Nuno Portas (1934-2025). El arquitecto que imaginó las ciudades como hipótesis morales.

Figura clave de la arquitectura portuguesa de la segunda mitad del siglo XX, Nuno Portas combinó la acción crítica, el pensamiento teórico y la práctica arquitectónica con una energía y una pasión singulares. Tras su fallecimiento a los 90 años, deja una obra multifacética que abarca los campos del urbanismo, las políticas de vivienda, la investigación y la docencia, de forma lúdica y provocadora, considerando la ciudad no solo como un espacio, sino como una forma de conciencia.
Ya no recorreremos juntos ciudades redentoras, iluminadas y humildes. Nos faltó la audacia de construir ese otro rostro que, sirviéndonos de fundamento, nos permitiera cimentar nuestro sueño desde cero, reclamar una nueva patria, con un compromiso de fervor e inquietud. Pero en Portugal, algunos se embarcaron en esta aventura, que debía comenzar con una profunda indagación. Ahora que Nuno Portas nos ha dejado, es evidente que no hay muchas más figuras que, como él, buscaran trascender las fronteras entre la arquitectura, la política, la crítica y la ciudadanía. En un momento en que nos damos cuenta de la verdadera magnitud de la crisis debido a la falta de una planificación urbana responsable y de una definición clara de lo que debe perdurar como espacio público y común, ahora que las viviendas escasean y es evidente que la cuestión de la vivienda requería respuestas del Estado, se hace evidente cuán pocos reconocieron la falta de una visión política para las ciudades. Y el reconocimiento de este desastre revela quiénes intentaron prevenirlo, y es cierto que pocos han provocado tanto, con tan poco ruido, como lo hizo Nuno Portas.
Arquitectura y sociedad
Su fallecimiento, a los noventa años, cierra una de las trayectorias más vastas e inconformistas de la cultura arquitectónica portuguesa del siglo XX, cuya acción atravesó, con inusual persistencia, las esferas de la crítica, la práctica del diseño, la teoría urbana, la docencia y las políticas públicas, sin caer en ninguna de ellas. Con una memoria y una erudición arrolladoras, irrumpió con una intervención fundamental en el pensamiento del espacio y la ciudad desde finales de la década de 1950 en adelante, y la obra que nos lega, después de todo este tiempo, asume una apariencia discontinua e irregular, no por ello menos decisiva, pero nos obliga a leer un amplio período temporal, que no se deja inventariar en edificios, del mismo modo que no puede simplemente compilarse considerando un conjunto de títulos académicos o cargos gubernamentales, porque se inscribe sobre todo en las tensiones históricas que supo asimilar —y en muchos casos provocar— entre la arquitectura y la sociedad, entre el territorio y la forma, entre las instituciones y el deseo colectivo.
Formado en una época en la que la arquitectura portuguesa oscilaba entre un funcionalismo inocuo y los últimos estertores de una cultura de estudio académico, Portas se distinguió desde el principio por un gesto crítico inflexible, atento a las transformaciones internacionales y profundamente sensible a las especificidades de los contextos locales, las prácticas de construcción marginales y los modos de vida populares, rechazando tanto las ortodoxias de la modernidad como las tentaciones estilísticas del naciente posmodernismo.
Tras comenzar escribiendo ensayos críticos sobre cine, rápidamente centró su atención en el entorno construido. Comprendió, quizás antes que nadie, que la arquitectura portuguesa, a mediados del siglo XX, requería una voz crítica y férrea, capaz de articular lugar y forma, técnica y vida, lo real y lo posible. Su dirección de la revista Arquitectura en la década de 1960 fue uno de esos raros momentos en que la crítica se convirtió en un acto fundacional. A la sombra del arquitecto, urbanista e historiador italiano Bruno Zevi, cuyos textos tradujo y con quien posteriormente colaboraría, produjo una escritura que no era un mero comentario, sino una operación, ensayando una crítica que buscaba la eficacia de un proyecto en el texto, y que abrió espacio, en Portugal, para una nueva inteligibilidad de la práctica arquitectónica, una que ya no se basaba en la forma, sino en la posición del arquitecto dentro del tejido social, los mecanismos de producción y los regímenes de vivienda.
