Un cerebro que no se desperdicia. Un homenaje al profesor Scrosati, pionero en los estudios sobre baterías de litio.

Teléfonos móviles, ordenadores portátiles, coches híbridos, objetos inanimados y participantes activos en nuestro mundo son lo que son hoy gracias, en parte, a la investigación de un profesor romano de Electroquímica de la Universidad Sapienza, pionero en el estudio de las baterías de litio y otros dispositivos para el almacenamiento y la conversión de energía. Su nombre, Bruno Scrosati, se recuerda hoy y mañana en Roma con una conferencia en su memoria, un año después de su fallecimiento, en la sede de la Sociedad Química Italiana. Cincuenta científicos, procedentes de todo el mundo, se reunieron para dar testimonio del papel del profesor Scrosati como un erudito visionario, mentor, profesor inspirador, orador motivador y, según sus alumnos, una figura destacada en las conferencias científicas por su energía y espíritu. Poseía numerosos doctorados honoris causa, fue autor de cientos de publicaciones, el primer presidente italiano de la Sociedad de Electroquímica y fundador de la asociación sin ánimo de lucro Elettrochimica ed Energia (Electroquímica y Energía) para apoyar a jóvenes investigadores. Desde sus inicios (en la década de 1970), uno puede imaginar a Bruno Scrosati absorto en su trabajo, como en una antigua fotografía de periódico donde se le ve demostrando el funcionamiento de una máquina a un joven investigador. Nos encontramos en Roma, no en Estados Unidos, pero es en ultramar y en otros continentes donde la investigación de Scrosati pronto alcanzará, en la frontera entre la química, la física y las nuevas fronteras de la sostenibilidad ambiental. Comenzando por el final —no de su carrera, sino de las primeras etapas de su investigación sobre dispositivos electrónicos para la conversión y el almacenamiento de energía—, en mayo de 2010, Il Sole24Ore informó sobre los descubrimientos patentados por Scrosati y su equipo respecto a una superbatería capaz de extender el uso de teléfonos móviles y ordenadores portátiles y abrir nuevas aplicaciones en el campo de los coches híbridos. Los términos científicos —nanotecnología, pilas de combustible— apuntaban en la misma dirección: electrónica de consumo, pero también transporte (y, por lo tanto, la posible participación de grandes empresas en el sector). ¿Cómo reducir costes y aumentar el rendimiento y la seguridad?, se preguntaban. Antes de este paso fundamental —que permitió al equipo de Scrosati seguir avanzando hasta nuestros días (y los científicos presentes en Roma debatirán sobre cómo los estudios del profesor han influido en otros descubrimientos recientes)—, en 2003, el profesor habló con entusiasmo de su elección como presidente de la Sociedad Electroquímica, una organización científica internacional sin ánimo de lucro que, desde principios del siglo XX, reúne a los científicos más renombrados en el campo de la electroquímica. Scrosati fue elegido entonces por la mayoría de los aproximadamente ocho mil miembros, repartidos en 75 países, como el primer presidente italiano tras decenas de presidentes estadounidenses. Su investigación fue fundamental para el desarrollo de las llamadas baterías de «mecedora». Hoy en día, el profesor se encuentra entre los diez mil químicos más citados del mundo, a pesar de haber comenzado sus estudios en un pequeño aula de Roma, una ciudad que no sufre la fuga de cerebros y de la que era plenamente consciente.

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