Umberto Eco y la vecina argentina de Valencia a la que ‘salvó’ de la dictadura
Una ventana de la estancia da al mar, las otras dos a la trama urbana de El Cabanyal. Allí, en un apartamento del antiguo barrio de pescadores de Valencia, se invoca el nombre del italiano Umberto Eco en una calurosa tarde de principios de verano. La campechanía, la erudición y el magisterio del semiólogo salen a colación en la conversación, pero también aspectos menos conocidos de la vida del autor de El nombre de la rosa, como la carta que ayudó a una joven argentina a salvarse de la dictadura de su país o su crítica a los “fachistas de izquierdas”.
Lucrecia Escudero era esa joven. Hoy esta semióloga argentina tiene 75 años y lleva la voz cantante con su hablar caudaloso. Discípula y gran amiga del intelectual y escritor italiano, uno de los más influyentes del último tercio del siglo XX, fallecido a los 84 años en febrero de 2016, protagoniza un nuevo libro. Sus recuerdos, su experiencia vital y su relación con el professore vertebran Umberto Eco (desclasificado). Semiótica de la salvación, de la periodista y escritora Mayte Aparisi Cabrera. Editado por Jot Down, su publicación está prevista para el primer trimestre de 2026, en coincidencia con el décimo aniversario del fallecimiento del intelectual progresista y antifascista. En su testamento, Eco expresó su deseo de que no se le tributara ningún homenaje ni simposio ni acto académico hasta que transcurrieran, al menos, 10 años de su muerte. Por ello, se espera un alud de novedades.
Umberto Eco (desclasificado) tiene la particularidad de haber sido gestado inicialmente en El Cabanyal —sin ninguna vinculación con el profesor que impartía doctrina desde la Universidad de Bolonia–, con entrevistas también en París, las dos residencias actuales de Lucrecia Escudero, y de aproximarse al perfil más humano del autor y también su implicación personal y política.
“Umberto me salvó la vida y no solo en el plano intelectual”, dice Escudero, sentada en el piso de El Cabanyal de la también semióloga Cristina Peñamarín, catedrática emérita de la Complutense de Madrid, cuyo testimonio también se incluye en el ensayo. Ambas son amigas desde 1976, cuando coincidieron en el seminario que impartía Eco en Bolonia. Mantuvieron una relación personal y académica con él durante el resto de su vida y ahora se han comprado sendas viviendas para pasar temporadas en el barrio valenciano, que les descubrió el editor argentino afincado en París Carlos Schmerkin.
Profesora jubilada que impartió clases en las universidades de Lille (Francia), Córdoba (Argentina) y la Sorbona Nueva-París 3 (Francia), Escudero explica que siendo una joven estudiante contestataria en la Universidad de Rosario (Argentina), muy activa y defensora de los derechos humanos, decidió escribir a Eco para preguntarle si podía estudiar con él. En aquel 1976 ya era una autoridad en el ámbito académico, pero aún no la celebridad en que se convertiría años después con la publicación de El nombre de la rosa, en 1980. Ella había quedado impactada tras analizar en la facultad sus influyentes ensayos Apocalípticos e integrados y Obra abierta.
Desaparición de estudiantesAquellos eran los años de los crímenes de los paramilitares en Argentina, de la Triple A, de la posterior dictadura de los militares (entre 1976 y 1983) y de la insurgencia de la izquierda montonera. Empezaba a ser común la desaparición, sobre todo, “de estudiantes y obreros”. “Muchos de ellos de Filosofía y Letras, como yo, algunos muy próximos a mí”, apostilla Escudero. “Entonces yo le escribo una carta a Umberto, como quien escribe a Papá Noel. Yo era buena alumna, pero para nada me esperaba que a vuelta de correo, a las pocas semanas, se obrara el milagro y llegara una carta con el membrete de la Universidad de Bolonia diciendo que me aceptaba para trabajar con él en su cátedra y que me mandaba de regalo su Tratado de semiótica general dedicado”, rememora.
Con esta credencial, Escudero se presentó a las becas que concedía (y concede) el Instituto Italiano de Cultura, organismo adscrito a la Embajada de Italia en Argentina, para estudiar en el país transalpino, especialmente dirigidas a la muy nutrida población con ascendencia italiana. La ganó. Cincuenta años después, la semióloga aún se emociona al recordar cómo respiró aliviada y estalló en aplausos cuando el avión despegó con numerosos estudiantes a bordo, dejando atrás su país.

