El otro general Patton: el que escribía poemas y tuvo una dudosa relación con su sobrina
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El general Patton era aficionado a la poesía. En efecto, escribió versos a lo largo de toda su vida y en las situaciones más comprometidas, por más que se trataba de poesía circunstancial, de poca calidad desde luego, sin el sesgo del poeta que profundiza a través de sus versos en las circunstancias que vive.
El Patton poeta siempre permaneció dentro del marco de los tópicos más comunes, mezclando en ocasiones palabras soeces y expresiones malsonantes. Sin embargo, esa poesía, grosera y carente de sutilezas, acaso sea la expresión del que se acerca con paso desmañado a lo que entiende que está más allá de su propia realidad, un medio rudimentario de trascender lo visto e intentar captarlo, buscando, de ese modo, el alcance y la gravedad de las palabras. Con todo y ser un poeta muy menor, la poesía, sin duda, fue para el general un importante medio de expresión que, junto al diario, las cartas y los discursos, como arengas a los soldados o como alocuciones a otras audiencias, forman un entramado complejo y separan definitivamente al general Patton de otros militares que combatieron en la II Guerra Mundial.
D’Este ve en Patton un carácter romántico que cree en el esfuerzo y en las emociones. Nos parece, desde luego, una apreciación desenfocada: no hay nada de romántico en Patton, salvo quizá esa afición a escribir versos. Su carácter no muestra ningún síntoma conmovedor ni aboga por la belleza ni por la experiencia, no trae en susescritos más que la mención de hechos militares, lee el Corán y responde con una frialdad propia de quien ha entendido poca cosa, a pesar de ser el elemento religioso un ingrediente importante en su vida, dado que hasta tantea su propia reencarnación, asunto al que se debe prestar poca atención pues no parece sino mera pose para un público que lo adora y que piensa que a través suyo se manifiesta el coraje de los grandes soldados de la antigüedad. Lo veremos inmediatamente en el poema Through a Glass, Darkly.
Fernando del Castillo Durán (Barcelona, 1961) es catedrático y doctor en Hispánicas, miembro de la asociación Historiadors de Cataluña - Antonio de Campmany, premio Foro España en 2022, y del CEAC (Centro de Estudios de la América Colonial), dependiente de la UAB. Asistente al curso en Estudios de la Guerra por Edutin Academy, Estados Unidos. Ha publicado La desaparición de Hitler (Sekotia, 2022), La invención de Vulcano (Rialp, 2020) y las novelas El librero de Cordes (Piel de Zapa, 2014), Memoria de la niebla (Editorial Montesinos, 2010), El sable torcido del general (Montesinos, 2006) y El organista de Montmartre (Montesinos, 2005). En la actualidad trabaja en un ambicioso proyecto que denomina segundo siglo XX, es decir, la Guerra Fría, además de avanzar en La circularidad del mundo, bosquejo novelístico en torno a sucesos ocurridos en la España del primer siglo XX. Publica ahora Patton; soldado en dos guerras
Es cierto, como explica D’Este, que Patton rezó en la catedral de Palermo, aunque también abofeteó a dos soldados en el hospital. Por supuesto que Patton rezó, en África, frente a las tropas, en Palermo y en la capilla de Jean-Pierre Pescatore, en Luxemburgo, en Le Mans y en otros lugares, donde se dirigió a Dios para pedirle ayuda, repartió oraciones entre sus hombres y apremió al páter del III Ejército para que le entregara una oración adecuada que, además, hizo efecto. Sin embargo, igualmente rezaban los alemanes e, incluso, era habitual en muchos discursos hitlerianos la advocación a Dios como protector del III Reich. Otra cosa sería tratar de dilucidar a qué tipo de divinidad se refería el dictador nazi.
No hay un Patton romántico, no aparece por ningún lado. Más bien al contrario, hay un soldado que entiende la guerra como una solución radical a la naturaleza humana, a la condición humana, que ha leído a Clausewitz —que sí vivió en tiempos románticos— y que sabe que aquel aserto, tan repetido, que asimila la guerra, con empleo de métodos diferentes, a la política, además de falso —porque no escribió eso el general prusiano ni con tal significado—, es una necedad de pésimo gusto. La guerra es justamente lo contrario de la política y, por si fuera poco, Patton, como cualquier militar, sabía que cuando la guerra estalla queda un muy precario espacio para la política.
