‘Narrar es beber de la sangre ajena’: Leonardo Padura
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Ir a La Habana, el libro más reciente de Leonardo Padura (La Habana, 1955), es un canto de amor y odio por esa ciudad fantasma que en los últimos años se ha convertido en una metrópoli cargada de reguetón y edificios desvencijados.
Ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras (2015), Padura escribió este ensayo biográfico –como él lo define– a manera de conquista territorial, para exponer las múltiples capas de la isla. Así que este libro –que intercala memorias y fragmentos de sus libros, elegidos por su esposa, la guionista Lucía López Coll– inicia con el primer recuerdo de su barrio, Mantilla, donde aparece como niño mataperros (pata de perro, se dice en México) que pronto se enamoró de las calles y de su atmósfera.
Luego vienen los pasos del adolescente que descubrió el beisbol, los rincones amorosos, la música rebelde y su inicio en la escritura, como cuando empezó como crítico literario en la revista El Caimán Barbudo.
Aunque en 1983, “mientras avanzaba el proceso de concreción de la ciudad socialista dentro de la histórica y republicana”, los integrantes de la Juventud Comunista le diagnosticaron “problemas ideológicos” y lo denigraron a reportero de diario, en el vespertino Juventud Rebelde, donde debía reeducarse políticamente. Para su suerte aquel lugar sólo fue una inesperada plataforma de periodismo literario.
¿Cómo es su relación con La Habana?, se le pregunta al creador del detective Mario Conde y autor de El hombre que amaba a los perros. “Mi relación con La Habana es compleja y contradictoria. Este libro es la expresión de una relación en la que hay tanto amor como odio.
La Habana ha tenido, en los últimos 40 años, un proceso de detenimiento de su evolución física: se han construido pocas obras, y una máxima incontestable es que las ciudades que conocemos son las que se construyen cuando hay dinero. Y la falta de dinero ha hecho que La Habana se haya detenido en un espacio fantasmal, porque la gente y las situaciones han cambiado, pero el espacio sigue siendo el mismo. Las ciudades son organismos vivos, evolucionan, crecen e incluso, eventualmente, desaparecen”, dice a Excélsior.
¿Reconoce aún esa ciudad que está en sus libros? “La Habana se ha llenado de vertederos de basura, baches en las calles, aceras destripadas, edificios desconchados, balcones apuntalados y falta pintura, y todo eso hace que los comportamientos de los ciudadanos sean muy poco apropiados.
Ha habido una pérdida acelerada de urbanidad que incluye, además, la falta de respeto al derecho ajeno. En La Habana de hoy se sufre una invasión sonora. Siempre fue una ciudad bulliciosa, pero ahora se ha llenado de motorinas y la gente va con su teléfono móvil, una bocina con Bluetooth y regalan reguetón al mundo al volumen que les sale de los cojones”, lamenta.
¿Puede la literatura recuperar una ciudad? “Para recuperar una ciudad hace falta dinero, voluntad política, educación cívica y el escritor sólo refleja lo que existe. El valor que puede tener la literatura en ese conflicto de intereses (económicos, políticos y educacionales) es fijar esa imagen de la ciudad y dotarla de una memoria, porque muchas veces estos procesos alimentan el olvido, y la literatura puede rescatar esos elementos de la desmemoria”, apunta.
¿Qué lugar juega el narrador? “El escritor es un almacén de memorias. Los novelistas somos como garrapatas, nos alimentamos de sangre ajena. Tengo que alimentarme de las memorias posibles, porque no puedo vivir la vida de todos mis personajes ni vivir todas las épocas que ellos han vivido. La función del escritor es preservar las memorias y dar una imagen de la ciudad. Con eso no resolvemos los problemas materiales, pero preservamos un espíritu que no tiene por qué ser propiedad de ninguna estructura o sistema político”.
Finalmente, habla de Donald Trump. “Cuba y México somos dos países que estamos demasiado cerca de EU y demasiado lejos de Dios. Lo que ocurre es que EU no puede vivir sin México y aunque él es muy bravucón, siempre se va hacia el lado. Pero Cuba es un puntico que es manejado como política doméstica, pues hay un lobby en Florida que decide la política exterior (de EU con Cuba) y esto tendrá efecto sobre nuestro país”.
cva
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