Yuriria Iturriaga/ II: No sólo de pan...

De recuperar la viabilidad alimentaria de los pueblos
Yuriria Iturriaga/ II
V
isto el origen de la construcción (autoconstrucción) de lo humano, en el texto precedente (La Jornada, 12/5/25), y dando un salto de miles de años, es notable constatar que la decadencia de los pueblos está ligada a la sustitución y alteración de los cereales básicos, verdaderos glúcidos: el arroz, el maíz, trigos de la familia Triticum y los tubérculos farináceos, por productos artificiales; que han ido enfermando a la humanidad, pero sobre todo a la parte mayoritaria que no tiene otra posibilidad que ingerir −para saciar el hambre− sustitutos de alimentos por comestibles que pueden satisfacer temporalmente pero dañan el organismo humano. En otras palabras, no hay mejor ejemplo de la transformación de las sociedades del mundo, de su organización en la distribución del trabajo y los recursos materiales para satisfacer las necesidades básicas, que revelando la importancia del capital global invertido en nuestro planeta: primer lugar, el capital invertido y circulante en la industria de comestibles (sobre todo los que se comen, pero no alimentan); segundo lugar, la industria de armamentos, desde la autodefensa a misiles y proyectos bélicos intra y extraplanetarios; tercer lugar, producción y tráfico de drogas; cuarto lugar, tráfico de personas, desde adultos de ambos géneros a niños… y sigue la lista decreciente.
Evidentemente, el cambio del paradigma actual en la cúspide del capitalismo no será una cosa fácil, pero, si no se considera comenzar a planear y ejecutar poco a poco una estrategia de recuperación de nuestros valores culturales históricos, donde no entran los monocultivos que sí exigen los cereales de la familia Triticum, recuperando la producción no sólo suficiente, sino excedente para la exportación (sin recurrir a los sistemas de producción aptos para los trigos, cuyas técnicas aparecen por las características de estos cereales, cuyas especies no crecen a la misma altura ni maduran al mismo tiempo y, por lo mismo, deben cultivarse en parcelas y tiempos distintos). Si no recuperamos los hallazgos y la experiencia milenaria de las poblaciones que domesticaron los maíces, los arroces y los tubérculos farináceos, forzando a estos productos y su respectivo sustento, que son los suelos correspondientes a cada una de estas especies vegetales, los responsables actuales serán quienes asestarán el último golpe mortal a sus pueblos, porque no pudieron comprender que el avance tecnológico de Occidente, donde nacieron y desarrollaron los pueblos que se alimentaron y alimentan de los cereales de la familia Triticum, tienen características que obligaron a los pueblos que dependían de dichos alimentos, a arrebatar las tierras de los vecinos y para ello inventaron las armas cada vez más mortíferas y sofisticadas con que nos asustan y someten.
Pero, al contrario, si los dirigentes de los países asiáticos, meso y sudamericanos, y los del cinturón ecuatorial, cuya tierra de tubérculos es distinta a la de los Andes y Mesoamérica, deciden recuperar tradiciones de cultivos milenarios, que edificaron grandes civilizaciones (arquitectura, astronomía, matemáticas, artes, culinaria, enumeración no exhaustiva) empezarían a salvar la historia de la humanidad, enriquecerla y humanizarla, para bien de todos, incluidos los pueblos que viven de los trigos y bien podrían inventar formas de cultivo, cosecha y conservación de los cereales en que se sustentan. Sin obligarnos, al resto del mundo, a transformar nuestras tierras en páramos y obligarnos a comprar sus fertilizantes e insecticidas, productos que nuestros cultivos no necesitan, si es que se mantienen las formas de policultivo que se instalaron durante 10 mil años en Asia, África y América alrededor del Trópico de Cáncer, permitiendo el desarrollo de culturas excepcionales sin belicidad. Ojalá podamos ser protagonistas de este cambio, pero si no fuera así, es nuestro mejor deseo para las futuras generaciones.
jornada