra el barco". Ella, fondo: "Me fuiste infiel con el agua, cuando tu elemento era el aire". A todo esto, Lord Byron también pasaba por allí: "Me iré a la cama, que me doy cuenta de que me estoy volviendo un cínico".
Las reglas del juegoHay así una brizna de locura y mucho de juego en este libro, pues las asociaciones son libres y las cartas no están marcadas, pero también hay reglas, claro: es que si no hay reglas, no hay juego. A saber: las entradas pueden ser en cualquier idioma, de cualquier persona y época. Cabe destacar aquí que la más antigua es de 1492 y la más reciente, o la última, mejor dicho, está fechada en 3013. Los diarios están publicados en su inmensa mayoría, pero se incorporan algunos inéditos. Las condiciones: la primera es que cada día tendrá un diarista distinto, de modo que no se repetirá ningún nombre a lo largo de este Feliz año. La segunda: se indicará día y mes, pero no el año. Esa información, junto con la fuente de donde procede, se revela al final. Ese movimiento lo cambia todo. De ser un libro curioso, pero apacible, pasa a ser una selva literaria subyugante que somete a quien entra a la continua lucha entre el autodominio del deseo de saber y la autosatisfacción al alcance de la mano, en las últimas páginas. Por el camino se puede jugar a imaginar quién ha escrito qué y se pueden inventar mil conexiones entre esos diaristas de carne y sangre, convertidas en personajes por obra y gracia de la yuxtaposición anónima.
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Sobre el cómo se hizo y las incidencias de tan peculiar proyecto se extiende así Feune de Colombi: "Me parecía un lujo, en línea con lo que plantea el genio de Kenneth Goldsmith en Escritura no creativa, mashupear, remixar –o como se diga– a variopintos autores de variopintas épocas. En un momento detuve el coso: era complicado embarcarse sin saber si a algún editor le interesaría. El proyecto entró en una sutil meseta; digo sutil porque, aun así, el entusiasmo hacedor me volvía a sumir en ardores frenéticos (otro síntoma bueno: ya tenía el chip metido en las vísceras)". Y sobre el método: "Ni destartalamiento ni sistema, sino algo entremedio, menos maniqueo, algo creado ad hoc para cerrar Feliz año cuando apareció Carlos Rod, el editor de La uña rota, al que conocí gracias a Marc Caellas y con el que comparto muchas lecturas y buenas conversaciones. Su aparición volvió el aparato más riguroso. Ajusté tuercas. Ya vivía en España sin mi biblioteca –jodido–, de modo que afiné los movimientos de la noria: cómo buscar y dónde sin que el proceso pierda sus capacidades entrópicas, cifrables en dosis de divertimento y sorpresa, de éxtasis y vagabundeo".
Contra los expertosAparte de sus reglas, el libro también tiene sus excepciones. Que no son muchas, pero haberlas haylas. "28 y 29 de agosto. Come en casa Borges". Cuatro palabras para dos fechas y una frase sencilla. No diría mucho de no ser por el nombre que consigna (Borges) y por quién lo consigna: Bioy. Uno de los diarios de cabecera de autor/ensamblador: "Agarrás el Borges de Bioy y en medio siglo de amistad pasa de todo y el cabrón de Bioy tiene el tiempo, o eso nos hace creer, para sentarse a escribir a las tantas casi cada noche después de que Georgie abandona su casa, adonde cena muchas noches de la semana. Ese diario fanáticamente memorioso es el blog del 21. Es mi misal. Lo tengo en el bidet y lo leo obnubilado –bueno, bidet tenía en Buenos Aires, se quedó allá junto a la biblioteca–. De la peronofobia a los tobillos de una señora de alcurnia pasando por el verso yámbico en la misma página: mejor que una batidora de brazo. Y eso me pasa con pocos libros, la verdad. Los diarios de Isabelle Eberhardt, los de Carl Seelig, los de Nin, los de Ribeyro, los de Lord Byron. ¡Los de Kafka! Aaaaaaaaaaa. Los de Kafka, un camino sin retorno".
El hecho de no encontrar las autorías propone una tabla rasa muy interesante: evita el fenómeno fan, ir a buscar los tuyos
El autor tiene sus preferencias, el lector o lectora tendrá las suyas, pero el hecho de no encontrar las autorías propone una tabla rasa muy interesante: evita el fenómeno fan, ir a buscar los tuyos y pasar por encima o evitar nombres que resulten ajenos o menos conocidos… Desnudo de pistas, el libro se ofrece virgen: una gran oportunidad para deshacerse de prejuicios y leer textos de autores desconocidos en igual de condiciones que los preferidos. Algún descubrimiento (o muchos) surgen de ahí. Quizá sea excesivo decir que se sale de la lectura de Feliz año convertido en un experto, pero no es mentira afirmar que se sale sabiendo más y con ganas de saber más o, al menos, con una buena lista de deberes de lectura.