Solo la victoria de uno de los bandos, o sea, la destrucción de la voluntad combativa del contrario, conduce a la claudicación y, con ello, a la reaparición de la política. De ahí que el Patton que muy posteriormente actúe como gobernador militar de Baviera dure tan poco y tenga tantos sobresaltos, justo porque la política no es en absoluto continuación de la guerra, sino exactamente su ámbito inverso.
Oh Little town of Houffalize, el texto contrahecho que Patton adaptó del himno del obispo Brooks, Oh little town of Bethlehem, guarda cierto interés por que sustituye Belén por Houffalize en los primeros días de enero de 1945, influido por la proximidad de las pasadas Navidades. Ante la magna destrucción de un pueblecito valón de cuyo interés estratégico en la batalla de las Ardenas cabe decir que fue más bien escaso, si bien se trataba de cortar la retirada de los alemanes que salían de Bastogne, el general se estremece y se impresiona.
El hombre que había cruzado Francia, que había mandado infinidad de bombardeos y que había ordenado castigos masivos de la artillería, en su paseo por las ruinas de un pueblo que ha quedado reducido a la nada, ruinas y escombros, junto a cientos de toneladas de chatarra quemada y retorcida, recuerda unos versos de un obispo anglicano y tiembla, emocionado, ante la destrucción. Ese también es el carácter de Patton: la mirada capaz de ver el desastre y permutar el pueblo donde nació Cristo por el pueblo que se muestra a sus pies arrasado e inerme.
Uno de los temas reiterados por algunos estudiosos y al que le hemos prestado una atención muy parcial se refiere a la supuesta creencia del general Patton en la reencarnación. Se trata, como podrá verse, de un asunto siempre mal entendido y hasta traído por los pelos. Patton, como cristiano que era y muy devoto, no creía en la reencarnación. Lo decíamos más arriba, la reencarnación no fue más que un gesto, un fingimiento afectado para auditorios que podían ver de ese modo en su figura y a través suyo un trasunto del arrebato y la bravura de los soldados de la antigüedad, de aquellos que habían estado en los campos de batalla desde tiempos de los griegos. De alguna manera, una herramienta de Dios escogida para el combate.
Presentamos a continuación el poema que pasa por ser la más depurada confirmación de cuanto venimos diciendo, Through a Glass Darkly, cuyo título se corresponde con las palabras de San Pablo en la primera carta a los Corintios, 1:13:12, y que hemos traducido como A través de un cristal oscuro. Como siempre que se trata de poesía, la versión que presentamos responde al criterio del intérprete, en este caso, nosotros.
A través del cristal oscuro
A través del esfuerzo de las edades, En medio de la pompa y el trabajo de la guerra, He luchado y luchado y perecido Incontables veces sobre esta estrella. En forma de muchas personas y Con todas las armaduras del tiempo, He visto la imagen seductora De la sublime doncella de la Victoria. He luchado por un mamut sano, He luchado por pastos nuevos, He escuchado los susurros Cuando el instinto y los rayos crecían. He conocido el llamado a la batalla En cada forma cambiante e inmutable, De la voz del alma a la conciencia, A la lujuria bestial por la violación. He pecado y he sufrido. Jugó al héroe y el bribón Luchó por el vientre, la vergüenza o el país,
Y para cada uno han encontrado una tumba.
No puedo nombrar mis batallas Porque las visiones no son claras, Sin embargo, veo las caras torcidas Y siento la lanza desgarradora. Tal vez apuñalé a nuestro Salvador En su indefenso sagrado costado. Sin embargo, he implorado en su nombre la bendición Cuando sucumbí en tiempos posteriores. En la penumbra de las sombras Donde peleamos los paganos hirsutos, Puedo saborear en el pensamiento la sangre vital, Usamos los dientes antes que la espada. En una visión posterior más clara Puedo sentir el sudor cobrizo, Sentir que las picas se mojan y resbalan Cuando nuestra Falange Ciro reunió. Escuchar el traqueteo del arnés Donde los dardos persas rebotaban templados. Ver sus carros correr espantados De la recta lanza del hoplita. Ver la meta crecer cada vez más, Alcanzando los muros de Tiro. Escuchar el estruendo de toneladas de granito, Oler el fuego del este que no se apaga. Aún más claramente, como un romano, Puedo ver a la Legión cerca A medida que nuestra tercera línea avanzaba
Y el gladius encontraba a nuestros enemigos.
