Septiembre dice: el inquietante abismo de la adolescencia (***)

La actriz Ariane Labed lleva años prestando su imagen y sus modales ligeramente inquietantes a un cine, el griego de Lanthimos y alrededores, que ha hecho de la inquietud su razón de ser. La inquietud es esa sensación (y llegado el caso, forma de estar en el mundo) contradictoria que igual provoca malestar que conduce a la lucidez. Digamos que salva y condena a partes iguales, arroja luz con la misma fuerza que deslumbra (y hasta ciega). Era lógico por tanto que la protagonista de Attenberg, de Athina Rachel Tsangari, debutara en la dirección con una película esencialmente paradójica, inestable, turbia, desigual y, en efecto, inquietante. Se le puede acusar de lo que se quiera, pero jamás de falta de coherencia.
Se cuenta la historia de dos hermanas, July y September. Las dos adolescentes viven con su madre, una artista que se duele de una herida misteriosa, nunca explicada del todo y probablemente incurable. Las tres, a su modo, han construido un universo propio que las mantiene aisladas de un mundo que se antoja casi por definición hostil. Una de las hermanas es extrovertida, decidida y ejerce de hermana mayor con una energía sospechosa. La otra es introvertida, callada y se deja dominar con un afán de sumisión que se diría al menos tan enérgico como el empeño de dominio de su inseparable compañera de juegos. Y también muy sospechosa. Uno de los entretenimientos preferidos, y que da título a la película, consiste en que una de ellas obligue a la otra a hacer lo que desee. Y así hasta que la primera pulsión sexual arrasa con todo. Suele pasar. Inspirada en la novela Hermanas de Daisy Johnson, la película avanza por la pantalla como un mal sueño en un clima tan asfixiante como poderoso. Inquietante sin duda.
De nuevo, como es regla en el cine griego que tanto gusta, la idea motriz consiste en cambiar de sitio las palabras en los diccionarios, los mapas y la misma vida. Se trata de un cine empeñado en construir un universo en el que los significados de las cosas y las emociones aparecen siempre desplazados. Los personajes reaccionan ante lo que les rodea con una consciencia extrema. Ninguna de sus acciones es producto de la rutina. Nada está dado. Todo lo que ocurre, por disparatado y cruel que resulte, obedece a un ritual perverso, pero irrefutable. El objetivo es dotar de sentido (o sinsentido) mediante la exhibición de sus contradicciones más íntimas a todo aquello que en la cotidianidad de lo diario no lo tiene. O simplemente pasa desapercibido. Y así.
Septiembre dice crece hasta hacerse consciente de sí misma y de cada una de sus dudas en toda su primera mitad. Lejos de modismos o frases hechas, la adolescencia es retratada como un espacio virgen y salvaje, arrebatado e indómito. Todo por descubrir. Labed se exhibe como una directora que se niega a plegarse a los ritos de la pubertad tan manoseados por el cine (por el cine fuera de Grecia, se entiende). La suya es una mirada frontal, esquinada y, sobre todo, libre. Y, por qué no, furiosamente feminista. Lástima que en la segunda parte la película nos sorprenda y se sorprenda a sí misma con un giro tan efectista como innecesario, extravagantemente pueril si se quiere. Digamos que nadie, ni siquiera una cineasta de la experiencia de Labed, se resiste en su debut a probarlo todo, hasta los caminos extraviados. Inquietante.
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Dirección: Ariane Labed. Intérpretes: Mia Tharia, Pascale Kann, Rakhee Thakrar, Amelia Valentina Pankhania, Amelia Valentina Pankhania, Sienna Rose Velikova, Niamh Moriarty. Duración: 100 minutos. Nacionalidad: Reino Unido.
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