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Cruel final para un gran Perera y un bravo Anárquico en Sevilla

Cruel final para un gran Perera y un bravo Anárquico en Sevilla

Volvía Miguel Ángel Perera de conquistar la Puerta del Príncipe más real de la última feria de Abril; regresaba Santi Domecq después de lidiar la corrida más redonda de Sevilla. Y esto, sumado a los recientes triunfos de Manuel Escribano y Borja Jiménez, y los farolillos ya encendidos, daba una imagen de lleno a falta de un tantito así. De los tres contendientes, al final sólo quedó con el prestigio en pie el veterano extremeño, castigado por el destino ante el toro más notable de los domecq. Esta es la historia de una tarde en la que nadie renovó glorias próximas ni lejanas.

A las 19.59 Perera y Santi reeditaban temporalmente éxitos pasados con final injusto y desigual. Incluso cruel, diría. Duele que después de poner la Maestranza del revés, el descabello te robe un triunfo de ley. Y duele más si la balanza se descompensa porque el palco decide premiar con una vuelta al ruedo en el arrastre que no sé. Sonó caserota. MAP había puesto orden y gobierno en la bravura de Anárquico, con el hándicap añadido de gobernar también el viento. Y el toro, precisamente por su bravura, exigía una precisión extraordinaria. Y también los terrenos más expuestos al viento. Que fue donde el extremeño se lo sacó tras un ardiente prólogo en bandera y una mandona primera serie entre las rayas en la que Anárquico apretó una barbaridad. Fuera del tercio, más desprotegido, Miguel Ángel impuso el mando y la ligazón, el temple que parecía imposible; el toro -guapo y hechurado- respondió a todo con prontitud, repetición y más obediencia que clase.

La faena se desarrolló forzosamente diestra, salvo una serie zurda que necesitó de la ayuda del estoque simulado. Todo por abajo, la muleta a rastras, con una plomada soberbia, ese asiento, la obra crepitó e incendió Sevilla con la quietud extrema, entre ochos y trenzas, circulares. Que como los pases de pecho ligadísimos en el sitio desataron un incendio. La estocada tuvo más contundencia que muerte, por su ligera travesía. El descabello se tornó en misión inalcanzable con Anárquico tapándose la cerviz. Cayeron dos avisos antes que el notable toro. Y después el pañuelo azul y la reducción del premio en la ficha de Perera a una cerrada ovación. Cruel destino.

No remontó el infortunio ante el quinto de la preparada corrida de Santi Domecq, de poderosa presencia. De la apariencia no pasó este penúltimo, tan mal picado como desacompasado y con escaso celo. Y Miguel Ángel Perera se quedó con ese sinsabor del éxito perdido.

Manuel Escribano bulló en los tercios previos en los albores de la tarde ante un toro con mucha potencia y motor. Desde la apurada larga cambiada en la puerta de toriles a las banderillas, el domecq -apretado de carnes y de abierta cara- se lanzaba a todo trapo con todo. Así acudió al caballo cuando el matador de Gerena lo lució en largo. Un puyazo trasero y otro en la yema de Juan Francisco Peña -descabalgado en el segundo encuentro- desató entusiasmos febriles. La noble embestida para la muleta se dio con distintos ritmos en las tres primeras series, que fue más o menos el tiempo que duró antes de apagarse. Cumplió Escribano, que ante un cuarto con aires de Villamarta, malandado, con más clase que empuje, que pedía templanza, pasó inadvertido.

Borja Jiménez tardó mucho en apostar el pitón de más estilo como era el izquierdo del tercero, de anatomía más ligera. Prometió mucho la faena con un arranque formidable de doblones exigentes. Pero se obcecó en tres tandas diestras en las que la manejable embestida carecía de finales. Al natural trazó bien esa curva tan vistosa que redondea el muletazo detrás de la cadera. Faltó el aliento último para que la faena cobrase vuelo.

Toda la carne puso en el asador Jiménez con el último. Brioso, bravucón, de mucha movilidad y disparo para venirse pero no tranco para irse. Borja se fue a porta gayola, fervoroso en el mix de lances -chicuelinas, delantales- y ardiente en el arranque de faena de rodillas: no el más propicio para someter. El toro, que sembró el caos en banderillas, fue lo trabajoso que apuntaba. Y BJ dio todo lo que puede dar de sí.

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