Seleccione idioma

Spanish

Down Icon

Seleccione país

Mexico

Down Icon

Marián Salgado, la cría endemoniada que enamoró a Chicho: "Lo que llevaba mal era que me mintieran. Creían que me protegían, pero no era así"

Marián Salgado, la cría endemoniada que enamoró a Chicho: "Lo que llevaba mal era que me mintieran. Creían que me protegían, pero no era así"

"Vas a matar a un viejo a palos. Quiero que disfrutes, que seas feliz". La frase es de Chicho Ibáñez Serrador. Da miedo. Y da más miedo aún saber que la que escuchaba el terrorífico consejo, que también quería ser una orden tajante, era una niña de apenas 12 años de edad. "Lo que llevaba mal es que me mintieran", recuerda la actriz Marián Salgado que ahora presume orgullosa de su sesentena. Y sigue: "Cuando rodaba, me mentían constantemente sobre el sentido de lo que iba a hacer y lo hacían supuestamente para protegerme, pero la mentira nunca protege de nada. Chicho siempre iba de cara y me trataba como si fuera una persona adulta".

Cualquiera que haya visto la película ¿Quién puede matara a un niño? (1976) puede situar perfectamente la sugerencia del director al lado de la entonces jovencísima intérprete. Pocos instantes de pánico más perfectos y soleados conoce el cine español en particular y el de terror en toda su extensión. El rostro inocente de la más pura de las criaturas acomete el más brutal, sangriento y nefando de los actos. Y hasta monta con sus amigos, igual de inocentes y sonrientes que ella, una piñata con el cadáver.

Chicho Ibáñez Serrador tenía claro, en efecto, cuál era el auténtico poder del miedo. Por un lado, nada nos deja más indefensos. "Alguien asustado renuncia a demostrarse a sí mismo de lo que es capaz", comentó en su momento. Pero con todo, quién se resiste. La sensación del pánico, insistía nuestro Hitchcock particular, nos devuelve a la infancia, a ese espacio casi sagrado en el que aún todo es posible, al lugar exacto que habitaba la propia Salgado entonces.

La atracción por lo pavoroso, además, tiene algo de catártico, de salvífico quizá. Como la propia religión, el terror en sus múltiples formas de consumo coloca al creyente, al espectador, en la aceptación orgullosa de su desamparo. Y de su desmayo. Somos vulnerables cuando admitimos el secreto de la fe, a la vez fascinante y terrorífico, y cuando nos abandonamos a la certeza sobrecogedora de lo desconocido, de lo que nos hace sufrir. Y más cuando esa certidumbre nos llega de la mano del niño que, de repente, volvemos a ser. "Vas a matar a un viejo a palos. Quiero que disfrutes, que seas feliz".

Marián Salgado, que obedeció y fue feliz, fue actriz. Lo es aún (tanto feliz como actriz), pero de otra manera, otra más ocasional y mucho más atenta al recuerdo que al presente. En su momento, de hecho, y con permiso de las marisoles, las rocíos y los joselitos de nuestro cine, fue la más temible, en su sentido más radical, de los jóvenes intérpretes españoles. Su filmografía más destacada la componen apenas tres películas, las tres terroríficas, y un doblaje por fuerza mítico. Suyas son las pavorosas actuaciones que animan tres pilares del fantaterror como La endemoniada (1975), de Amando de Ossorio, El extraño amor de los vampiros (1975), de León Klimovsky, y la citada ¿Quién puede matar a un niño?

Pero antes, ella fue Regan, el personaje al que daba vida (y muerte a la vez) Linda Blair en El exorcista, la película de William Friedkin que transformó el género para siempre. Sí, ella puso la voz en castellano al mismísimo diablo. "En verdad", corrige la propia Salgado en un acceso de modestia, "yo solo hice las partes en las que el demonio todavía no ha entrado en el cuerpo. Soy Regan sin poseer aún". Estas películas, en puridad, son solo una mínima parte de su intensa actividad infantil. Durante la década de los 70 actuó en papeles pequeños en cerca de 15 producciones y aproximadamente en cinco obras teatrales. Su trabajo se puede rastrear además en la televisión única de entonces y en la radio donde fue "actriz de voz", y su nombre apareció al lado de gigantes como Marisa Paredes o Sancho Gracia.

