Un original tejido de cerámica se quedó con el premio Volf de arteba, que vincula arte y oficios

El artista cordobés Luciano Giménez, que explora las posibilidades estéticas de la arcilla local, es el ganador de la primera edición del Premio Volf de Arte Contemporáneo, que se suma a las distinciones que se entregan durante arteba, que hoy miércoles inaugura para instituciones y coleccionistas y el viernes para el público en general.
La obra del artista de 44 años cumple con el vínculo consolidado entre el arte y el oficio, premisa principal para que el jurado conformado por Leandro Vainberg –director de la compañía experta en cubertería y vajilla– y Lucas Kokogian, director de la Galería Azur, lo eligieran.
El reconocimiento pone el ojo en las prácticas que logran integrar la maestría técnica con una visión artística contemporánea y también atiende a las piezas relacionadas con la gastronomía como territorio de creación. Por caso, los objetos utilitarios que Giménez desarrolló durante años, aunque últimamente despuntó por sus tejidos en arcilla a gran escala.
Obras de Luciano Giménez en arteba. Foto: Juano Tesone.
Además de un expendio de 3 millones de pesos para el ganador, la compañía con más de 100 años de historia en el país, adquirirá varias obras durante la feria para comenzar a armar una colección.
“Estoy súper feliz”, expresó el autor a Clarín, tras recibir el premio. Formado en Diseño Industrial y Artes Plásticas en la universidad pública, integra el colectivo de cerámica Casiopea y el de dibujo Carbonillas Project.
Su obra ocupa un muro completo del stand de la galería Cott, en arteba, con piezas exhibidas en la muestra Corazas para algo inmenso. Además de Macizo, la pieza producida en el marco de la investigación que está llevando a cabo en la fábrica de ladrillos Palmar.
Coraza oscilante de la serie TERRACOTA/tierra coscida. Modelado por extrusión manual, de arcilla roja cordobesa; cocida en baja temperatura, (1040°C) en atmósfera occidante, 2024-2025.
–Volf trabaja por la preservación del oficio y también en lo utilitario, ¿es algo que está en tu labor?
–Vengo del oficio y es lo que más valoro, mi contención. Hace quince años que trabajo en cerámica y descubrir técnicas nuevas la hace infinita. Pasé por todas las etapas, de producción de vajilla para restaurantes, dar clases, experimentar, sorprenderme en el hacer. A la vez, soy técnico electromecánico.
–¿Cómo terminaste en una carrera de arte?
–Siempre me gustó poder construir con las manos. Y lo más cercano, en ese momento, que no fuera la arquitectura, era el diseño industrial, que me da la posibilidad de construir cosas. Algo que tenía muy arraigado era el dibujo, estaba enamorado de eso. Todo lo quería resolver de modo manual. Nunca me amigué con la tecnología, y me empecé a quedar atrás porque todo tenía que ver con la programación. Disfrutaba de poder concretar una maqueta, por ahí iba mi fascinación. Eso me llevó al arte. De curioso, terminé cursando la carrera de Artes Plásticas.
–¿Cómo empezás en la cerámica y cómo se dio la transición que hiciste de las primeras piezas decoradas a las actuales en arcilla?
–Empecé a hacer cerámica con mi compañera, Sol Carranza Sieber. Podíamos tener algo en el taller que funcionaba de manera real y, a su vez, agregarle algo extra, la decoración. Me empecé a fanatizar. Entré en ese mundo de “ser ceramista” y comenzó a limpiarse todo lo otro. La materia en sí empezó a mostrarse. Encontré la belleza en esa simpleza.
Montaje de Arteba en Costa Salguero Macizo, de Luciano Giménez.
–La idea de las piezas que sean utilitarias y que a la vez generen goce, coincide con una época de corrimiento entre las disciplinas, ¿cómo lo fuiste trabajando?
–El tiempo también te aclara el sentido del oficio. Producir vajilla en su momento me encantó, pero después me terminó cansando. Hubo un boom en la cerámica y cuando algo se pone de moda, me espanta un poco, no me quise quedar en ese lugar. Cuando empecé con los tejidos me fascinaba la escala, hacer grandes piezas. Creo que ese fue el detonante de la búsqueda.
–Se hizo evidente en la última muestra Corazas para algo inmenso. ¿En qué momento pensás en “tejer” cerámica?
–Hace unos años, empecé a ver diseñadores que usaban piezas de extrusión para hacer bancos, sacaban la cerámica de la vajilla, de lo cotidiano. Y cuando estaba en un viaje visitando talleres por Latinoamérica, conocí artistas que forraban edificios de cerámica. Veía la escala de la materia y el desafío que eso implica y pensé en hacerlo. Busqué cuáles eran los talleres en Córdoba que tenían hornos grandes y uno era el de la fábrica de ladrillos Palmar.
–¿Cómo comenzaste a trabajar con ellos?
–Me invitaron a conocer el lugar y ahí se abrió un nuevo portal en mi obra. Justo con unos amigos habíamos hecho un mural para la ciudad universitaria y venía trabajando la cerámica roja que dentro del taller es la más incómoda, porque se raja y tiene poco valor. Comenzó a tomar sentido la materia, la tierra que uno encuentra en el río. Era simple: recolectar, amasar y construir. Empecé a diseñar piezas de gran formato con la arcilla de la fábrica.
A la derecha, Cota vegetal II de la serie TERRACOTA/tierra coscida.
–En tu viaje por Latinoamérica, ¿tomaste referencia de algún textil en particular?
–Cuando empecé a tejer piezas de cerámica pensé que alguien ya lo hacía, pero busqué en Internet y no encontré a nadie. Fue una búsqueda muy propia, y es muy simple el tejido que hago. Uno trae esas cosas, como cuando estudiaba diseño que me gustaba poder bordar algo en la ropa. Siempre me gustó la moda. Tuve la experiencia típica, sin tener que basarme en eso, de la abuela que teje. Además del acceso a una máquina de coser y a un telar.
Volviendo al viaje y las influencias, en el inconsciente me quedaron las visitas a tantos museos en Colombia, Perú y México. El fuerte es el tejido y la cerámica roja. Me sentí cómodo cuando pude unir esas dos técnicas, y lo que se generó al flexibilizar lo rígido y poder usar la cerámica con otra función.
–¿Cómo definís la extensión del formato de los textiles?
–Trato de expandirme lo más que pueda. Después, implica un montón de cosas, porque no es lo mismo mover una pieza de cerámica de gran porte que un dibujo, eso me limita siempre. Para la muestra en la galería Cott manejé cierta escala, transportable, que se pueda poner en una casa, y que no sea tan exagerado.
–Y la obra hecha a partir de ladrillos que estarás presentando en arteba, ¿qué características tiene?
–Se llama Macizo. Viene ligada al proceso que tuve años atrás con unos macizos de ladrillo. Fui con una idea, pero ese barro no es el mismo que se maneja en el taller. Se comporta de otro modo, tiene una nueva lógica. Son ladrillos extruidos, aplastados, deformados. A esa arruga que se genera le empiezo a encontrar una parte estética. Me interesa que no se pierda que es un ladrillo pero que está manipulado de otro modo.
Clarin