Un anarquista de derechas

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Pertenezco a una tropa considerable: los españolitos que nos enamoramos perdidamente de Françoise Hardy. Entre el estruendo del yeyé francés, ella resultaba diferente. No solo por su esquelética percha: cantando destilaba una melancolía de alto octanaje. Esa devoción nuestra se solapaba con un cierto odio por Jacques Dutronc, su novio, luego marido; por lo que decían, no se portaba demasiado bien con ella.
Eso nos planteaba un dilema. Resulta que Dutronc era también un talento de primera. Un pionero del primer rock & roll francés con El Toro et les Cyclones, que –tras trabajar en el departamento artístico de Disques Vogue- se reinventó como dandi de la chanson. Comenzó con un sonido entre garajero y dylaniano antes de revelar inesperados recursos, en la lánguida J’aime les filles y, sobre todo, con Il est cinq heures, Paris s’éveille, sublime retrato de la ciudad que se despierta justo cuando –no podía dejar de mencionarlo- él se acuesta.
A lo largo de su carrera musical, Dutronc ha demostrado un talante impertinente, recalcado por títulos como L’Opportuniste o L’Aventurier; conviene advertir que no eran necesariamente autorretratos. En 1973, comenzó a trabajar en el cine y sus discos se fueron espaciando. La mayoría de sus películas estaban destinadas al consumo interno, aunque tuvo éxitos internacionales con Lo importante es amar y Van Gogh.
Ahora hay una oportunidad para entender mejor su trayectoria con la traducción de Et moi, et moi, et moi. Memorias, iniciativa de Monstruo Bicéfalo, la muy francófila editorial de Felipe Cabrerizo. Se trata de un libro tirando a pudoroso, con pocas apariciones de la Hardy (y menos de su siguiente compañera, Sylvie Duval). En realidad, estamos ante la crónica de una criatura nacida con una flor en el culo. Un poco por chiripa, va trabajando con directores como Lelouch, Godard, Chabrol, Pialat, Zulawski. No alardea de grandes cualidades, “un protagonista con ojos azules siempre funciona.” Aunque sí lamenta que no salieran adelante proyectos con Wim Wenders o Spielberg: “Mi inglés sigue siendo malísimo”.
Como cantante-compositor, Dutronc es atípico: pone música a letras ajenas, chispeantes en el caso de su principal colaborador, el periodista Jacques Lanzmann. Terminaron mal, pero se reconciliaron. Uno sospecha que Dutronc necesita alguien que le encienda la mecha y le saque de su idílica casa de Córcega. Eso fue Serge Gainsbourg, colaborador en Guerre et pets (chiste escatológico a partir de Guerra y paz, de León Tolstói). También ayudó Thomas Dutronc, el hijo que tuvo con Françoise, aunque fue un descubrimiento tardío: Jacques se negó a darle lecciones de guitarra y ni se enteró de que también cantaba; terminaron grabando y girando juntos.
Disfrutó de otro pico de popularidad en la década pasada, con el supergrupo Los Viejos Canallas, formado con dos bestias escénicas como Johnny Halliday y Eddy Mitchell. Dice que lo pasó mal cuando tuvo que reconocer que, vaya, no dominaba el repertorio de sus partenaires. Típicamente, Dutronc no cuenta intimidades de una gira que tuvo ser –en todos los sentidos- salvaje, aunque sí explica que entonces pudo conocer a Charles Aznavour, al que abrumó contándole su admiración... hasta que el autor de La mamma le interrumpió para confesar que no podía enterarse de nada: se había olvidado el audífono. Ah, los octogenarios de las varietés.
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