José Cueli: Las palabras se vuelven espadas

Las palabras se vuelven espadas
José Cueli
R
ecuerda que la fábula ya comentada en artículos anteriores de don Quijote de la Mancha en el camino a Zaragoza desafiando lo que viniera.
Lo que llegó fue un tropel de toros bravos. Uno de los lanceros empezó a gritar a don Quijote: ¡Apártate, hombre del diablo, que te harán pedazos los toros! A lo que contestó: ¡Ea, canalla, para mí no hay toros bravos que valgan, aunque sean los que cría Jarama en sus riberas! No tuvo tiempo don Quijote de desviarse y el tropel de toros bravos pasó por don Quijote a pesar de que dio zapatetas en el aire, con grandísimo contento se fue a tomar las riendas de la mula de Dorotea y haciéndola detener se hincó de rodillas suplicándole le diese las manos para besarlas y que la recibía por su reina y señora. Para pasar a torear al toro de pitones como molinos de viento, espejos de bien torear que promovían el jaleo y las palmas, mientras hembras con peinetas granas soñaban con don Quijote, con una muerte en cada aspa del molino y un pensamiento en cada gota de sangre alborotada y atormentada por el abandono. Sí, don Quijote revolcado, desmadejado, toreando en el cemento por naturales entre los pitones de viento.
En la misma palabra Jean-Paul Sartre en su autobiografía Las palabras narra siendo un adolescente al que el abuelo llevaba sus escritos a un periódico, la visión del escritor al recibir críticas y amenazas de los lectores que lo hacían exclamar. Hay un momento en la vida del escritor que ¡las palabras se vuelven espadas! O sea, escribir es actuar.
No en balde Michel Leiris fue amigo de George Bataille, de quien entre su extensa obra erótica aparece la Historia del ojo, que narra la muerte del torero Manuel Granero en la Plaza de Madrid en 1922 en un escenario particularmente erótico y notablemente traducida al español por nuestra compañera Margo Glantz. Asimismo, fue amigo inseparable de Picasso y su afición desmedida a la fiesta brava. Tres dibujos magistrales de toros bravos dan el remate a este artículo.
Cómo termina, sin importar las amenazas que le lancen, el escritor no tiene más remedio: continuar, insistir e imponer su suerte al precio de la muerte.
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