Una vez más siento la angustia De esa abrasadora llanura sin árboles Cuando los partos lanzaron rayos de muerte, Y nuestra disciplina fue en vano. Recuerdo todo el sufrimiento De esas flechas en mi cuello. Sin embargo, apuñalé a un salvaje sonriente Como sucumbí sobre mi espalda. Una vez más huelo las chispas de calor Cuando mi escudo flamenco cedió Y la lanza me desgarró las entrañas Como en el campo de Crecy284 me derrumbé. En la quietud cegadora y sin viento Del brillante mar tropical, Puedo ver las burbujas subiendo Donde liberamos a los cautivos. En medio de la espuma de la tempestad He oído batir los baluartes Cuando arrojó tiro redondo a quemarropa, Enviando la destrucción a nuestro enemigo. He luchado con pistola y alfanje En la cubierta roja y resbaladiza, Con todo el infierno en llamas dentro de mí Y una cuerda alrededor del cuello. Y aún más tarde como general
He galopado con Murat
Batalla de Crecy, 1346
Cuando nos reíamos de la muerte y los números Confiando en la estrella del emperador. Hasta que por fin nuestra estrella se desvaneció Y gritamos nuestra perdición Donde el camino hundido de Ohein285 Nos encerró en una penumbra temblorosa. Entonces, pero ahora con los tanques resonando He marchado sobre el enemigo Eructando la muerte a veinte pasos Bajo el espantoso resplandor del firmamento.
Así como a través de un espejo y oscuramente
La larga lucha que veo Donde combatí de muchas formas, Muchos nombres, pero siempre yo. Y no veo en mi ceguera
Los objetos que forjé,
Pero como Dios gobierna sobre nuestras disputas Fue a través de su voluntad que peleé. Así que para siempre en el futuro Lucharé como antes, Morir para nacer soldado,
Para volver a morir, una vez más.
Through the Glass Darkly fue el poema más largo escrito por Patton, donde se presenta a sí mismo como integrante de otros ejércitos en otros momentos de la historia universal. La poesía era para el general un lenitivo ante el desastre y el dolor, de los que era muy consciente. Seguramente, esa inspiración provocada por la catástrofe de la guerra presentaba una dimensión distinta, acaso sentimental, un formato desacorde con el arrogante profesional que sin duda era. Algo que ejercía un tipo de consuelo particular ante lo que percibía.
Dividido en estrofas de cuatro versos, que acaso recuerden muy lejanamente los tetrámetros yámbicos, Through the Glass Darkly permite ver un pensamiento quizás piadoso, por más que siempre se trata de las palabras de un militar escritas en los campos de batalla del siglo XX. Por otra parte, tanto el poema presentado como algunas manifestaciones en la misma línea no permiten en modo alguno continuar sosteniendo que Patton creyera de ninguna manera en la reencarnación. Pensamos que la asunción de la guerra como institución presente en todos los tiempos por parte de un militar como el general no es más que un reflejo de sus lecturas, de indudable fertilidad, desde luego, y poco más. No hay regeneración del sujeto, hay, qué duda cabe, exaltación de momentos pasados. No hay individuo renovado, hay soldados antiguos de cuya fogosidad Patton hace un modelo de conducta.
Veamos ahora otras estrofas espigadas entre lo que podría ser lo mejor, a nuestro juicio, de la producción poética de Patton.
La luna y los muertos
El rugido de los fusiles languideció, el odio de los fusiles se calmó, mientras la luna se elevaba de una nube de humo,
y miraba a los muertos en la colina.
No presentamos el poema completo, aunque sí una parte sustancial.
