El sentido del ridículo

Milan Kundera escribió en La inmortalidad que nunca acabamos de saber por qué irritamos a la gente, qué es lo que nos hace simpáticos, qué es lo que nos hace ridículos. Y concluye: “Nuestra propia imagen es nuestro mayor misterio”. Ciertamente, nuestra civilización le ha tenido un gran temor a resultar ridículo, como se demuestra leyendo a Platón, que hace veinticinco siglos avisó de que las cosas que menos se perdonan son la burla y el ridículo. Pero, aun así, los seres humanos, incluso los más poderosos, van más allá de lo que la prudencia aconseja, por vanidad o por ignorancia y caen en el más espantoso de los ridículos.
A veces perdemos de vista la imagen que nos devuelve la realidad, que es el más exigente de los espejos. Y no tenía razón Napoleón, cuando se justificaba después de su última derrota en el campo de batalla, diciendo que de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso. La historia debería haberle enseñado que lo que uno no puede explicarse a sí mismo, difícilmente lo valorarán los demás.
La imagen de Trump como papa, difundida por la Casa Blanca, causó vergüenza planetariaPocas imágenes más ridículas se han publicado nunca como la de todo un presidente de Estados Unidos ataviado como un papa de Roma para hacer una gracia. Pero más majaderos son aún quienes rodean a Donald Trump, que no solo le fabricaron ese disfraz con inteligencia artificial, sino que no le convencieron de que era un error difundirlo desde los propios canales de la Casa Blanca. Si lo que pretendía, como sugirió en su artículo dominical Enric Juliana, era hacer una befa con el mensaje de fondo de que la Iglesia católica debe obedecer, lo cierto es que el cardenal estadounidense Timothy Dolan, un tradicionalista apoyado por Trump, ha mostrado su indignación con la imagen, con una frase rotunda: “Ha metido la pata”.
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Tenía razón Kundera cuando manifestaba que nos cuesta saber cuándo hacemos el ridículo en esta vida, pero comportarse como un bufón, bromeando sobre la fe de los católicos en vísperas del cónclave, es avergonzar no solo a los 1.400 millones de católicos del planeta, sino también a cualquier ser humano respetuoso con las creencias ajenas. Y en medio de todo esto, Dolan ha caído de las quinielas.
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