Como señala Jorge Figueira en Público , en la década de 1960 publicó una serie de artículos que buscaban explicar las múltiples direcciones que surgían entonces para la arquitectura, desde el neorrealismo hasta la ficción arquitectónica. Participó en reuniones y cultivó conexiones internacionales que cuestionaron la condición submoderna de Portugal. También publicó dos libros fundamentales : Arquitectura para hoy (1964) y La ciudad como arquitectura (1969), en los que la experiencia del tiempo se revela con una intensidad casi catártica.
El 'demócrata reformista'
Frente a la asepsia geométrica, el «racionalismo» proponía contexto; frente al modelo, proponía mayor proximidad a los lugares y las personas; frente al edificio, proponía el barrio. Y esta visión crítica se arraigó constantemente en la práctica, tan significativa como su trabajo como arquitecto —casi siempre en colaboración, como correspondía a quienes entendían la arquitectura como una práctica colectiva y no como una autoría— con Nuno Teotónio Pereira, en proyectos que, si bien no numerosos, marcaron la cultura arquitectónica portuguesa por las exigencias éticas que inscribían: la Casa Vila Viçosa (1958-1962), la Casa en Sesimbra (1960) y la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (1962-1975), un proyecto muy controvertido que ahora es monumento nacional. Estos edificios se alzaron durante décadas como discretos monumentos al rigor ético de la forma, donde la contención formal no ocultaba una radicalidad tipológica ni una profunda reflexión sobre el papel de la arquitectura en tiempos de aislamiento político. Más que un autor, Portas se impuso como un agente de cambio, alguien que introdujo ruido, crítica y vacilación en los circuitos excesivamente pacificados de la disciplina. Su inteligencia era de síntesis, y no pulió aristas, sino que expuso tensiones. Otra obra destacable fue el Bairro de Olivais Sul, que diseñó junto a Bartolomeu Costa Cabral, y que, «con sus plazas, amplios espacios y tejados pronunciados», funciona como «una especie de desafío a la ciudad moderna propuesta por Olivais Norte», como señaló Nuno Grande.
La Revolución de Abril lo pilló con las herramientas adecuadas. En el gobierno provisional, fue Secretario de Estado de Vivienda y Urbanismo, y allí fundó lo que sería su gesto más radical y duradero: SAAL, el Servicio Local de Apoyo Ambulatorio. Este nombre —que hoy suena técnico, casi administrativo— escondía una utopía militante. SAAL no fue un programa, sino una insurrección ordenada. Llevó a los arquitectos a las calles, a los vecinos a diseñar mesas y a los barrios clandestinos a la legalidad de la vivienda digna. Organizó asambleas, impulsó las cooperativas y alentó la autoconstrucción, no como un sacrificio de la calidad, sino como una reivindicación de la soberanía popular. SAAL no estableció un estilo: estableció un método. Y en este método, Portas conectó política y arquitectura como pocos se han atrevido. Al consagrarlo en la Constitución, en el artículo 65 sobre el derecho a la vivienda, dejó un eco legal que resuena hasta nuestros días, aunque olvidado o traicionado.
Pero Portas no era un revolucionario ingenuo. Comprendía los límites de la transformación, comprendía la interacción de fuerzas. Y por eso siempre rechazó la caricatura del arquitecto-redentor. Prefería el papel más ambiguo y provocador del reformador obstinado. Como señala Nuno Grande en su testimonio a Público : «Portas era más que un revolucionario, era un reformista; era un demócrata reformista». «Y por eso creía que podía trabajar dentro de las instituciones durante el Estado Novo para cambiar las cosas desde dentro; por eso se le convocó cuando se renovaron tras el 25 de abril. Incluso la izquierda más radical creyó en su visión de la ciudad, que, francamente, comparada con la que tenemos hoy, debería avergonzarnos: era mucho más inteligente, abierta, integral y debatible».