Pálida era su cara de angustia, Húmedos sus ojos con lágrimas, Mientras miraba los retorcidos cadáveres Cercenados en sus primeros años. Algunos fueron mordidos por la bala, Algunos fueron besados por el acero, Algunos fueron aplastados por el cañón,
Pero todos estaban quietos, ¡qué quietos!
(...)
Casi a finales del siglo XX, en 1990, Carmine A. Prioli publicó un compendio de la poesía de Patton titulada The Poems of General George S. Patton Jr.: Lines of Fire. Divididos en cuatro partes, México, la I Guerra Mundial, el periodo de entreguerras y la II Guerra Mundial, Prioli explica las circunstancias en las que fueron escritos cada uno de los ochenta y seis poemas sin olvidar comentarios a la mitología y al lenguaje propio de los soldados que utiliza el Patton poeta.
Obviamente y como no se trata de elevar a rango de calidad literaria la producción del general, al menos se congratula de su serenidad al detenerse a escribir unos versos justo en momentos que consideró solemnes, después de una batalla o ante la contemplación del campo donde podían verse tendidos los cuerpos de los combatientes. Fue un gesto, qué duda cabe, de interés, donde se manifestaba su concepción de la guerra y sus íntimas convicciones, y que permite ver, de ese modo, otra arista del general Patton.
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Hay una cuestión que quizás convenga tratar: la relación que al parecer Patton mantuvo con su sobrina Jane Gordon. ¿Se trataba de una vulgar murmuración? ¿Hubo algo realmente importante? Los investigadores suelen alternar, cuando no apear la cuestión, con referencias disuasorias, sin embargo, hay algún detalle que acaso debamos considerar.
Jane era hija de una hermana de Beatrice, la esposa de Patton. Y al parecer andaba enamorada de un oficial norteamericano casado que al final regresó a Estados Unidos con su familia, razón por la que la sobrina, consternada, trasladó sus imposibles afectos a su tío, bastante mayor que ella, pues era de la misma edad que la hija menor del general, Ruth Ellen.
Las dos primas mantenían una relación fraterna, visitándose en periodos vacacionales y oficiando Jane como madrina en las bodas de las dos hijas de Patton, Beatrice, que se casó con el general de brigada John K. Waters, y Ruth Ellen, desposada en 1940 con el general de división James Totten. En cierta ocasión, en Hawái, hacia 1936, y según cuenta D’Este, Patton y su sobrina Jane parece que tuvieron un devaneo que alertó a Beatrice y puso en jaque al matrimonio que, no obstante, se salvó para otros casi diez años.
A mediados de 1945, y en tanto la guerra ya había acabado, Jean Gordon volvió a Europa —situación que inquietó, tantos años después, a Beatrice Patton— en calidad de contingente de la sección L de la American Red Cross Clubmobile Service, grupo de enfermeras que atendía a los soldados norteamericanos en Europa y cuyo principal cometido era acrecentar la moral de los combatientes. El general, según Ruth Ellen, siempre trató a Jane con amor filial, excluyendo cualquier escarceo sospechoso. Sin embargo, hay algún testimonio que pone en su boca unas jactanciosas palabras acerca de la virilidad, ya menguante, pues se trataba de un hombre de sesenta años. Comentarios de ese tipo pudieron ser habituales, como en el caso de Eisenhower, que mantuvo una más que conocida relación sentimental con su secretaria.
Tras el fallecimiento de Patton, Beatrice, según Carlo D’Este, emplazó a su cuñado y a Jane en un hotel de Boston para afrontar ciertas especulaciones poco decorosas, y al parecer, y siempre son comentarios secundarios, nunca testimonios tangibles, la viuda denigró a la sobrina, con lo que la reunión acabó muy mal.
Pasadas las navidades de aquel año, el 8 de enero de 1946, Jane se suicidó en Manhattan abriendo la espita de gas de la cocina, acrecentando las sospechas. Alrededor suyo, al parecer, había fotografías del general.
El asunto debe quedar así, sin sentencia y sin pronunciamiento ni resolución. ¿Se trató de un asunto de suspicacias y aprensiones provocados por una viuda que acababa de enterrar a su marido y que llevaron la desgracia a la sobrina? ¿Fue el castigo de Beatrice a una sobrina desleal?
El Confidencial