Hablando de expertos, quien habrá salido de la escritura –o montaje, mejor dicho– de este libro convertido en uno de ellos es Feune de Colombi. Explica así lo que pasó: "A partir de la publicación del libro, cayó sobre mí una rara condena, una condena diría indeseable: volverse experto en algo. Me pasó otrora con el libro que le dediqué al artista Federico Manuel Peralta Ramos y editó Caja Negra. ¿Soy lector asiduo de diarios? Sí, voraz y desordenado, capaz de adhesiones furibundas, olvidos imperdonables y rechazos notorios. No todos los diarios me interesan, claro, pero los que sí tienen ese componente mágico que amalgama todos los géneros. Hago esfuerzos para no definirme. Cuesta. Quizá deba dejar de intentarlo (sin embargo, no, ¡no!: me pasa lo mismo con la ironía en territorios donde percibo que escasea). No me interesan los géneros. O tal vez sí, pero no tanto. Lo justo. ¿Qué es lo justo? Ay; me meto en camisa de once varas. Eso me gusta de los diarios que me gustan: las camisas de once varas (el origen de la expresión, medieval, es alucinante). Todo convive en ellos bajo la máscara del mismo supuesto yo, estallado en miles, reconstruido como en una pieza de kintsugi: el relato, la crónica, el chisme, la poesía, el diálogo, la historia, el escarnio, la apología, el desecho".
"¿Soy lector asiduo de diarios? Sí, voraz y desordenado, capaz de adhesiones furibundas, olvidos imperdonables y rechazos notorios"
Qué verdad. Hay poemas en este año feliz: "Hoy miércoles 22 de enero/Tú me llueves – yo te cielo", que escribía Frida Kahlo. Hay novela negra y de misterio en las líneas de Bolaño y Porta: "Viernes. Encontraron el pasaporte debajo del colchón, envuelto en una hoja de periódico, junto con algo de bisutería. No dejó testamento, ni dinero…". Hay travesías y literatura de viajes y aventuras: "El Domingo de Ramos, casualmente el día del aniversario de nuestro naufragio en el Orinoco, estuvimos en peligro de muerte a una distancia de tres millas marinas…", consigna Alexander von Humboldt. Hay ramalazos gore un 20 de diciembre: "Compro cráneos de cordero, de perro, de cerdo, de asno, de caballo, de vaca […]. Los cráneos humanos ya los tenemos gratis", escribe un artista: Miquel Barceló. Hay crítica de arte y ensayo y reflexión artística, por ejemplo en la entrada de Anne Truitt el 6 de julio: "Lo especial de los artistas es el grado en que esos equilibrios precarios resultan cruciales para su empeño real. Su esfuerzo esencial es catapultarse a sí mismos por entero…". Hay bellísimos microrrelatos como el de Inka Martí el 6 de octubre que protagonizan un hombre cazado por un águila (o al revés). Y crónicas de días que cambiaron el mundo como la de Paul Auster del 11-S. Y cartas de amor y de dolor: "Querido Pierre, a quien nunca volveré a ver aquí, quiero hablarte en el silencio de este laboratorio…". Sí, es la extraordinaria Marie Curie. Y luego está quien escribe diarios para rezar como Unamuno: "Úngeme, Jesús mío, de lodo los ojos y mándame ir al lavadero de tu enviado, a la confesión, para que vuelva viendo. Dame fuerzas que no tengo voluntad", y quien le da a la otra escatología: "Mala noche, primero frío, luego frenesí rectal", consigna Samuel Beckett. Hay mucho diario de guerra, de viaje, de paisaje… Hay mucho autoanálisis, introspección… Hay mucho de todo, en fin, y luego está Vila-Matas haciendo de sí mismo y escribiendo un 14 de noviembre desde Praga: "¿Y el 14 de noviembre de 1906? ¿Por dónde andaba Kafka…?".
Hablar de uno callandoSe puede hablar de sí mismo –y convertirse en un plomo sufrible– a la manera habitual, es decir, intentando meter baza cada vez que alguien comenta cualquier cosa sobre cualquier tema. Y se puede hablar callando, simplemente eligiendo bien los destinatarios o interlocutores y poniéndolos a conversar. Es el caso de Feliz año. Esta obra tan autoral sin autor solo es posible porque este se esconde detrás de cada una de las entradas consignadas. Este puzle, este revoltijo, esta montonera lleva el sello de Feune de Colombi. ¿Será posible que Feliz año actúe como una feliz y silenciosa autobiografía? "Tengo para mí que todo lo que escribo es diario. No sé si lo cronológico, el reloj, ordena algo en un proceso que suele ser caótico –escribo en simultáneo de todo y a todo lo trato con el mismo nivel de atención: hago lo propio con la vida, sea lavar los platos o estrenar una obra, leer a Laurence Sterne o leer un mail del spam–, a lo mejor sí. Oulipiano como me reconozco, encuentro en las restricciones un vergel creativo, un corsé para mi anarquía. Y la escritura es un cronómetro muy claro de cómo el tiempo corre, de cómo se te escurre. Cada letra es arena que se esfuma en los dedos ‘tipeantes’. Puede sonar medio desesperante o puede, al revés, sonar a bálsamo. Elijo lo segundo. Este serpenteante preámbulo para decir sin ambages que sí, que me gusta la idea de pensar el libro como una autobiografía restallante y esquizofrénica, pero una de tantas, de tantísimas… Por eso moriría por ver que otros Feliz año florecieran, orondos, por ahí".
El Confidencial