En los años siguientes, marginado por la lógica dominante del urbanismo tecnocrático y el auge de una arquitectura posmoderna decorativa o cínica, Portas centró su atención en la ciudad como campo de estudio, intervención y docencia. Fue concejal en Gaia. Fue profesor. Fue comisario y consultor. Nunca defendió un solo frente, sino varias causas entrelazadas. En la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Oporto, donde ingresó en la década de 1980, chocó con la retórica heroica de la escuela. Se enfrentó al posmodernismo histriónico, a la arquitectura icónica, al delirio de la forma libre. Y luego, en la década de 1990, se enfrentó a un neomodernismo purificado, que reimpuso los fantasmas que creía superados. Pero Portas no se retractó: rediseñó el terreno. Se volcó en el urbanismo, en la ciencia de los flujos, en la investigación invisible de los territorios. Fue allí donde vio el futuro: no en grandes edificios, sino en sistemas de uso, en micronegociaciones espaciales, en el conflicto productivo entre funciones, deseos y formas.
Su rechazo al gesto monumental, su insistencia en los procesos, la participación y el análisis de sistemas, contrasta con el revivalismo formal entonces dominante. Su pensamiento se vuelve menos visible, pero más profundo: investiga el territorio como palimpsesto, como un conflicto entre usos y funciones, como un lugar de composición sin síntesis. Para Portas, el proyecto ya no es una forma, sino un dispositivo.
Del Campus de Aveiro a la Expo'98
Aunque rara vez se le convoca para grandes proyectos, Portas participa discretamente en momentos clave de la transformación urbana portuguesa: en el Campus de Aveiro, durante la fase inicial de la Expo 98, y, como concejal, en Gaia, donde experimenta de primera mano los límites entre la toma de decisiones técnicas y la presión política. Nunca se adapta a la atención mediática ni a la circulación festiva de ideas, y quizás por ello sigue siendo una figura subterránea pero ineludible, uno de esos intelectuales cuyo legado permea sin ostentación.
En los últimos años, tardíamente reconocido por instituciones que previamente lo ignoraron, Portas ha sido objeto de exposiciones, homenajes y tesis, la más significativa de las cuales, *El Ser Urbano – En los Caminos de Nuno Portas* , celebrada en Guimarães en 2012 y comisariada por Nuno Grande, trazó rigurosamente las múltiples facetas de su pensamiento. Con Álvaro Domingues, compartió una visión crítica y lateral del territorio; con Siza, mantuvo un diálogo intermitente pero fructífero; con las generaciones más jóvenes, cultivó una atención generosa pero nunca condescendiente. Recibió el Premio Sir Patrick Abercrombie de la UIA, recibió un doctorado honorario del ISCTE-IUL y fue honrado por la Orden de Arquitectos, distinciones merecidas, aunque siempre por debajo de la escala de su contribución.
Ahora, con su desaparición, lo que queda es un país menos poblado en cuanto a pensamiento y juicio crítico. La arquitectura portuguesa, que tan a menudo se dejó seducir por la estética o las importaciones, pierde una de sus voces más profundas y comprometidas. No se trata de elogiar al hombre —aunque lo merece—, sino de reconocer que con él desaparecen una actitud, una ética, una urgencia.
Portas muere sin voluntad intelectual, sin una fundación que lleve su nombre, sin una obra completa, sin un monumento. Pero permanece entre nosotros en lo que más importa: una forma de estar en la arquitectura y la ciudad que rechaza el ruido decorativo, que se opone a la espectacularización del espacio y a la complacencia del discurso, y que insiste, con terquedad y rigor, en que diseñar es pensar, intervenir, abrir posibilidades. Lo que deja tras de sí no es un modelo, sino una ética. Y, sobre todo, una pregunta que lo impregna todo: ¿qué ciudad es posible cuando la arquitectura no sirve al poder, sino a la vida?
Jornal Sol