“Yo viví el viaje como una liberación. Es cierto que algunos de los estudiantes que también viajaron no tenían el problema de la militancia y la represión o no lo vivían de manera cercana, pero yo sí, y no solo yo”, explica Escudero. La argentina cuenta en el libro de Aparisi Cabrera que en su maleta guardaba recortes de periódico en los que aparecían listas de nombres de personas fallecidas en enfrentamientos militares en Argentina, con un único destino: Amnistía Internacional. “Umberto, años después, me reconoció que cuando leyó mi carta percibió que yo estaba en peligro”, rememora. Así se lo transmitió también el escritor a Patrizia Magri, que fue su mano derecha.
Escudero rememora que en el primer encuentro que mantuvo con el intelectual en Bolonia, este ya le mostró su naturalidad y complicidad, invitándole a comer una pizza y confiándole su satisfacción, aunque también cierto temor: “Acababa de comprarse un convento en ruinas en medio de la montaña, y como estaba casado con una mujer alemana muy estricta, Renate Ramge, no sabía cómo decírselo”.
El conventoEl convento desempeñó un destacado papel en el proceso de escritura de El nombre de la rosa, novela de trama detectivesca medieval y compendio de referencias cultistas que fue muy bien recibida por la crítica, una parte de la cual, sin embargo, se distanció de ella cuando se convirtió en un éxito popular planetario, con decenas de millones (medio centenar según algunas estimaciones) de ejemplares vendidos. El pasado mes de abril, el Teatro de la Scala de Milán estrenó la versión operística, compuesta por Francesco Filidei, que también se representará en la Ópera de París.
De todo ello se habla en el libro de Aparisi Cabrera, que presenta la cara más desconocida y cercana de Eco en un trabajo de investigación que rescata la memoria oral de algunas de sus principales discípulas, con especial atención a su vínculo con Argentina.
El libro recoge el encuentro de Escudero en 1990 con un diplomático italiano en el Instituto de Cultura Italiano de París. Este le comentó que en la entidad “eran conscientes de que con las becas otorgadas durante los años de plomo” estaban ayudando a salvar a jóvenes argentinos.
En cualquier caso, lo que no hubo por parte del Instituto de Cultura de Italia en Argentina fue una operación organizada ni tuvo nada que ver el Ministerio de Relaciones Exteriores, según explica el diplomático Enrico Calamai, en conversación telefónica con EL PAÍS desde su casa en Roma, informa Federico Rivas Molina desde Buenos Aires.
“Puede ser que el director del Instituto ayudara, pero como algo personal o que Eco escribiera al ministerio de Exteriores en Roma”, señala el diplomático, de 80 años, que estaba trabajando aquellos años en la embajada italiana en la capital argentina. Con anterioridad, Calamai había ejercido de vicecónsul en Santiago en 1973, un cargo desde el que ayudó y protegió a centenares de chilenos que entraron a la embajada italiana huyendo del golpe de Estado de Pinochet.
En el Instituto Italiano de Buenos Aires “había una comisión compuesta por funcionarios italianos y argentinos, que validaban las candidaturas”. “Si la parte italiana insistía, la candidatura podía pasar. En el caso de que hubiera sido una conocida guerrillera, hubiese sido muy difícil. También había mucha gente que estaba en peligro, que había dejado las organizaciones y aún no estaba señalada”, agrega.
La psicoanalista Cristina Canzio, amiga de Escudero, conoció a Calamei en Buenos Aires, antes de ser becada también en Italia. Su única motivación era estudiar en Florencia con Graziella Magherini, la psiquiatra que acuñó en 1979 el “síndrome de Stendhal“ o ”síndrome de Florencia“, que alude a un trastorno psicosomático provocado por la exposición a obras de arte. Su casa en la ciudad italiana fue un lugar de paso y contacto de algunos argentinos que huían de la dictadura en aquellos años, apunta por teléfono.
Ahora, el Cabanyal se está convirtiendo en un lugar de encuentro con nuevos vecinos. Allí, Escudero se está arreglando una planta baja en una de las calles que conservan la arquitectura popular (ecléctica, modernista, humilde) de un barrio que pasó del abandono y la amenaza de la piqueta a estar de moda. Desde allí convoca al maestro y amigo que le “cambió el chip” y le hizo ver que ella “había sido una fachista de izquierdas”. Eco cuestionaba el derramamiento de sangre de la lucha de los montoneros y los peronistas revolucionarios de los 70, a quienes comparaba con las Brigadas Rojas de Italia, que asesinaron a Aldo Moro, truncando la posibilidad de poner en marcha el compromiso histórico que propugnaba el líder del PCI Enrico Berlinguer para alcanzar el poder en alianza con los democratacristianos, como se relata en la película La gran ambición, recientemente estrenada en España.
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