Cuando Walter Benjamin fue locutor de radio

Decía Theodor Adorno que los textos de Walter Benjamin (Berlín, 1892-Portbou, 1940) ejercían una atracción de calidad radiactiva. Y, aunque sea un chiste barato, su capacidad hipnótica como narrador se aplica también a sus retransmisiones en la radio. De 1927 a 1933, Benjamin participó escribiendo, locutando y a veces trabajando también en la producción de 80 programas en Radio Fráncfort y Radio Berlín.
El escritor berlinés era una especie de detective de la cultura y por eso no sorprende su incursión en la radio. Era un autor freelance, fuera de todo circuito académico, necesitado de dinero, un pensador enamorado de lo popular y un escritor interesado en un canal tan extraño y novísimo como era la radio entonces (las emisoras regionales llegaron a Alemania en 1923).
Sorprende un poco más la escasa información de esta faceta en una figura tan fundamental del pensamiento del siglo XX. Por suerte, en 2014 la editorial Akal publicó Radio Benjamin, una compilación de sus emisiones a cargo de Lecia Rosenthal. Y ha llegado recientemente a las librerías Radio Benjamin, (Libros del Zorro Rojo, destinado a un público más joven, que incluye una selección de 13 guiones —muchos de ellos procedentes del programa Hora de la juventud de Radio Berlín—, con ilustraciones de Judy Kaufmann.
Y si la vida de Benjamin estuvo llena de casualidades y vaivenes, sus labores radiofónicas también: los guiones fueron confiscados por la Gestapo e iban a ser destruidos, pero los nazis los enviaron equivocadamente al Pariser Tageszeitung (Diario de París, una publicación alemana antihitleriana) y en 1945 se salvaron en un acto de sabotaje. De allí pasaron a la URSS, en 1960 fueron transferidos al Archivo General de Postdam, en la República Democrática de Alemania (RDA). En 1972 llegaron a los archivos literarios de la Academia de las Artes en Berlín Oriental. Hasta 1983 su consulta resultaba muy complicada.

Atento estudioso de la realidad —una especie de enorme texto a descifrar, según sus propias palabras—, Benjamin conocía de primera mano el peligro del ascenso fascista. Por ello, en sus programas “urgía a sus radioescuchas a desarrollar sus facultades de observación, a ser críticos, a tener claridad sobre su realidad cotidiana, apoyándose tanto en la historia como en su propia agudeza; a estar en el aquí y en el ahora, a no dejar cundir el deterioro humano”, escribe Lorena Cervantes, autora de Una pedagogía revolucionaria para el despertar: Walter Benjamin en la radio (Revista de Filosofía Universidad Iberoamericana, 2025).
De hecho, muchas de sus alocuciones son una especie de amable pedagogía subversiva. “Toda la obra de Benjamin, vista hoy, puede leerse como un ‘aviso del fuego’, parafraseando una idea que el autor recoge en alguno de sus libros”, afirma Diana Hernández, editora de la publicación de Libros del Zorro Rojo. “Benjamin reconocía las potencialidades de la radio como herramienta para la toma de conciencia, y para pasar, a través de la praxis, de ser espectador a ‘intervenir activamente’ no solo en tanto creador, sino como sujeto histórico”, detalla Cervantes, profesora de Filosofía de la Universidad Nacional de México.
Algunas de sus emisiones son también pistas sobre sus obras, como es el caso de Un pilluelo berlinés, emitida en Radio Berlín el 7 de marzo de 1930, relacionada con el libro Infancia en Berlín hacia 1900. El recuerdo de su niñez le ayudó a crear una clara complicidad con sus radioyentes más jóvenes, estableciendo “un espacio auténtico de encuentro con ellos, que fue más allá de los intereses compartidos en cuanto a libros, juguetes, o estampas, y que podríamos definir como la posibilidad de una grieta, un pliegue en la realidad en la que se hace posible otra experiencia”, según Cervantes.
Sus trabajos radiofónicos, como el resto de sus escritos, muestran un interés especial por los golpes imprevisibles de la historia y por las vidas transgresoras, que transcurren en los márgenes. En programas de media hora de duración, el autor recorre, por ejemplo, la historia del concepto de brujería y los peligros de la rigidez mental. O explica el terremoto de Lisboa de 1755 y los cambios cartográficos del poder, subrayando que aquello “fue entonces lo que para nosotros sería hoy la destrucción de Chicago o de Londres”.
Entre lo intelectual, lo alternativo y lo popular, Benjamin sigue el rastro de la cultura y el habla berlinesa, advirtiendo que no nacieron “de escritores y profesores, sino que se desarrolló en los vestuarios, las mesas de juego, el ómnibus, el montepío, el palacio de deportes y las fábricas”. Su interés por la ciudad y la ciudadanía es latente en la emisión denominada Colmenas, donde describe el nacimiento arquitectónico de los edificios-colmena para los soldados y sus familias, como fórmula de evitar la sangría de deserciones ante la tiránica disciplina prusiana (muchos soldados pedían permiso para volver a su hogar en el pueblo para ver a su mujer e hijos y no regresaban).
En otra emisión explica la historia de la toma de la Bastilla —la cruel cárcel parisina— en 1789, pero poniendo el acento en la persecución de mujeres y hombres escritores, libreros o encuadernadores acusados de conspiración contra la seguridad del todopoderoso Estado francés.
También narra la implantación de la ley Seca americana de 1920 y el apoyo del empresario Henry Ford a todo ello, recogiendo en el guion las reflexiones del afamado vendedor de coches estadounidense: “Si puedo vender mis coches más baratos, es gracias a que tenemos la prohibición. ¿Por qué? Antes, el trabajador medio se gastaba gran parte de su sueldo semanal en la taberna. Ahora que no puede beberse su dinero, tiene la oportunidad de ahorrar. Y una vez que ha empezado a ahorrar, se da cuenta de que pronto tendrá suficiente para comprarse un automóvil”.
En paralelo, detalla el ingente negocio de los contrabandistas de bebidas alcohólicas, que traficaban con alcohol, disfrazados de policías, de enterradores o como comerciantes de muñecas con botellas de licor en su interior.
Son alocuciones casi centenarias, pero señalan problemáticas de ahora, como los peligros del ultracapitalismo más descarnado o la necesidad de encontrar puntos de fuga ante el ascenso de la extrema derecha.
Los programas de radio del autor de Iluminaciones son también una alegoría del auge del nazismo. La primera emisión fue el 23 de marzo de 1927 en Radio Fráncfort y la última, el 29 de enero de 1933, en Radio Berlín. Un día después, Adolf Hitler fue nombrado canciller y por esas mismas ondas se emitió, por primera vez en directo y con alcance nacional, el Desfile de las Antorchas, en el que 20.000 integrantes de la SA, la organización paramilitar nazi, escenificaron la toma del poder. Fue el momento exacto en el que el fuego sustituyó a la palabra también en la radio, y la voz de Benjamin enmudeció.
EL PAÍS