'La familia de la tele' no es un programa progresista (y es tristísimo que tratéis de vendérnoslo así)
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El amigo de un amigo de mi padre tenía una pila de revistas guarras que parecía la torre esa fea que hay en la playa de Barcelona; las había de todo tipo y nombres, me suenan algunas como Primera Línea, creo que FHM – vais a perdonar que no esté muy puesto en el erotismo en formato offset, pero es que soy del 2000 – y, cómo no, la legendaria Interviú. Recuerdo que un día, de crío, al encontrarme la torre en una habitación que tenía un enorme Scalextrix montado por el suelo – no era un tipo normal, ya lo sé—, le pregunté con toda mi picardía de preadolescente por qué guardaba tantas revistas viejas de señoras desnudas.
La respuesta que me dio, os prometo que es verdad, aunque suene a estereotipo baratero, es que no las tenía por las tetas acartonadas que las precarias modelos enseñaban, sino por los interesantísimos reportajes que incluían. Toma ya. Yo, pubertoso de unos diez años, ya ves tú, era de una generación que tristemente había tenido acceso a Internet y al porno muy pronto —nos dieron unos ordenadores en quinto de primaria por un programa de la Junta que se llamaba Aula 2.0. —y no tenía ningún tipo de ángel moral que me incitara a juzgar que alguien consumiera ese tipo de contenido, sin embargo, recuerdo que me mosqueo bastante que me tomara por imbécil integral y me soltara de forma nada irónica esa excusa que no creo que se la creyera ni mi perra Ariel.
Pues estos días, con el desembarco de 'La familia de la tele' en TVE, estoy sintiendo algo muy parecido.
Si estáis un poco al tanto de la narrativa con la que han edulcorado el ya gafado programa – pobrecitos, no aciertan con las fechas –, veréis que la han construido sobre la idea de que es un formato progresista, pues, supuestamente, aleja la prensa rosa de las aristocracias de siempre y las acerca al pueblo. De hecho, veréis también que este contrachapado de presunto progresismo no viene tanto de las canales oficiales del equipo de comunicación de RTVE como de varias voces de su entorno: he leído ya a bastantes influencers, periodistas, columnistas y personajes públicos de la izquierda loar 'La familia de la tele' como un producto “necesario”, que “hacía falta ya en la antena pública”.
¿Sabéis a qué me recuerdan? A todos esos críticos culturales que, cuando deben reseñar el libro de un amigo al que no le encuentran ni una sola virtud, solo se les ocurre decir que “es una historia que hacía falta contar”: esa puntilla suele ser el indicador perfecto para saber que una novela, seré suave, no es la mejor del mundo.
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Este humo disfrazado de golfi lleva días hinchándome la moral no solo como consumidor y contribuyente, sino también como progresista —dejo que me llaméis woke, va, que os encanta—. ¿En serio esto es todo lo que se les ocurre para colarnos que el heredero natural de Sálvame entre en la parrilla de una televisión pública que, no nos olvidemos, sigue siendo un medio con deberes institucionales?, ¿tan impropio les parece el formato que deben tratar de convencernos de que es un programa progresista, aunque todavía no sepamos por qué?
Yo, mirad, no voy a entrar a juzgar la moralidad de un programa porque me da exactamente igual. Si el equipo de RTVE considera que con esta apuesta pueden reflotar las tarde de La 1 y hacer buenas audiencias, me parece estupendo, anda que no hay morralla en las televisiones públicas —también en las regionales—, sin embargo, me parece que nos toman por niños de diez años —ni eso— si creen que algún espectador con medio dedo de frente se va a creer el cuento de que es un formato progresista. Vamos, es que ni de coña.
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Aquí todos tenemos ya una edad y somos mayorcitos para consumir lo que queramos, sea basura o no, sin excusas de veinte duros con las que tratar de limpiarnos la conciencia. A mí me encanta un videojuego al que llevo varias semanas viciado, se llama Fortnite, que va de disparar a otros jugadores en una islita hasta que solo quede uno en pie, y que está pensado para chavales de dieciséis años. ¿Me invento que lo juego para estar conectado con la juventud y que, como el ritmo de la batalla te empuja a hacer batallones, es un producto que incita a trabajar en equipo?
Pues no, tío, es un juego que me gusta y punto, ya está; todos tenemos placeres culpables; todos nos hemos reído con una película de Santiago Segura o hemos visto Fast and Furius o hemos leído El código Da Vinci o nos hemos escuchado el último disco de Anuel sin inventarnos que es un producto cultural progresista y necesario; nos gusta lo ligero, lo líquido, lo que no cuesta; nos encantan los memes esos brainrot hechos por IA, los del bombardiero cocodrilo, y no nos inventamos excusas mentales para consumirlos. Somos seguros de nosotros mismos, entendemos que no somos más imbéciles que el vecino por no invertir todo nuestro tiempo en cultivar nuestras conexiones sinápticas con fino arte progresista y de altura: puedo leer por las tardes un libro de Galdós y por las noches verme un partidazo de playoffs de los Memphis Grizzlies contra los Oklahoma City Thunder, o incluso ponerme el último episodio de ‘La familia de la tele’ mientras me hincho a cervezas.
El nuevo programa de TVE no es progresista. Y está bien. O no. Bueno, es que no está ni bien ni mal: da exactamente igual. Lo único que pido, eso sí, es que no traten de vendérnoslo como un buque insignia del progreso, que aquí todos tenemos memoria y sabemos qué fue Sálvame.
El Confidencial