Cuenta que fue Fernando Rey, el director del doblaje de la cinta de Friedkin, el primero en fijarse en ella. "Entonces lo habitual era que las voces infantiles las hicieran adultos como Matilde Vilariño o Pepe Carabias. Yo era, de hecho, la única niña. Por lo visto, enviaron las grabaciones de las pruebas a Estados Unidos y yo fui la elegida". Y pese a tanto honor, pues eso fue, Marián nunca supo exactamente lo que ocurría en la película. "Fernando me decía que mi papel era el de una niña que iba a sufrir una enfermedad y se iba a transformar, pero nada más. Luego con el tiempo, y a la fuerza, me he enterado de todo, pero, sinceramente, nunca he visto la película entera. Siento pánico. No puedo", confiesa y ríe a la vez consciente de ser probablemente la única actriz que ha sido incapaz de verse en la pantalla no por vanidad ni vergüenza ni exceso de modestia, sino por simple y puro terror; terror al cine de terror. "Recuerdo que, en un festival de cine reciente, me senté por fin a ver La endemoniada. Pero lo hice agarrada de la mano de un amigo y siempre dispuesta a taparme los ojos con cada escena escabrosa", recuerda.

La película de Amando de Ossorio fue concebida como una de esas producciones que surgieron con la nada disimulada vocación de reproducir e imitar el éxito del clásico de Friedkin. En ella, Salgado, ahora ya sí poseída por el maligno, se sometía a interminables sesiones de maquillaje y su imagen transformada por el látex es, a su modo, un diminuto icono del cine patrio. Por anómalo, por inocente y por adorablemente repulsivo.

"Siempre he sido una niña muy disciplinada. Trabajaba no tanto por vocación o porque deseara ser artista, sino porque tenía que hacerlo. Era una cuestión de supervivencia", recuerda. Y es entonces, sin ánimo melodramático, cuando es necesario remontarse hacia atrás del todo. Lo cuenta en su libro autobiográfico La hija del periodista. Allí describe una infancia dura donde actuar se convirtió en la manera con que su madre y ella (solas en Madrid donde llegaron desde Santiago de Chile poco después del nacimiento) vivían y, llegado el caso, sobrevivían. "No quería ser la niña que sale en tele, ni la niña que escribía poemas, ni la niña que no tenía papá, ni la niña que no tenía amigos, ni la niña que no jugaba [...] ni la niña que no era niña", escribe en un arranque de rabia en sus memorias.

Aunque admite que interpretar siempre le gustó, le pesó más la obligación de tener que hacerlo. Y así lo cuenta. En crudo. "Muchas veces lo único que teníamos que comer era un poco de té. ¿Cómo me iba a quejar de nada? Mi único lamento era no poder trabajar más para ganar algo más de dinero. Cuenta que apenas lograban vivir más de unos pocos meses en cada piso que ocupaban en unos años 60 de desarrollo económico que no iba con ellas. "De todos los pisos fuimos desahuciadas o huimos. Me sabía el guion de memoria: en primer lugar, los funcionarios del juzgado pidiéndonos que abandonáramos la vivienda, mamá gritando, insultando y, cuando nada de eso servía, entonces le venía un oportuno ataque o un desmayo que nos hacía conseguir un par de días más", se vuelve a leer en su autobiografía.

A su padre apenas le conoció y solo cuando fue lo suficiente adulta para comprobar que lo que le habían dicho, que estaba muerto, era mentira. "Las mentiras no protegen", insiste. "Me pasó algo que todavía no comprendo. Cuando, ya mayor, ahorré lo suficiente para comprar un billete a Chile y encontrarme con él, murió. Compré el billete en diciembre con la paga de Navidad para volar en julio con las vacaciones. En el mes de febrero tuve noticia de su fallecimiento", cuenta, como si se tratara de la película de terror que, esta sí, nunca quiso ver.

Con la pubertad llegó el silencio. Sin que, en verdad, nunca soñara con ser actriz, lo cierto es que el cine la abandonó. "Me quedé en tierra de nadie. No era suficientemente pequeña para ser la niña actriz de antes ni lo suficientemente adulta para ser simplemente actriz", dice. El tiempo e internet han querido que el fantaterror acumule adeptos, curiosos y festivales. "Ha sido todo increíble. Recuerdo que me invitaron a una especie de celebración de la película de Chicho. De repente, me paró un grupo de gente y, para mi estupor, me pidieron un autógrafo. Llevaban una foto mía en la película". En la imagen, ella sonreía justo después de escuchar las palabras de Chicho: "Vas a matar a un viejo a palos. Quiero que disfrutes, que seas feliz".

elmundo

elmundo

Noticias similares

Todas las noticias
Animated ArrowAnimated ArrowAnimated Arrow